Ojalá me disculpen que utilice aquí la primera persona, pues no puedo negar que una de las cosas más difíciles del año en clave Blanquivioletas ha sido ponerme delante del folio en blanco tras visualizar el partido del Real Valladolid para plasmar, semana tras semana, las tres claves que, según mi mirada, componían las razones fundamentales de las caídas continuas de un equipo al que apenas le ha dado para competir en un puñado de ocasiones en toda una temporada.
Por ello era importante tratar de aglutinar toda esa información, sentarme de nuevo ante el ordenador y tratar de enfocar de nuevo la mirada en un Valladolid herido, que durante toda la campaña en el césped ha dado muestras de enfermedad terminal. Esa realidad y esa sensación me empujan a tratar de representar, en algo más de tres claves, las que para mí son puntos fundamentales para entender una deriva dura, de difícil solución en la dinámica de la temporada y en la que los mimbres no permitieron una revolución, ni antes ni después de un mercado de invierno insulso.
Un proyecto sin mimbres para ser competitivo
El Real Valladolid esta temporada perdió desde los despachos. Aun teniendo el rostro de un derrumbe lento, el desorden que supuso una planificación con pocos recursos y nulas salidas para vestir una plantilla competitiva es difícil de defender. El equipo nunca llegó a tener cimientos sólidos y se despidió de Primera División dejando atrás una campaña donde la fragilidad fue la constante que marcó el camino más que la puntería con el balón. Ni en los despachos ni en el césped se encontró respuesta alguna a una realidad lapidaria: El equipo no tenía nivel suficiente para competir de igual a igual.
Con la dirección deportiva en manos de Domingo Catoira, el club apostó por una plantilla desequilibrada y carente de experiencia para resistir la exigencia de la élite. Fichajes poco contrastados, ventas dolorosas (como la de Boyomo) y una falta de refuerzos de garantías condenaron al equipo desde el principio. Las estadísticas lo dicen todo: El Valladolid fue el equipo más goleado, el que más perdió y el que menos goles logró marcar. Y lo más grave es que no fue capaz nunca de ofrecer una identidad reconocible o destacable.
Un banquillo que no ha sabido revertir la situación
Si el campo es reflejo del alma de un equipo, el banquillo del Real Valladolid ha sido esta temporada un espejo roto. La sucesión de nombres (Pezzolano, Cocca y finalmente Rubio) no sirvió más que para aumentar la confusión de una plantilla sin guía. Ninguno de los tres logró encontrar el camino, aunque la salida de Pezzolano sí desató una serie de situaciones que acabaron incluso con la sensación de que la plantilla iba a una a por el difícil objetivo de la permanencia. La grada, fiel pero decepcionada, asistió a un descenso anunciado donde las promesas iniciales de estabilidad y crecimiento bajo el paraguas de Ronaldo se esfumaron como un espejismo.
Paulo Pezzolano comenzó el curso con crédito tras el ascenso, pero su propuesta se diluyó en cuanto el equipo pisó terreno de Primera División. Su estilo, basado en la intensidad y la presión alta, no encontró intérpretes fiables en una plantilla muy pobre y con ausencias notables. Su salida dio paso a una apuesta sorprendente y breve: Diego Cocca. El argentino aterrizó con la promesa de orden y competitividad, pero no duró lo suficiente ni para dejar huella. Su paso fue fugaz, más teórico que práctico y con muy poca sensación de que pudiera cumplir lo que prometía.

Con el descenso ya asomando, llegó Álvaro Rubio, una figura querida por la afición, pero sin experiencia suficiente ni recursos para cambiar el curso del barco a la deriva de un Valladolid inestable. El equipo, en ese momento, ya había perdido el norte y ni la ilusión ni la nostalgia pudieron evitarlo. Lo que necesitaba el equipo era un líder con una idea clara y la autoridad para ejecutarla, pero no hubo capacidad, ideas ni carácter suficientes en el trabajo del exjugador blanquivioleta para poder aspirar a ello. Un banquillo que acabó siendo el reflejo exacto de un proyecto sin rumbo.
Una directiva incapaz de reaccionar a tiempo
En el fútbol actual, tan importante es acertar en verano como saber corregir en invierno. Y si algo ha quedado claro esta temporada en el Real Valladolid es que la dirección deportiva y la cúpula del club no supieron reaccionar a tiempo ante la inestabilidad del equipo. Más allá de los fichajes, incluso, es sorprendente la inactividad de una directiva empeñada en mandar comunicado tras comunicado sin demasiado sentido ni contenido mientras el equipo se desangraba.

Nadie fue capaz de contener la hemorragia y nadie parecía tener la culpa o asumirla. La planificación deportiva no tuvo consecuencias e incluso la agilidad del club a la hora de paliar un enfrentamiento abierto entre dos jugadores en el banquillo dejó mucho que desear. Los síntomas de improvisación han sido colosales en un club que no ha garantizado en ningún momento la sensación de que había alguien capaz de tomar decisiones. Un equipo herido y descabezado, sin líderes.
Todo ha ido a remolque, tomando decisiones más por urgencia que por estrategia. Sin un modelo, sin un rumbo definido para el proyecto ni una comunicación firme con el entorno, el resultado es un equipo que ha perdido la categoría con semanas de antelación ante una afición desencantada. Ni Ronaldo, ni Catoira, ni Mazziotti, ni Paulo André han sabido ser líderes. Y tampoco estarán el año que viene en la grada. Por suerte, Valladolid sí.
