El Real Valladolid vive demasiado hundido en cada partido. Y no, aunque tendría cierto sentido, en este casi no se habla de la apatía o del ánimo del equipo pucelano a la hora de encarar el duelo, sino de la altura de juego que durante los partidos suele mostrar el equipo de Álvaro Rubio. Ante la necesidad de facilitar una protección al equipo, la realidad es que se dificultan muchas de las demás necesidades del conjunto pucelano.
Hay tres razones fundamentales para poder entender esa tendencia a instaurar un bloque bajo: El temor, el perfil de los centrocampistas y la voluntad de juntar líneas. Tres realidades que pueden parecer menores, pero que de alguna manera argumentan algunas de las malas sensaciones que arrastra este equipo desde casi el comienzo de esta temporada y que aleja muchas de las opciones del equipo para poder dar un paso adelante y forzar algo más la maquinaria que puede poner en marcha este equipo.
El temor a recibir gol o a exigir un repliegue rápido a la línea defensiva lleva a que, sin balón, se tienda a recular hacia el área. Una tendencia habitual, pero que hay que saber contrarrestar cuando el equipo tiene la voluntad y la oportunidad de atacar. El equipo no se gira correctamente ni tiene velocidad para responder a las contras rivales. Ni tiene ese perfil de defensa (lo ha vendido todo) ni tiene capacidad colectiva para resistir demasiado el envite del rival en ese sentido. Por lógica, esto lleva a tener una cifra de goles en contra abusiva, pues se le añade que, incluso a la hora de marcar al rival, tampoco es del todo eficiente.
El perfil de los centrocampistas marca mucho esta realidad, por tratarse en gran medida de jugadores que tienden a sentirse más seguros equilibrando o apoyando la función defensiva y no avanzando o buscando un pase progresivo, lo que resta capacidad para escalonar el juego o encontrar vías para salir de ese bloque bajo auto instaurado. La ausencia de perfiles diferenciales a la hora de gestionar la posesión, además, es un mal que lleva persiguiendo al Real Valladolid desde la pasada campaña en Segunda División, incluso teniendo en ese momento perfiles que podrían responder hoy con cierta capacidad.
Y, por último, la sensación de que, juntando líneas, se reduce el peligro, haciendo que, como en el caso del partido ante la Real Sociedad en Anoeta, hasta siete jugadores del Valladolid vivieron en campo propio como marca la posición media de los jugadores al acabar el encuentro. No es normal ver un equipo tan presente cerca de su propio área y que no tenga recursos ofensivos que respondan a ese plan. El Valladolid no consigue jugar el largo ni a la contra con eficacia, por lo que esta altura solo perjudica sus opciones.
Y eso, a su vez, tiene numerosas consecuencias. La más grave de todas, la incapacidad de salir con el balón jugado con solvencia, facilitando que el rival, con muy poco, pueda recuperar el balón en campo rival. Además, es bastante habitual que la falta de escalones a la hora de progresar fomente que el Valladolid caiga en errores no forzados, por arriesgar más de la cuenta en una conducción o pase.
O, como se ha comentado ya con el caso de Latasa, el delantero centro viva en una isla y, a pesar de intentar jugar directo, sea incapaz de dar continuidad a la jugada. Una realidad que condiciona las opciones de un Valladolid que bebe y respira de una plantilla demasiado limitada a nivel individual y colectivo, obligando a unas decisiones tácticas que limitan, a su vez, la capacidad y el rango de acción de un equipo hundido en la tabla y también en el campo.
