
Cuando Juan Villar gritó, ya no estaba allí. Se había abandonado a la desilusión. Se marchó, entornando la mirada atrás, como aquel que da un último abrazo a quien sabe que solo le encamina a la desesperación, a la tristeza, quizá, al desamparo. Porque en el fondo, y justo era reconocerlo, así era (o al menos parecía).
Aquel grito avivó el corazón de otros. Fue como un “te quiero, joder”, rabioso y entre sollozos. Fue un querer darse una nueva oportunidad, un madero al que agarrarse cuando cada vez son menos los restos que aún no han naufragado.
Porque, ¿qué nos queda? Quizá solo eso, sollozar y gritar. Esperar, no sé, un milagro que cambie algo, un reamor tardío entre el resque(a)mor, que ya es general. Que nos saque una sorpresa de lo anodino, del lastimoso “ya sabía yo”, del apesadumbrado “esta vez tampoco va a ser”, cuando lo que uno quiere es que le hagan feliz. “Si tampoco pido tanto”.
Siempre es lo que creemos. Que tampoco son tantas las demandas. Pero sucede que no hay felicidad para todos. Y la vida, seamos sinceros, es caer pronto en la cuenta de eso. Saber que unas veces se gana y otras se pierde, que las medias tintas no caben, aunque el marcador refleje empate. Lo que al final nos queda solo son festejos o lamentos, pongamos como nos pongamos.
Por eso ese “te quiero, joder” no fue bien recibido por todos. Hubo quien sí, sonrío, aliviado, creyendo que a este amor aún le queda una esperanza. Pero como este amor es de tantos, y los sentimientos son de cada uno, también respondió alguno con el morro torcido, reprochando. “¿Y por qué coño nos hacemos (me haces) tanto daño?”.
La verdad es que nadie lo sabe. Ojalá una mente alumbrara la sinrazón y explicara a qué se debe tanta… tanto… bueno, como quiera que uno llame a esto que nos pasa. Ojalá fuera alguien capaz de hallar respuesta, porque detectar el fallo es el primer paso previo a subsanarlo. Aunque a veces no se subsana. Aunque es mejor creer que sí. ¿No? No sé, yo creo que debemos darnos una última oportunidad. Después de todo… No sé. Seguro que vale la pena. ¿No?
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Cuando Juan Villar gritó, todo parecía perdido. El aplauso a Quique resultó tan merecido como irónico fue para con los sentimientos de uno. Fue como ver pasar a tu ex de la mano de otra persona y pensar “joder, y yo mientras aguantando a semejante gilipollas”. Cuando a lo mejor lo que reluce es todo oro, pero en realidad no es más que una fachada. Cuando es posible, por decirlo de algún modo, que le vaya peor, incluso.
Sí, sí. Anímate. Hay a quien le va peor. Mal de muchos, consuelo de bobos. Pero es que es así. Y al fin y al cabo, hace no tanto te quería, ¿no? Quiero decir; demostraba movimiento andando. Ya, ya, lo de hoy fue una cagada, pero a lo mejor eres tú, o no sé, a lo mejor no fue para tanto. Si lo piensas en frío… Deja que pasen las horas. Y a ver qué pasa; a ver si te calmas y lo ves de otra manera. Ya verás que donde hubo fuego cenizas quedan. Que todavía es capaz de demostrarlo.
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Cuando Juan Villar gritó (gol), el Real Valladolid navegaba a la deriva. Hizo treinta minutos buenos, más o menos, pero la corriente le arrastró en los otros quince que pusieron fin a la primera mitad. En la segunda, nada más volver de vestuarios, el canterano blanquivioleta Quique adelantó al Almería, y, sentida la amenaza, como si hubieran visto a su chica sonriéndole a otro, los de Miguel Ángel Portugal entraron en trance. Se fueron arriba, tuvieron ocasiones varias. No lo hicieron todo mal, en fin. Aunque tardaron en hacer el gol del empate. Tanto que cuando al final llegó, cuando Juan Villar gritó, muchos habían perdido la fe y se habían marchado. Como si efectivamente esa sonrisa se hubiera tornado en abandono.
Otros no, otros se quedaron, bien porque mantenían la fe o, bueno, porque así es el ser humano, capaz de soportar a quien nos hace daño hasta que no puede más. Y por eso, por una cosa o por otra, festejaron. Porque había que festejar, porque el gol fue de bella factura, pero es que además quizá sea el madero al que agarrarse como un mismísimo clavo ardiendo. Quizá ese gol sea la última oportunidad que tiene el Real Valladolid para seguir enganchado al sueño lejano que es ascender. ¿O será acaso un engaño? Sea como fuere; “te quiero, joder”. No suena tan mal, ¿no? Que quien lea decida, si ya es tarde para creer su amor que puede arreglarlo o si todavía piensa que hay esperanza, que puede ser feliz. Ascendiendo.
