Los dos partidos de liga en los que se han citado distan mucho, al menos en el envoltorio, de lo que veremos en el primer partido de play-off

La situación ha cambiado bastante desde aquel veintiséis de abril, cuando el Real Valladolid sacaba un empate del Estadio de Gran Canaria. Desde noviembre, cuando los pucelanos perdieron en casa ante la UD Las Palmas, el paisaje se ha transformado casi por completo. En otoño, rostros como el de Jeffren o el de Óscar Díaz eran mucho más habituales en los onces de inicio de Rubi. Ahora han sido sustituidos por los de Hernán Pérez y Mojica.
Las vicisitudes, los errores, las dudas, los aciertos, los otros y uno mismo. Condicionantes que han ido ejerciendo su función, la de modificar el orden principal hasta convertirlo en un producto final, no siempre al gusto de todos, y, a veces, al de nadie. El Real Valladolid ha asentado su juego sobre un claro 4-2-3-1, que en diciembre sufrió una variación para insuflar empaque, mediante el 4-3-3.
La UD Las Palmas de Paco Herrera, igualmente, ha jugado tanto con una línea de tres centrocampistas y un ariete móvil como con dos puntas. A diez de junio, día de la ida de semifinales de promoción, tanto los canarios como los pucelanos han llegado a un once tipo, inmerso en una idea de fútbol muy pareja: ser protagonistas con balón.
En el primer duelo entre ambos, la lucha se disputaba arriba. Por el liderato. Herrera no contaba aún con Jonathan Viera; Rubi, tampoco con Roger, aún lesionado, ni con Hernán Pérez, Túlio y Pereira. En su lugar, Díaz y Jeffren buscaban su oportunidad como alternativos goleadores, una fórmula que en ningún momento fue exitosa y que desembocó en la primera crisis anotadora y de resultados. La UD confiaba su acierto de cara al marco rival al ‘Chino’ Araujo y a Nauzet Alemán, antes de la llegada de Ortuño y de Viera. El partido se desenvolvió como reza el titular del análisis ‘Entre Líneas’ para este portal: ‘El Señor Casi desajusta el equilibrio’.
Fue un encuentro equilibrado, en el que las ocasiones que desechó el Valladolid en el último tercio terminaron por separarlo de una victoria que hubiera sido, no obstante, incluso justa. Los blanquivioletas formaron con Varas en meta, Chica, Valiente, Herrero y Peña en una línea de cuatro defensiva, Leão y Timor en el doble pivote, Jeffren y Omar en las bandas, Óscar en la mediapunta, y Óscar Díaz de ‘9’. Por su parte, los amarillos salieron con Casto bajo los palos, Ángel y Simón en los laterales, Aythami y David García en el centro de la defensa, Javi Castellano, Roque y Cúlio en el centro del campo y Araujo, Nauzet y Momo en la delantera.
El Valladolid orientaba la mayoría de la salida a las bandas, una situación que suele ser más fácilmente controlable por las defensas rivales. Por dentro, la superioridad numérica 3×2 sobre el mediocampo pucelano complicaba la participación de los futbolistas blanquivioletas por dentro. Las oleadas ofensivas de los pucelanos en el primer tiempo se perfilaron sobre todo hacia el costado derecho, donde Jeffren tendía a la diagonal para abrir espacios a las subidas de Chica.
Antes del descanso, Rubi decidió permutar entre líneas y situar a Díaz en la izquierda –llegó a jugar en las cuatro posiciones de ataque–, Omar en la derecha y Jeffren de punta dinámico. Así, proponía enlazar también por el carril central, pero no desdeñar la subida de los laterales. Aunque el gol pucelano, de Díaz, llegó a raíz de un contraataque.
En el segundo tiempo, antes de que la UD volteara el marcador, los locales intentaron explotar los espacios dejados por la línea defensiva alta que había invocado Herrera con el fin de acercarse a Javi Varas. Perdonaron al contragolpe, recurso que trataron de amplificar con la entrada de Mojica y Bergdich. Tras el segundo gol de Las Palmas (78′), Rubi retiró a Valiente, por lo que el carrilero colombiano ocupó toda la banda y Peña pasó al centro de la zaga, y situó a Guille Andrés en la delantera, en un intento final por anotar un gol que salvara de una derrota amarga y ciertamente inmerecida. Significó la primera derrota del curso en el José Zorrilla.
De poder resolver a rozar la derrota

En el segundo partido en el que se citaron ambos conjuntos, las cosas habían cambiado demasiado. Los objetivos principales se habían truncado; algunos jugadores capitales, lesionados, no habían podido socorrer las urgencias que fueron aflorando en los primeros meses del año. Nauzet continuaba lesionado; Roger, sin embargo, ya se había curado y pudo jugar de inicio. Jugadores como Hernán Pérez o Jonathan Viera, llegados en invierno a Valladolid y Las Palmas respectivamente, iban acumulando protagonismo en los esquemas de sus entrenadores –el guaraní se adaptó antes que el canario–.
El entrenador de los isleños optó por juntar a dos delanteros, Ortuño y Araujo; Momo en banda; Cúlio, Castellano y Hernán en el centro del campo y una zaga de cuatro formada por Simón y Dani Castellano en las bandas y Aythami y Silva en el centro. Rubi ejerció una novedad táctica, inédita hasta el momento. Rueda se apostó en el centro del campo, con Timor. El resto del once se asemejó al grupo de jugadores tipo con el que afrontará las semifinales del play-off: Varas; Chica, Samuel, Valiente –ahora lesionado–, Peña; Timor, Rueda; Hernán Pérez, Óscar González, Mojica; Roger.
Y el partido, tras un análisis frío, pudo terminar en una victoria motivadora para el Valladolid o en una derrota preocupante. Los castellanos fueron superiores a la UD durante buena parte del segundo acto, salvo en los últimos veinte minutos de dominio local, cuando los canarios pudieron remontar, gracias, sobre todo, a la entrada de Valerón y Viera. Ejercieron de catalizadores de un fútbol asociativo que cortó cualquier atisbo de progresión hacia el campo rival del Pucela.
El entrenador de Vilassar planteó un sistema con la última línea muy adelantada y el bloque defensivo medio. Durante el primer tiempo, los delanteros canarios cayeron en aquella trampa y, continuamente, cometían fueras de juego. Cuando la UD aprendió a leer el movimiento del Valladolid, los blanquivioletas, más aculados, reaccionaron gracias a la notable ayuda defensiva de Mojica y Hernán. Tras el robo, buscaban salir veloces por las bandas. No fue, con todo, hasta el inicio del segundo periodo cuando el Valladolid no tomó el control del partido de forma más perceptible. Lo hizo a través de la pelota. Ensancharon el campo, encontraron a los extremos abiertos y ocuparon con peligro los espacios en terreno amarillo.
Herrera lo vio y dio entrada a Valerón y Guzmán por Momo y Ortuño. El aura de la exfigura de la selección nacional comenzó a palparse, en especial tras la entrada de Viera cinco minutos después. La UD logró el empate inmediatamente después del error ante el portero de Roger y el partido dio un vuelco. Viera comenzó a permutar con Araujo en el flanco izquierdo, ambos afrontaron el 1×1 con Chica y encendieron el peligro. Tanto que el Valladolid no pudo arrebatar la pelota a la UD y, por tanto, optar a ocasiones de gol. No reaccionó y se parapetó atrás hasta el final del encuentro.
A priori, un contexto completamente distinto del que puede ofrecer una semifinal de promoción de ascenso a Primera a doble partido. En la que la quietud, el orden, la astucia y el acierto goleador definirán su devenir. En la que el Pucela deberá parar el tándem Araujo y Viera, llameante en el último mes. Y, la UD, a Hernán y a Óscar. Un duelo que, sobre el papel, favorecerá a quien disponga del control de la pelota, el eje sobre el que han querido edificarse dos equipos obligados, por la necesidad, a esculpirse de distinta manera a lo proyectado.
