Ayub se ha reencontrado en el Guijuelo en este mercado invernal con Rubén de la Barrera, después de brillar a sus órdenes el pasado año en el Real Valladolid Promesas

Decía Joaquín Sabina en ‘Peces de ciudad’, una de sus más brillantes genialidades –y ha escrito unas cuantas– que en Comala comprendió que al lugar donde has sido feliz no debieras tratar de volver. No dice nada, sin embargo, de segundas partes con personas, o no al menos en esa canción. Aunque, ya se sabe, dicen, segundas partes nunca fueron buenas.
Los exblanquivioletas Rubén de la Barrera y Ayub vienen de sellar su reto al refranero; dicen, o por lo menos su reencuentro, que con quien fuiste feliz puedes volver a serlo, aunque la vida te llevara por caminos, sino raros, que cantaba González, por lo menos sí distintos.
Sucede que a veces uno entiende con el tiempo que no debió separarse de quien tanto le dio, y en estas andan ellos. Cierto es, fútbol es fútbol, que decía Boskov. A lo mejor no hubo antes opción. Más vale tarde que nunca.
Propiedad del Girona, Ayub comenzó la temporada cedido en el Marbella, lejos del que fue su mentor en el Real Valladolid Promesas. Jugó solo siete partidos, fue titular solamente una vez y sumó tan solo 164 minutos. Como si alguien hubiera olvidado que es mucho su fútbol, mucho juego el que puede repartir desde un centro del campo que dominó la pasada campaña en el filial blanquivioleta como nadie en el último lustro.
De la Barrera, en el Guijuelo, contradijo al maestro; buscaba alargar la felicidad después de un impás. Y, honestamente, tampoco le fue en la primera vuelta demasiado bien. Aunque los chacineros empezaron el curso con brillantez, poco a poco se fueron diluyendo hasta alejarse de los puestos que dan acceso a la promoción de ascenso a Segunda, la tierra, sino prometida, al menos sí anhelada.
Que nunca llovió sin que escampara es algo que querrán demostrar tras reencontrarse. Anunciado hace algo más de una semana el acuerdo de cesión que llevaba al hispano-marroquí a Salamanca, entendida la necesidad de volverse a juntar, el técnico gallego no dudó: en la primera oportunidad que tuvo puso al que fue su fetiche el año pasado al mando de las operaciones. No bastó para ganar al Somozas, pero el fútbol fue otro.
“Pide tres deseos”

A Rubén de la Barrera se le recuerda en Valladolid como un entrenador con carácter, ambicioso y muy exigente, pero también realista. A Ayub, como un genio. Unidos otra vez ambos, cabe esperar que el técnico frote la lámpara y le pida tres deseos, eso sí, sin despegar los pies del suelo.
El primero es que trate de liderar la vuelta del Guijuelo al nivel de fútbol ofrecido en los inicios de la temporada. El segundo, que esta eventual mejoría encuentre plasmación en la obtención de unos mejores resultados que los obtenidos recientemente, pues los chacineros han perdido ocho de sus últimos once partidos. Y el tercero y último, que esta mejor suerte les haga correr hasta la consecución del objetivo, que no es otro que volver a clasificarse para el play-off de ascenso a la Segunda División.
Ayub, claro, tratará de responder positivamente (porque es genio, pero uno; el fútbol es más), por el bien conjunto. ¿Cuál es la capacidad del mediocentro para cumplir esos tres deseos? Mucha. Recuérdese en caso de duda o pensamiento en contrario la manera en que jugaba el Promesas el año pasado. No era solo responsabilidad de ambos, pero sí en gran medida su culpa.
Su magia se equiparó una vez en estas líneas a la que proyecta en su fútbol Arda Turan, solo que en otra posición. Con el paso de las jornadas, dado que su posición así lo requería, fue ganando en sacrificio defensivo, pero en lo que brilló sobremanera fue en lo creativo, en el sentido más extenso de la palabra. No era normalmente primera opción para la salida de balón, pero participaba en esta faceta recibiéndolo en segunda instancia. Y a partir de él nacía todo.
Una vez Ayub recibía el cuero, ligeramente virado hacia alguno de los interiores, pero en una posición que le permitía dominar los 360º, todo se ordenaba y se desordenaba a partir de su capacidad de llevar el peso del mediocampo. Necesitaba un escudero, sí, alguien que limpiara de marcas la zona media y que bregara lo que él no es capaz, pero esa sensación reinante de orden y desorden era la que llevaba al Promesas a mandar en los partidos.
De orden porque todo giraba alrededor de él. De desorden, por cómo sus compañeros se ofrecían, o cómo él se acercaba a ellos, o por cómo engañaba al rival con un señuelo; llevo el juego aquí y cambio al hombre alejado y liberado –conceptos manidos en el ideario de su entonces y hoy entrenador–. Y si la organización del rival era tal que no podía jugar con los demás, se cosía el balón al pie, conducía, rompía líneas y llegaba a gol.
Creó el #ayubismo a partir de su visión de juego y su técnica. Y así, fue decisivo diferentes días; contra el Real Oviedo, frente a la Cultural Leonesa, ante el Coruxo, en Los Anexos ante el Somozas, en Luanco ante el Marino… Lástima de lunar: que fue demasiado tarjeteado, lo que privó a la grada de disfrutar más de su amplia gana de recursos.
Como si estuvieran perseguidos por vidas que dejaron cruzadas, que cantó un día Ferreiro, De la Barrera y Ayub vuelven a encontrarse en Guijuelo bajo un mismo objetivo; aprovecharse cada uno del otro para seguir creciendo. Para quién sabe si dar el paso definitivo previo a la élite. Lo primero es lo primero: cumplir los tres deseos. Y contradecir a Sabina y al dicho.
