Relato finalista del I Concurso Literario Blanquivioletras, escrito por Jesús Ignacio Sánchez Mambrilla
— ¡Mambrilla, sales! –con estas palabras de Rafa Yunta se cumplía el sueño de jugar en Zorrilla de aquel niño del barrio de Santa Clara–.
Era un domingo lluvioso, como muchos de octubre. Y ese de 1956 no iba a ser lo contrario, pero no importaba, buena entrada y la afición entregada a un Real Valladolid Deportivo que alternaba por la zona alta de la tabla. Volando como pocas veces lo ha hecho, tocando el cielo. En los graderíos se intuía una mezcolanza de banderas y paraguas preparados para el partido, y, en los vestuarios, el alma de un equipo ganador.
Durante las semanas previas se venía barruntando el cambio en la portería por las molestias físicas de Benegas, y tanto Saso como tú habíais entrenado como jabatos, pero Yunta te dio el testigo en Balaídos la jornada anterior, el cual recogiste causando una impresión excelente.
Los titulares al día siguiente eran claros: “Miguel Mambrilla, el coloso de Balaídos”. Y es que la actuación que te marcaste fue de escándalo, abuelo.
En las gradas, ya había murmullo.
— ¿Con quién salimos hoy?
— Sale Mambrilla, dicen.
En el vestuario, concentración y buen ambiente. Y es que, ¿cómo no iba a haberlo? Giras la cabeza y a un lado Matito, con su inamovible sonrisa y su salero andaluz recordándote aquel córner que te marcó en el entrenamiento, y al otro, Lesmes guiñándote un ojo. Y es que eso más que un equipo, era una familia. Lejos de los ruidos y pretensiones de profesionalidad del fútbol moderno, eso se vivía desde la más estricta naturalidad. Era fútbol, fútbol de verdad.
El que ha jugado sabe que no hay nada mejor que jugar con los amigos, y aquellos lo eran. Te pasaste la mili en casa de los hermanos Lesmes en Ceuta, y compartisteis mil tardes paseando al perro por la calle Italia, los chatos tras los entrenamientos y las risas inacabables. Amistad y con los grandes: los Lesmes, Matito, Tini, Badenes, Murillo, Coque, y muchos más de los que hicieron grande a nuestro Valladolid.
Pero Losco no se anda con ensoñaciones y te dice que hay que tener cuidado con un tal Beltrán del Condal que va de fábula por arriba, mientras, Yunta os da los apuntes tácticos. Pero no importa. Tenías al ‘Muro del Pisuerga’ defendiendo tu portería, la defensa de moda, pues así la bautizó el diario ‘Marca’. Matito y Lesmes, los pilares del muro. Nada podía salir mal.
Bocana de vestuarios. Olor a lluvia y césped mojado. Guantes de lana y heridas de la costura del balón. Zorrilla, tu casa, Primera División. Empieza el partido y el Condal aprieta, pero Zorrilla también. Un córner en contra, dos. Fuera guantes. Y es que estos catalanes no juegan nada mal. Y pensar lo que ha pasado aquel chaval de Valladolid para jugar en su equipo del alma… Seguro que recuerdas la que liaste al ocultar tu edad para que te hicieran ficha, o las cesiones al Zamora y Logroñés. Pero este es tu momento y atrapas el balón.
La pones en largo, controla Cerdán que la pone de forma espectacular y Murillo remata a gol. Minuto nueve y Zorrilla estalla. Pero los del Condal no son malos y nos encierran. Sacas un par de mano a mano jugándote el físico y alguna que otra palomita a tiro raso. Zorrilla te ovaciona. No hay problema, ya está Badenes para hacer el segundo en el cincuenta y cinco y el tercero para entrar en la historia del Valladolid, nuestro gol cuatrocientos en Primera División. Pero la grada no olvida y te canta: “Tres a cero y Mambrilla de portero, no hay centro delantero que le meta un gol”. Y es que eso tuvo que ser impresionante, abuelo.
Recuerdo cuando me contabas estas historias de pequeño, y cuando me presentaste a grandes genios. “Mira pequeño, este es Gerardo Coque, era como Rivaldo o Ronaldo, pero mejor”. Con mis ocho añitos no calibraba la grandeza de mi interlocutor, y es que a mí el fútbol, no me iba mucho. Pero te empeñaste, y poco a poco me ibas tintando la sangre de blanquivioleta. Aquella tarde en la preferencia, viendo el homenaje a Juan Carlos, se confirmó y te dije: “Abuelo, yo quiero ser socio como tú”.
Gracias, abuelo.
Gracias por enseñarme lo que era el fútbol, y lo que era el Valladolid. Por tus enfados con la grada cuando pitaban al mítico César Sánchez al demorar el saque para colocar al equipo, y por enseñarme los aspectos tácticos del fútbol que hoy son mi pasión. Y por todo lo que me diste.
Eras uno más de los abuelos blanquivioletas que pueblan nuestra ciudad, que pasan el testigo a los más pequeños, manteniendo la llama de esta singular afección a un sentimiento blanco y violeta.
Te fuiste un veintinueve de abril hace un año dejándonos un Valladolid de Primera, pero sé que sigues desde ahí arriba quejándote de cómo está el acceso de Grada Sur y diciendo que hasta que no lo asfalten, no vuelves. Pero lo harás. Y nosotros también. Volveremos. Volveremos otra vez.
			