El plan de Guillermo Almada para su Real Valladolid parte de una convicción sencilla: cuanto más lejos esté el balón de tu área, menos problemas tendrás. Aun siendo coherente, esa realidad empuja al Valladolid a vivir mucho tiempo en campo rival, aun sabiendo que esa altura conlleve riesgos. El equipo se ordena para presionar arriba y trata de evitar que el partido lo arrastre hacia un bloque bajo, donde se multiplican centros, rechaces y segundas jugadas. La prioridad para el Pucela es cortar la salida del oponente, fijarlo cerca de su portería y que el Pucela gobierne desde ahí.
La mecánica se reconoce rápido. El delantero centro, Latasa, y el mediapunta, generalmente Chuky, saltan al primer pase, orientan la circulación hacia una banda y activan la primera trampa, cuando el rival gira al lateral y se produce el acordeón blanquivioleta. El extremo del lado fuerte salta, el lateral acompaña por fuera y el interior cierra por dentro para que la línea de pase hacia el medio quede en la sombra.
Importan mucho esos metros entre líneas. Almada pide bloques de no más de diez o doce metros entre punta y mediocentro para que, si el rival supera el primer escalón, el Pucela pueda achicar hacia delante y no corra hacia atrás. Y, a pesar de la importancia de esas piezas, en realidad son las alas el termómetro del plan. Stipe Biuk o Guille Bueno, en izquierda, fijan o ataca el medio espacio según dónde esté el balón; en derecha, Iván Alejo o Amath alternan saltos agresivos con coberturas interiores para poder interpretar la jugada.

En el caso de Alejo, puede optar, incluso, por profundizar o buscar el envío al área desde zonas intermedias para buscar la cabeza del punta. Detrás de ellos, la red de seguridad la forman los centrales y un Jurić enfocado en esa labor de “trabajo sucio”. Tres jugadores preparados para defender las transiciones rivales en igualdad o incluso en inferioridad momentánea.
El Valladolid y su red de seguridad
Esa estructura de vigilancia de dos centrales más uno de los pivotes protege los carriles interiores y abre el pasillo exterior, un mal menor si la presión se rompe. La recompensa de tal idea es recuperar arriba y reducir el campo para poder facilitar la transición hacia el gol. Ese aumento de la altura de juego limita el espacio para hacerlo, a su vez, con el desgaste físico.
El Pucela ha generado peligro tras robos en campo contrario, ya sea finalizando en pocos toques o forzando saques de esquina que sostienen la ola. Con la línea alta, cada despeje rival vuelve a ser balón vivo para Meseguer o Chuki, y cada segunda jugada se convierte en ocasión o, al menos, en una nueva posesión en una zona óptima para generar peligro. La altura, además, permite que los laterales embotellen al adversario y que los centrales pisen mediocampo para mantener al equipo compacto.

El reverso del método existe y Almada no lo esconde. Jugar tan arriba expone la espalda de los laterales y obliga a los centrales a medir bien cuándo saltar al pasillo interior. Si el primer pase rival supera la presión, el equipo debe correr hacia su portería. Ahí entran en juego los correctivos: Jurić corta líneas de pase con faltas tácticas si hace falta, el extremo del lado débil cierra hacia dentro y Guilherme actúa como líbero adelantado para desactivar balones profundos. La gestión de la ventaja, para saber cuándo apretar y cuándo temporizar, es parte del aprendizaje.
Castellón como advertencia
El tramo final de los partidos es la prueba del algodón. Cuando las piernas pesan, aparece la tentación de replegarse. Almada la combate de dos maneras, con posesiones de descanso activo, con tres o cuatro pases seguros para volver a adelantar la línea una vez que se recupera, y con ventanas de presión pautadas tras saques de banda y de portería rivales.
El entrenamiento sostiene la idea. Se repiten tareas de alta densidad, juegos reducidos con porterías grandes para obligar a presionar tras pérdida, series de sprints con cambios de dirección que simulan la corrección a campo abierto y, muy importante, trabajo en acciones de balón parado ofensivo. Una de las vías de acción más potentes cuando las cosas no marchan.

Cuando el Pucela ataca un córner, quedan dos y hasta tres hombres preparados para la contra rival. El objetivo es que el equipo no se parta nunca más de lo que puede corregir en tres zancadas. Es por eso que el Valladolid de Almada ha de elegir un riesgo calculado. Almada asume que el Real Valladolid tendrá siempre metros a la espalda, pero son necesarios para restar metros para la presión.
Vivir arriba puede obligarte a correr hacia atrás alguna vez, pero te permite decidir muchas más. Si el bloque mantiene la distancia entre líneas, el pivote cierra las fugas y el portero actúa como guardaespaldas. Los beneficios, en forma de robos altos, tiros tras recuperación, saques de esquina o segundas jugadas, superan con creces los costes. La clave, como es lógico, es tener la base física y táctica para sostenerlo todo noventa minutos. Si la altura es una convicción y no una pose, jugar cerca del área rival es lo que más le conviene a este Pucela.
 
			