Jesús Moreno habla de ‘antis’ e ‘istas’, recordando que una crítica no impide un halago o una alegría.
Recuerdo una de las primeras cosas que nos enseñaron en la Facultad de Derecho. El profesor lanzó una pregunta al aire. Qué era para nosotros la Justicia. Lógicamente, los compañeros más atrevidos dieron su visión particular de Justicia. Desde una señora de ojos vendados, espada en una mano y balanza en otra, hasta degradar a la Justicia a una mera opinión pues todo es discutible y lo que es justo para uno no tiene que serlo para el vecino de al lado -hasta el punto de que jamás se escuchó a un reo decir que su condena era justa, más bien al contrario-. Pero donde nuestro profesor quería llegar era a la definición que dio el jurista romano Ulpiano según el cual Justicia no era otra cosa sino el arte de dar a cada uno lo suyo. Suum cuique tribuere.
Esta pequeña disertación más propia de la Filosofía del Derecho, me sirve para ilustrar una corriente de actuación cada vez más extendida en cualquier ámbito de la vida, consistente en señalar con el dedo, o en afear o en criticar a todo aquel que opinando de una manera, en un momento dado ve las cosas en sentido opuesto.
Un extraño movimiento, según el cual, todo aquel que en un momento dado diera su opinión acerca de un político, un actor, un torero, un escritor, un cantante o qué sé yo, queda automáticamente encadenado a sus palabras, sin posibilidad de matiz, explicación o rectificación posterior. Sin posibilidad de decir aquella película fue buena o aquel libro horrendo. Sin posibilidad, en resumen, de dar a cada uno lo suyo. De ser justos.
En el mundo del fútbol en general y entre los aficionados del Real Valladolid en particular se encuentra más acentuado si cabe este fenómeno. Se llama despectivamente ‘veleta’ a todo aquel que habiendo criticado a tal o cual jugador, aplaude y ovaciona al mismo futbolista tras un buen partido, cercenando la capacidad crítica del aficionado e impidiendo la redención y reinserción de aquel seguidor que descubre las nuevas cualidades de aquel futbolista que antes había defenestrado.
Como si el reflejo de las dos Españas se proyectase sobre el estadio José Zorrilla, el último episodio de estas estrambóticas discusiones radica ahora en la dicotomía Manucho y Javi Guerra, perfectamente compatibles las críticas y las alabanzas sin necesidad de marcar a los reacios con el prefijo ‘anti’ y a los fieles con el sufijo ‘ista’. Y donde, a la vista de lo que se lee o se escucha, se diría que criticar los dos años que se ha tirado Manucho en Valladolid marcando cuatro goles por temporada impiden ahora disfrutar de su momento de forma. Como si quisieran evitar que levantáramos los brazos en señal de triunfo cada vez que Manucho perforaba la meta del portero del Rayo.
Y de igual forma, por otro lado, se considera poco menos que incurrir en un delito de lesa humanidad afirmar que el estado de forma de Javi Guerra no es el óptimo para ser el delantero titular de un equipo de Primera División. Sin olvidar los más de cincuenta goles que ha marcado en las dos últimas temporadas o la entrega que ha mostrado en los partidos en los que ha actuado, convendremos que por ansiedad o falta de confianza Javi Guerra está un punto por debajo de su nivel habitual.
No creo que reconocer ambos aspectos conviertan a nadie en un títere que dando bandazos se mueve a golpe de viento.
No nos olvidemos que Somos Valladolid, y eso no es alegrarse del éxito jugador fetiche o, lo que sería más ruin, jalear el fallo del futbolista antipático por la pueril satisfacción de llevar razón. Ser Valladolid es disfrutar de los éxitos de nuestro equipo independientemente de quién sea el ejecutor último del triunfo. No se trata de lanzarnos a la cabeza el manoseado “ya dije yo que éste no valía”, “eres un veleta” o “no te subas ahora a mi carro” se trata de ser ecuánimes con lo que vemos en el campo, de ser justos como lo ha sido Miroslav Djukic desde que llegó a Valladolid. Él mejor que nadie entendió aquello de “dar a cada uno lo suyo”.
