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Una incomodidad menos

por Jesús Domínguez
27 de noviembre de 2012
en Noticias
Víctor Pérez Jorge Molina

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Álvaro Vadillo castiga en la segunda mitad la indolencia de un Real Valladolid al que pareció no interesarle seguir en competición.

 

Víctor Pérez Jorge MolinaEn el fútbol, como en la vida, dos no pelean si uno no quiere. Y cuando uno no quiere, lo normal es que el que sí lucha se meta al zurrón la victoria, en ocasiones, como quien cose. Cuando no hila, cuesta; pero, al final, gana. Quien quiera una muestra no tiene más que ver una reposición del Real Betis Balompié – Real Valladolid, en el que los verdiblancos con Vadillo y poco más, eliminaron a unos blanquivioletas apáticos.

Viendo el desarrollo del encuentro, lo cierto es que parece que a los de Djukic les dio pereza siquiera intentar seguir adelante en Copa del Rey. Bueno, y al propio serbio. No tanto porque no compareciese, como hace cada vez que se juega la Copa Castilla y León como porque fue incapaz de imprimir un ápice de intensidad a un equipo que careció de alma.

La baja de última hora de Rukavina obligó a dar entrada a Víctor Pérez en el lateral derecho. O algo así. Viendo incluso la lista, la sensación existente es que había otras alternativas de una apariencia menos extraña, pero el balcánico decide, y decidió tocar solo una tecla a cambio de convertir el lateral derecho en una autopista.

El Valladolid parecía ir a jugar a contrapié desde el once inicial, pero a la postre no lo hizo ni al cambiado ni al natural. El flanco derecho de la zaga, obra de arte bizarro, no fue el único puesto en el que el equipo estuvo cojo. El centro del campo, sin errar en exceso, no fue capaz de dominar el esférico, y de Juan Neira solo se vio el peinado y una sonrojante patada al aire.

Tampoco hay que convertir estas cuestiones en un drama, es verdad, pero cuando no brillan Bueno -siempre con la intermitencia puesta- ni Javi Guerra, cuya crisis invita a pesar en que debe ser rescatado, bien por la Unión Europea, por el Equipo A o por quien pueda devolverlo a la mejor versión, los chispazos de Rubén Peña pasan a convertirse en una noticia tan buena como preocupante.

Preocupante porque, por encima del juego pobre, lo que hay que apuntar en el debe de los soldados es que se creyesen reservistas. Si lo hicieron, claro está, es porque tampoco hubo quien les hiciese sentir que el partido era capital, lo que choca con la imagen mostrada en la ida en Zorrilla y con el afán de competición al que Djukic se había referido en la previa.

Ante este panorama, el primer gol no podría llegar de un modo que no fuese a balón parado, perdición este año, aunque esta vez no hubo balón al segundo palo y grande con pequeño, sino cerradito a la cabeza de Antonio Amaya, con quien Guerra no saltó. Novedad sí, pero a medias; vaya.

En la segunda parte la cosa fue igual. O, bueno, parecida. Básicamente porque el Betis siguió jugando al tran-tran, pero empezó a hacerlo con algo más de mala leche, la que tiene el hambriento Beñat. Cuando a él se unió Álvaro Vadillo, proyecto de jugadorazo, el Pucela perdió de manera definitiva las escasas posibilidades que tenía de pasar, viendo sus pocas ganas de hacerlo.

Vadillo puso en bandeja a Rubén Castro el segundo gol y Omar colgó el cartel de “El Real Valladolid tuvo una ocasión aquí” antes de que Jesús Rueda anotase en su propia meta otra jugada del canterano bético, tanto que podría haber sido un drama si en algún momento los blanquivioletas hubiesen tocado a arrebato, cosa que no hicieron.

A pesar de la derrota y la eliminación, no conviene el drama. La eliminación parece suponer una incomodidad menos y los puntos siguen siendo dieciocho. No por ello deja de ser una lástima que de nuevo la Copa del Rey se escape con tanta pasividad. Y no, la excusa de la plantilla corta no cuela. No después de la ida. Competir, aunque Djukic parezca pensar lo contrario, hasta Pesca puede. Y deber, deben todos.

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