Ya era hora de una victoria. Eso pensamos muchos en el estreno del Real Valladolid en el José Zorrilla frente al Ceuta. Un partido que ha devuelto la sonrisa a una afición que llevaba demasiado tiempo sin celebrar una victoria oficial. Desde el pasado 11 de enero, el equipo no conocía el triunfo, por lo que el tres a cero logrado ante el conjunto caballa llegó como agua de mayo para un proyecto que necesitaba empezar con buen pie tras las dudas de la siempre engañosa pretemporada.
Sin querer hacer de menos nada de lo positivo visto en el campo o en el análisis reposado de lo sucedido, conviene poner los pies en el suelo y evitar que la euforia se instale demasiado pronto en un club que aún tiene mucho camino por recorrer y cuyo proyecto aún presenta algunas dificultades que, en los sinsabores de la categoría de plata, larga y compleja como pocas, deberán pulirse para seguir celebrando. El resultado fue contundente, pero el desarrollo del partido invita a matizar lecturas y a no perder de vista que la temporada será larga y exigente.

El Ceuta regresaba al fútbol profesional 45 años después, pagando el peaje de la inexperiencia y de una idea de juego que socavó las opciones de los ceutíes. Los de José Juan Romero tuvieron buenas intenciones y valentía, especialmente en salida de balón, pero sus errores en zonas comprometidas les costaron goles y confianza para poder ir a por más.
El Valladolid supo castigar esas concesiones con eficacia, siendo tajante en la presión al rival y tratando de jugar sencillo tras la recuperación. Aún así, el partido dejó la sensación de que los visitantes, más allá de ser dominados de principio a fin, dejaron demasiadas facilidades. Esto invita a relativizar el dominio pucelano y explicar la victoria desde el acierto propio y, también, desde los errores ajenos.
Aunque es cierto que el Pucela de Almada mostró virtudes reconocibles en la idea de juego prometida desde el inicio. Las dos bandas fueron una constante fuente de peligro, con un Stipe Biuk incisivo a la izquierda, un Iván Alejo desplegándose con profundidad por la derecha y un Amath tratando de buscar opciones por dentro y por fuera, además de esa seña de identidad marcada en los blanquivioletas de querer morder siempre en campo rival y provocar errores que pudieran derivar en goles, cosa que sucedió en varias ocasiones.

A pesar de todo, el ataque del Valladolid mostró carencias que no deben pasar desapercibidas y es necesario pulir para citas más exigentes. Latasa, protagonista de un partido por su generoso esfuerzo, no pudo transformar ninguna de sus ocasiones y eso puede llegar a penalizar en el futuro. Se le anularon dos tantos por fuera de juego y en varias jugadas pecó de precipitación en la definición. Y no fue el único.
Amath acabó yéndose con un doblete del partido, pero necesitó varios intentos antes de ver portería y su falta de tensión en el área estaba llamando la atención antes de sus goles. Ese déficit de eficacia puede pasar factura cuando los rivales sean más sólidos y no concedan tantas facilidades.
Sin que el marcador pueda engañar por la contundencia de juego de un Valladolid que falló mucho pero creó grandes ocasiones por su juego, su orden y su intensidad, el Valladolid no debería caer en un análisis lo suficientemente engañoso como para creer que todos los rivales concederán tanto con un recién ascendido Ceuta, que equivocó la vía para hacer daño al Valladolid y que, a pesar de todo, logró acercarse en alguna ocasión con cierto peligro. En esas fases de desequilibrio defensivo, sobre todo, es donde se argumenta la necesidad de poner los pies en el suelo.

El equipo aún debe encontrar un equilibrio más estable, aprender a gestionar los momentos de presión y no depender tanto de la fragilidad rival para iniciar el juego. Guillermo Almada fue claro al término del partido: “Esto es solo el primer paso”. Una frase que resume lo que debería ser el estado de ánimo de todo el entorno blanquivioleta para entender los siguientes pasos.
Con 41 jornadas aún por delante, el triunfo es clave para empezar con buen pie y porque rompe la dinámica negativa de un año de terror, pero ninguna temporada se define por un gran debut. Quedan muchos aspectos por pulir, desde la contundencia en el área hasta la capacidad para cerrar partidos antes de que el rival se recomponga.
Con los deberes aún de mantener la regularidad en casa y mejorar lejos del José Zorrilla, el Valladolid ha logrado, con esta victoria notable, poner un ladrillo importante en una casa que deberá sostenerse cuando llegue el mal tiempo. La afición salió feliz, y con razón, ya que había ganas (y necesidad) de volver a celebrar en clave blanquivioleta.
Sin embargo, el optimismo debe ser mesurado ante un equipo con potencial y un técnico que apuesta por un fútbol valiente, pero que todavía está en fase de construcción. El reto de verdad llegará contra rivales más experimentados, capaces de castigar los fallos en la circulación y de aprovechar las dudas en el área propia. Ese será el termómetro real de hasta dónde puede llegar el Pucela.
 
			