El Real Valladolid vive inmerso en una nueva temporada en la que el objetivo es recuperar la ilusión perdida y volver a Primera División, pero el reto no se afronta únicamente desde los entrenamientos o los partidos. El club también se ha propuesto transmitir a sus nuevos jugadores lo que significa vestir la camiseta blanquivioleta, entender la ciudad, su gente y la pasión de una afición que no se conforma con poco.
Con ese propósito ha nacido una nueva iniciativa dentro del club, en la llamada ‘Academia Pucela’, un nuevo espacio que llevó a cuatro futbolistas, cuatro de los siete recién llegados, al Archivo Municipal de Valladolid, donde la historia de la ciudad se conserva desde hace siglos y que, por una tarde, se convirtió también en un aula en el que el sentimiento y pertenencia al club blanquivioleta inundó la estancia. Trilli, Tomeo, Guilherme y Bueno fueron los elegidos para esta cita y allí se encontraron con cuatro voces más que autorizadas para explicar bien qué es lo que significa ser del Pucela.

La ‘Academia Pucela’, además, contó con unos profesores de lujo: Eusebio Sacristán, Carmen Reol, Borja Lara y Mar Coria para un evento especial en el que se dio un intercambio sincero de experiencias, recuerdos y advertencias que buscaba transmitir a los jugadores la importancia de entender el lugar al que han llegado y lo que se les exigirá desde la ciudad, el club y la grada.
A un objetivo muy sencillo, en el que los nuevos futbolistas conozcan la historia y la trascendencia del club, se une otro algo más complejo: que no solo jueguen por el club que los ha fichado, sino que sean capaces de representar a toda una provincia que respira fútbol y a un sentimiento que, generación tras generación, se ha mantenido fiel a sus colores.
Un objetivo claro para los maestros de Academia Pucela
El mensaje fue unánime por parte de las voces de los ponentes en la charla: Valladolid quiere volver a ver a su equipo en Primera División, pero no de manera fugaz ni a cualquier precio. Un mensaje que encaja con las intervenciones de pretemporada en las que Víctor Orta y los propios presidentes de la entidad, Enrique Uruñuela y Gabriel Solares, trataron de dejar bien claro también para definir un marco de ascenso que fuera más allá del ascensor de la última década.
Borja Lara, exfutbolista blanquivioleta que participó en el ascenso de 1980 y que más tarde dirigió durante casi cuatro décadas la Fundación Municipal de Deportes, lo expresó con claridad, pidiendo esfuerzo, constancia y sacrificio, recordando que la afición anhela dejar de ser ese “equipo ascensor” y consolidarse en la máxima categoría. Sus palabras fueron a la vez una advertencia y una motivación, pues, según Lara: “El faro del deporte vallisoletano es el Real Valladolid, y esa es vuestra responsabilidad”.

También hubo un espacio importante para la afición. Carmen Reol, abonada número dos del club y presente en todos los estadios del Valladolid desde 1946, puso voz a lo que miles de vallisoletanos sienten cada fin de semana. Carmen, como la grada, no exige victorias imposibles, pero sí un compromiso al escudo y a los colores. “Lo peor es la indiferencia”, comentó Reol, que afirmó que “aunque no entren los goles, lo que no se perdona es que no se luche”.
Un testimonio al que se sumaría gran parte de la afición y que se acompañó por la reflexión de Mar Coria, trabajadora del club desde 1988 y abonada desde entonces. Coria retrató a la perfección la idiosincrasia castellana de una exigencia, quizá austera en gestos, pero capaz de entregar todo su apoyo cuando percibe entrega en el césped.
Borja Lara completó la idea describiendo a la hinchada como tranquila, paciente hasta cierto punto, pero profundamente implicada en los momentos importantes. La realidad es que el Real Valladolid ya no es solo un equipo de fútbol, ya que la entidad tiene un impacto tangible en la economía, en la imagen de la ciudad y en su proyección internacional.
Una vida en el Real Valladolid
El encuentro en el Archivo Municipal también tuvo espacio para la emoción personal. Eusebio Sacristán, leyenda del club y símbolo de superación, relató con crudeza el accidente que en 2020 le obligó a luchar por su vida y a reponerse tras un coma de tres semanas. Habló de la determinación, de la fe y de la necesidad de no rendirse, un mensaje que caló en los jóvenes futbolistas que lo escuchaban con atención.

Su experiencia, junto a la de Lara, que vio truncada su carrera por una lesión de rodilla a comienzos de los ochenta, sirvió para poner de relieve la importancia de la resiliencia, de levantarse cada vez que la vida golpea. Los cuatro jugadores escucharon con atención, plantearon preguntas y compartieron inquietudes. La lección de que no basta con entrenar, jugar y ganar estuvo clara. Hay que sentir lo que significa el escudo, entender a quienes llenan Zorrilla y comprometerse con la historia que se lleva en la camiseta.
Una ciudad al servicio del Real Valladolid… y viceversa
Valladolid, como ciudad, fue descrita por sus propios habitantes como un lugar acogedor, cómodo y con la medida justa entre tranquilidad y vida cultural. Un entorno en el que los futbolistas, si saben implicarse, pueden crecer no solo en lo deportivo, sino también en lo personal. Un espejo, si cabe, de lo que significa el club, de la temperatura de la grada y de la crudeza, a veces, del ambiente de Zorrilla.
La sesión concluyó con el mensaje común para no bajar los brazos cuando lleguen los momentos difíciles, para recordar que la afición responde cuando ve compromiso y que la ciudad entera vibra con el equipo blanquivioleta. El Real Valladolid quiere recuperar ese sitio que le pertenece en Primera División pero habrá que ganarse con sudor y lágrimas. La lucha ya ha comenzado y la realidad es que algunos de sus nuevos integrantes hoy serán más conscientes de lo que significa su esfuerzo para tanta gente.
