Álvaro Rubio agrandó este domingo su historia como blanquivioleta y ya es uno de los jugadores del Real Valladolid con más partidos a sus espaldas

El grupo de pop jienense Supersubmarina tiene una canción titulada ‘Viento de cara’ donde dos de sus versos dicen:
“Mar en calma.
Faro entre la niebla”.
Cuando la descubrí, la escuché muchas veces. Y ya, en la enésima, se me vino Álvaro Rubio a la mente. El riojano lleva poniendo esa pausa y aportando su luz diez años en un Real Valladolid que ha cambiado mucho en una década, como es normal.
En 2006 yo apenas seguía al Pucela. Oía hablar del equipo en la tele o preguntaba a mi padre que cómo había quedado cuando llegaba a casa después de ver el partido del domingo a las cinco. Y ese año me empezó a contar cómo jugaba un recién llegado Álvaro Rubio que iba a dar mucho que hablar. Casualidades de la vida, alguien me regaló una postal del centrocampista el día de su presentación que la que todavía sigue siendo su camiseta y que, por supuesto, conservo.
También por cosas del destino, asistí a mi primer partido en Zorrilla la jornada siguiente a la consecución del ascenso en Tenerife. Iba a ver al Real Valladolid, pero era inevitable no fijarme en él. Por eso no sabría decir de quién soy antes; si del propio Pucela o de Álvaro Rubio. Porque mi padre, aunque no desde la cuna, me ha enseñado a querer a un equipo y admirar a un jugador.
A un futbolista que a él le gusta por muchas razones, una de ellas, porque también jugaba en esa demarcación en su época en el CD Rioseco. Anda que no ha llovido desde entonces… Cada vez que me cuenta esa historia no puedo evitar sonreír y pensar en las extrañas conexiones que nos hace sentir empatía por otra persona.
Ahora que ha cumplido trescientos partidos con la camiseta blanquivioleta, es inevitable echar la vista atrás. Desde el primer día, sin levantar la voz y con gente mucho más veterana a su lado, empezó a demostrar que tenía mucha guerra que dar.
Parte de la afición pucelana, hasta yo misma, que no sabía ni qué era el fuera de juego por entonces, le reconoció muy pronto. Valoró lo que aportaba en cada momento y vio cómo evolucionaba día a día a la vez que él y el equipo crecían. Lo peor de todo es que muchos incrédulos empezaron a creer en él demasiado tarde y cuando era muy evidente.
El domingo veinticuatro de enero, en Zorrilla y ante el Córdoba, Álvaro Rubio recibió la ovación más sincera que se le ha dado desde que está aquí y que merecía por todo lo que ha dado ininterrumpidamente durante diez años en trescientos partidos. Un reconocimiento que va in crescendo, jornada tras jornada, temporada tras temporada. Porque cada fin de semana asistimos a una lección magistral por parte del ‘profe’ del Pucela, que con 36 primaveras no deja de sorprendernos.
Creo que es una obligación darle las gracias, trescientas veces incluso por regalo que nos hace todos los días, que no es otro que su mejor fútbol. Por ser nuestro mar en calma, nuestro faro entre la niebla. Y, por supuesto, desear que siga aquí hasta que cuelgue las botas, porque será bueno para todos.
Aprovecho estas líneas para dar las gracias a mi padre, a todos los padres de Valladolid, por inculcarnos el amor por el club de nuestra ciudad, de nuestra provincia, sea cuando sea. Asimismo, por descubrirnos que hay jugadores con muchísimo que enseñar y de los que aprender, y que no tienen por qué vestir de blanco o azulgrana. Que de blanquivioleta también hay ídolos.
