El Real Valladolid llegó a arrinconar al Valencia en la segunda mitad, pero un gol en los últimos minutos del conjunto local decantó la balanza a favor de los de Voro

Jugar sin la espada de Damócles por encima de la cabeza siempre permite un poco más de dispersión sobre el césped. Como aquel chaval que va al colegio con los deberes hechos, el Real Valladolid viajó a Valencia con el objetivo de la permanencia casi logrado de forma matemática y con un plantel que, con motivo del alto número de lesionados, permitió la titularidad de algunos jóvenes como Kike Pérez o Víctor García, que, sobre todo este último, no olvidarán su experiencia en el territorio valenciano.
Que no hubiese presión, empero, no significaba precisamente renunciar al fútbol. Tampoco había motivos para pensar en esa circunstancia, pues si bien algo ha hecho el Pucela a lo largo de toda esta campaña es competir, a veces con un planteamiento más rácano que lustroso, pero de cualquier modo molestando a unos rivales que ya han visto que no es fácil rascar puntos contra los blanquivioletas.
Quizá muchos pensaron que el partido de este martes resultaría en una resurrección de los locales. Tras una campaña atípica, de color gris tirando a negro, el Valencia tenía la obligación de dar un golpe sobre la mesa, ya no solo para intentar pelear por entrar en la Europa League, sino también para mandar un mensaje a su afición.
Ese mensaje era el de “igual este año no, pero al siguiente ya veréis”, mas parece que hará falta un verano muy largo de trabajo para que los ches rehagan su propuesta. Esta tarde, por el bien del Valencia, no estuvo de más que Mestalla estuviese vacío.
También podría pensarse, visto el once inicial, que Ben Arfa tendría uno de sus días mágicos, ya anquilosados en la memoria y en el cajón del baúl de los recuerdos. El galáctico del Real Valladolid ha terminado el curso con el mismo color grisáceo que los valencianos, con la diferencia de que el franco-tunecino ya venía descolorido de casa, aunque desde Zorrilla se apostó por una vuelta estelar, al más puro estilo de la película Dele color al difunto (1970). No ha sido así.
Haciendo balance, no pasa nada por decir que Waldo igual mereció unos pocos más de minutos este año y que Sandro también ha pasado con más pena que gloria por el vestuario pucelano. Y es que en los primeros cuarenta y cinco minutos de partido fue el extremeño quien más y mejor percutió la banda contraria, poniendo ritmo a un encuentro que tendió a la apatía en muchos momentos.
Con la firma de Waldo llegó la mejor del Pucela antes del intervalo o, mejor dicho, las dos mejores, porque se sucedieron en apenas dos minutos. La carrera por la banda del extremo llegado el minuto veinticinco acabó en una buena maniobra dentro del área y un disparo raso a las manos de Jaume, que fue el mejor. Apenas sesenta segundos después, el propio Waldo ponía un centro a la cabeza de Víctor García, que la envió fuera, aunque demostrando que el chico tenía ganas y que no estaba en el campo solamente para sudar la camiseta.
También haciendo balance era esperable que el Real Valladolid errara en una salida de balón, como así fue en el gol que permitió el tanto del Valencia. Fallo grosero de Ünal en la línea de tres cuartos que aprovechó muy bien Guedes, que a su vez abrió para Gameiro y que se la puso en bandeja a Maxi Gómez. Gol, 1-0 y una sensación un tanto extraña. Porque el Valencia seguía gris, pero el marcador decía otra cosa.

Foto: LaLiga
Lo que ocurrió tras el mediotiempo da que pensar sobre lo que está pasando últimamente en los vestuarios cuando llega el pitido del descanso. Al igual que en el partido ante Levante, que pareció dejar una plantilla en las duchas para sacar al césped otra totalmente distinta, los de Sergio se crecieron en la segunda mitad.
El Valencia, ya gris modo nube de tormenta, a la espera del chaparrón, aguardaba en su campo a un Pucela que comenzó a marcar los tiempos de forma extraordinaria.
Solo hubo que esperar hasta el 47´para que el canterano Víctor García cazara un balón en la olla y con una media vuelta magnífica empatase un choque que se ponía de cara. Con Alcaraz, Hervías y Guardiola, los visitantes lograron arrinconar a su oponente. Y a los de Voro les entró la prisa, que siempre es mala compañera.
El Real Valladolid estuvo por tramos arrogante, peleón, chulesco, altivo, con poderío arriba; algo raro para el aficionado blanquivioleta, que este curso tragó mucho de la fórmula mágica: atrás y bien juntos. Y hay que decir mágica, porque lo cierto es que funcionó.
La sensación era que los puntos estaban más cerca de la meseta que del mediterráneo, y entre la sociedad Antoñito-Nacho y las ocasiones de Hervías, Olivas, y Sandro se bombardeó a una defensa y a un portero que se fue del estadio coronado como el mejor del enfrentamiento.
Se sabe, no obstante, que en esto del fuúbol hay que tener una pizca de suerte. Y en eso el Pucela nunca ha estado bien servido, por muy gris que ande el contrario y muy fuerte que se sienta uno en sus carnes. Ese arrojo ofensivo que lleva acusando buena parte de la liga no impidió que el coreano Kang-In, cuando peor estaba su vestuario, se sacase de la manga un derechazo ajustado al palo al que no llegó Masip. Mazazo para los de Sergio.
Al final el gris se lo llevó el Real Valladolid, aunque sin mucho drama, que los deberes ya están (casi) hechos. El guion fue parecido al de otras veces, con una escuadra que no supo cerrar el partido y que acabó, pese a mostrar una valentía de Primera, pagándolo en su portería.
 
			