El Real Valladolid no pudo pasar del empate en el Ibercaja Estadio ante un Real Zaragoza que planteó un partido práctico, consciente de cuáles eran los puntos débiles del equipo de Guillermo Almada y, sobre todo, incapaz de mostrar más capacidad para ir a por el partido. El duelo dejó una lectura clara sobre el Valladolid: las bandas del conjunto blanquivioleta no fueron capaces de generar el desequilibrio necesario para inclinar el encuentro.
Este es un problema que no es nuevo y que empieza a convertirse en un patrón preocupante. Lo que en jornadas anteriores había permitido abrir el campo y multiplicar las opciones ofensivas, esta vez se encontró con un rival que supo cerrarle todos los caminos y exponer la falta de creatividad del Pucela en los costados.
Un Valladolid apático en un escenario incómodo
Desde el arranque se vio un Valladolid plano en los perfiles exteriores. La presión alta del Zaragoza condicionó la recepción de los extremos y forzó a los laterales a jugar demasiado atrás, limitando las combinaciones que normalmente sirven para progresar en campo rival. El plan de Gabi fue efectivo, a la hora de escalonar defensores para impedir que Biuk o Alejo recibieran en ventaja y poder cortar las líneas de pase hacia los apoyos interiores.
La consecuencia fue ver un Pucela obligado a repetir ataques por fuera sin la claridad suficiente, centrando sin precisión o buscando diagonales que rara vez encontraron continuidad. El Zaragoza no necesitó grandes alardes para desactivar esas vías, tan solo orden, intensidad y lectura táctica. La ausencia de un jugador con la capacidad de desbordar en uno contra uno fue una de las claves.

Ninguno de los efectivos que podían dar algo más por fuera lograron imponerse a sus pares en velocidad o habilidad, lo que hizo que los ataques blanquivioletas se volvieran previsibles. Las ayudas constantes de los mediocentros aragoneses reforzaron ese bloqueo, y el Valladolid no halló alternativas para romper el cerrojo. Sin diagonales que liberaran a Latasa ni conexiones claras con la segunda línea, con un Chuki muy escorado y fuera de zonas de peligro, la producción ofensiva se resintió.
El problema no se limitó a la fase ofensiva. La falta de profundidad en las bandas también condicionó la transición defensiva. Cada pérdida se convertía en un riesgo porque los laterales quedaban a medio camino, ni incorporados al ataque ni bien posicionados atrás. El Zaragoza aprovechó esos vacíos para lanzar contras que, aunque no terminaron en gol, evidenciaron una fragilidad estructural.
Almada insistió durante la pretemporada en que la presión tras pérdida debía ser uno de los sellos de identidad de su equipo, pero sin amplitud real y sin extremos capaces de fijar a sus marcadores, ese mecanismo se vuelve más frágil y fácil de superar.
Esta vez los cambios no fueron tan decisivos
Otro aspecto relevante fue la falta de soluciones desde el banquillo. Las sustituciones no alteraron el guion del partido porque los perfiles ofensivos eran similares y no aportaron variantes tácticas. La entrada de Garri dio algo más de frescura en el lateral, pero tampoco cambió el escenario de falta de ideas. Almada reconoció en rueda de prensa que el equipo necesita “más claridad en los metros finales” y que la previsibilidad del ataque estaba restando opciones.

Un diagnóstico que coincide con lo que se vio en Zaragoza, pero que plantea un horizonte nada sencillo para un Pucela que ya ha visto esta película en otros momentos. Aunque bien posicionado, con control relativo del balón, el Pucela vivió sin la capacidad de transformar la posesión en oportunidades de calidad. Al Valladolid le sigue faltando un futbolista que asuma la responsabilidad creativa en los costados, alguien que, además de estirar el campo, se atreva a inventar y a cargar con la toma de decisiones en situaciones de bloqueo.
Mientras, el equipo se ve obligado a insistir en mecanismos que los rivales ya conocen y que resultan insuficientes frente a defensas ordenadas como la del Zaragoza. El problema no es de actitud, sino de recursos: faltan piezas capaces de marcar diferencias individuales cuando el plan colectivo no fluye. El empate en Zaragoza debe interpretarse como una advertencia para el proyecto de Almada. La solidez, reflejada en otro partido invicto, sigue siendo un punto a favor, pero si el equipo quiere aspirar a la parte alta de la clasificación necesita dar un paso adelante en ataque.
 
			