El Real Valladolid deja volar los tres puntos de Zorrilla fruto de un grave error a falta de un par de minutos para la conclusión del encuentro.
 Hay noches que terminan con un sabor amargo, casi en desamor. Al menos en desencuentro terminó la noche de lunes para el Real Valladolid, no tanto porque no hallase el camino hacia el buen juego como porque el roce y ahínco con que buscó la victoria terminó en refriega.
Hay noches que terminan con un sabor amargo, casi en desamor. Al menos en desencuentro terminó la noche de lunes para el Real Valladolid, no tanto porque no hallase el camino hacia el buen juego como porque el roce y ahínco con que buscó la victoria terminó en refriega.
El error de Marc Valiente a falta de un par de minutos para la conclusión del encuentro fue agravado por Jaime, entre cuyos dedos se escapó un punto que, por el momento en que se dio el final fatal, siquiera sonaba a consuelo; el agua tibia con el que despertar de un juego que, siendo efectista, no fue efectivo.
No fue por falta de empeño, desde luego. Los soldados de Djukic se emplearon con mimo aun cuando delante formaba Beñat Etxebarría, quizá el mejor mediocentro ajeno a la bicefalia que gobierna España; que ya no a la España que gobierna el mundo. Dominaron la posesión desplegando un buen juego, bonito, pero se toparon de bruces con un cinturón de castidad que parecía inquebrantable.
Por Casto, claro, pero no solo. También Paulão puso de su parte, por ejemplo. Como la propia incapacidad de hacer buenas las llegadas e intentonas de Patrick Ebert, principalmente. A la espalda de Rukavina, que de doblar cucharas con la misma facilidad que bandas bien podría dedicarse al oficio de mentalista, aparecía Salvador Agra.
En la izquierda, hasta que se le acabaron las pilas, la velocidad del luso creó algún que otro desajuste, tanto en jugada hilvanada como en la eficiente presión realizada sobre la salida de balón de Jesús Rueda. Al otro lado, aunque en realidad jugase por detrás de Jorge Molina, percutiendo sobre un Marc Valiente obligado a multiplicarse, Rubén Castro ponía la réplica y daba otra opción de pase a Beñat, el metrónomo.
Enfrente, Víctor Pérez era el diapasón que afinaba el juego ofensivo vallisoletano. Ninguna con tanto como el que llevó Jorge Molina pasado el ecuador de la primera mitad. La ocasión más clara de los blanquivioletas antes del descanso estuvo de las botas de Óscar, que remató fuera por poco un envío de Omar.
De un centro del canario, ya en el segundo periodo, pudo llegar la recompensa al arrojo mostrado por Ebert. Casto, sin embargo, despejó el cuero por encima del travesaño de manera brillante, a la altura de la escuadra contraria a la que remató el alemán de cabeza.
En una de tantas contras Rubén Castro dio el susto. Nada que ver con lo que ocurriría al final. Antes de que éste llegase, Manucho hizo su debut esta temporada y sirvió de un buen balón a Alberto Bueno que no llegó a rematar. Fue, junto al testarazo de Ebert y un lanzamiento de Omar, el momento en que el Valladolid estuvo más cerca de probar las mieles esquivas del gol.
Cuando el partido tocó a arrebato, la suerte, escurridiza, se transformó en un balón al que Marc Valiente perdió de vista y que parecía ir a parar a las manos de Jaime. Escurridizo, decíamos, se le escapó y quedó franco para que Castro anotase a falta de escasos minutos para el final un tanto tan imprevisto como predecible; no tanto por aquello de que quien perdona paga, que también, como porque con él llegase una derrota quizá inmerecida, pero que pone al equipo en su sitio.
En realidad, éste nunca se perdió, pero es un recordatorio más para que conozca el lugar que ocupa, y por ende, que los errores no están permitidos, ni en la meta propia ni en la ajena. En Primera no se regalan los suspiros, y el Valladolid, sin querer, convirtió el suyo en alhaja al convertirse en el adolescente pagafantas al que, de tanto tocar sin consumar, la chica guapa llamada Victoria dejó con un palmo de narices por el goleador de turno.
No obstante: que no cunda el pánico. Los de Djukic volvieron a cuajar un buen encuentro en un escenario propicio para ello, contra un equipo que juega y deja jugar, pero al que, con jugadores de la talla de Rubén Pérez y Beñat en el medio, hay que jugarle. Sin la brillantez de Álvaro Rubio u Óscar en otras ocasiones, los blanquivioletas volvieron a hacer un buen fútbol que indica que sí, que ése es el camino.
Puede no serlo si la acuciante falta de gol continúa. Sin llegar a obsesionarse, que Guerra no haya estrenado su casillero debe preocupar. Como que dé la sensación de que el equipo nota dependencia de la sangre rival que ‘Heartbreak Nine’ derrama. Más allá de los errores ante la meta contraria, el que provocó que volasen los tres puntos de Zorrilla, aunque doloroso, ha de verse como anecdótico. Siempre que no se repita. Siempre que los primeros desaparezcan.
 
			