El Real Valladolid volvió a ser un reflejo de sus propias carencias en el partido del domingo ante un CD Mirandés que supo medir la temperatura al conjunto blanquivioleta. Demasiados minutos perdidos, sin capacidad para hacer daño y con nula capacidad creativa. Una realidad que dificultó en gran medida el trabajo de un Pucela que vuelve a mostrar carencias en el juego, en la precisión de los centros y que, otra vez, demuestra que tiene poca mordiente en el área para lograr encontrar portería. Muy pocos remates a portería a pesar de que, durante la segunda mitad, la voluntad del equipo cambió y el asedio fue evidente.
Tiene que mejorar mucho el equipo de Almada para no ir a la deriva a pesar de que los vaivenes en LaLiga Hypermotion sean la señal inequívoca de que la competitividad ha de llegar en los momentos oportunos. Hay razones para la esperanza si el equipo afina un poco la puntería y se mejora ese juego interior, cosa que ya se vio que parece diferente con jugadores como Ponceau o Chuki más entonados en la frontal, por lo que al Valladolid le toca calibrar mejor sus esfuerzos, volver a confiar en sus herramientas y, sobre todo, intentar que la imagen de la segunda mitad pueda proyectarse al global del partido.
En un contexto de partido tan cambiante, no es sencillo identificar puntos positivos más allá de lo que entró en la segunda mitad. Piezas que cambiaron el partido y que mostraron otra actitud y una presencia mayor ante el oponente, ya por detrás en el marcador. Hacemos, como en cada jornada, el repaso del partido para sacar tres favoritos entre todos los participantes en este empate a uno en casa de la Jornada 8 ante el CD Mirandés: Chuki, David Torres e Iván Garriel.
Chuki, una vuelta para creer
La entrada de Chuki en la segunda mitad supuso un punto de inflexión en el juego del Real Valladolid. El equipo, hasta entonces atascado en la circulación y con dificultades para conectar líneas, encontró en él una válvula de claridad. Desde sus primeras intervenciones, el mediapunta aportó fluidez en la conducción y criterio en la toma de decisiones. Se ofreció entre líneas, giró con inteligencia ante la presión rival y dio continuidad a las jugadas con pases verticales que rompieron la monotonía del primer tiempo.

Su presencia permitió que el Valladolid ganara metros con el balón y que los interiores tuvieran un punto de apoyo más fiable, lo que se tradujo en una sensación de dominio sostenido durante varios tramos del segundo acto. El impacto de Chuki no solo se midió en número de intervenciones, sino en la naturaleza de cada una de ellas. Su lectura del espacio, casi intuitiva, abrió caminos donde antes solo había acumulación de rivales. Con su entrada, el Pucela pasó de un ataque plano a uno más asociativo, con mayor ritmo y sentido. Aunque no participó directamente en el gol, su influencia fue evidente.
David Torres, el orden y la calma
David Torres volvió a ejercer de ancla silenciosa en el Real Valladolid. Su actuación ante el Mirandés fue un compendio de rigor táctico y lectura de juego, esa combinación que le ha convertido en uno de los pilares del entramado defensivo. Desde el primer minuto se mostró atento en los duelos, firme en el cuerpo a cuerpo y rápido para corregir cualquier desajuste en la zaga. Su velocidad en los cruces y su capacidad para anticiparse a los movimientos del delantero rival evitaron varias situaciones de peligro que podrían haber desestabilizado al equipo.

Más allá del corte y la recuperación, su serenidad para sacar el balón permitió al Pucela mantener el control en momentos de presión. El central supo interpretar los tiempos del partido con madurez, sin precipitarse ni dejarse arrastrar por el ritmo del rival. Su lectura en las coberturas laterales fue clave para sostener al equipo cuando Garri se proyectaba en ataque. Cada anticipación suya tuvo el propósito de neutralizar el juego rival sin rifar la pelota, enfriando el juego cuando el Mirandés buscaba acelerar.
Esa gestión del tempo defensivo fue lo que permitió al Valladolid sostener su estructura. En un encuentro de máxima exigencia, Torres volvió a demostrar que su fiabilidad ha crecido junto a Tomeo y por delante de Guilherme. Su punto de equilibrio emocional entre la agresividad y el control lo hacen una pieza de seguridad en un bloque que ha sufrido de más en jornadas anteriores.
Iván Garriel, incisivo arriba y muy correcto atrás
Iván Garriel aprovechó su titularidad con una actuación que confirmó las buenas sensaciones dejadas en sus últimas apariciones desde el banquillo. Lejos de acusar la responsabilidad del once inicial, el lateral mostró frescura, decisión y una notable mejora en la lectura del juego. Su velocidad fue un recurso constante para ganar la espalda del rival y ofrecer una salida limpia por su costado, algo que el Valladolid había echado en falta en jornadas anteriores. Con y sin balón, su presencia aportó una energía renovada que ayudó al equipo a estirarse y mantener la amplitud en ataque.

Más allá de su dinamismo ofensivo, Garri supo equilibrar riesgos y mantener la concentración en el repliegue. Se mostró atento en las coberturas y rápido para cerrar su banda cuando el Mirandés intentó explotar los espacios a la espalda. Su toma de decisiones, más madura de lo esperado para un jugador tan joven, evidenció un crecimiento que va más allá del aspecto físico, pues cada vez selecciona mejor cuándo subir y cuándo permanecer, entendiendo mejor los momentos del partido y la necesidad de sostener al equipo en bloque. El joven lateral firmó un partido sobrio y completo, sin estridencias pero con la sensación de ser una pieza que crece a cada jornada.
