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¡Vamos mi Pucela!

por Redacción
18 de julio de 2014
en Noticias
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Relato participante en el I Concurso Literario Blanquivioletras, escrito por Carlos Aparicio Díez

 

¿Por qué la ciudad de Valladolid recibía el nombre de Pucela? Varias teorías intentaban resolver la cuestión. Historiadores de la villa habían querido explicar el asunto dando como verosímil alguna de  las siguientes hipótesis.

Primera. En el siglo XV unos caballeros de la ciudad se aliaron con la Doncella de Nueva Orleans, Juana de Arco, para luchar contra los ingleses. Por aquellos tiempos Juana de Arco estaba envuelta con los anglosajones en una guerra que duraría cien años. Estos combatientes amigos recibieron el nombre de pucelanos por haber ayudado a la Puccella (doncella) en sus peleas. Segunda. La villa de Valladolid estaba enclavada entre los ramales norte y sur de la Esgueva. El lugar, en forma de poza, era llamado jocosamente pozuela y de ahí, derivó Pucela. Tercera. La pestilencia que desprendían las aguas de la Esgueva (más mierda que agua lleva) tuvo fama en la región y los viajeros que visitaban la ciudad comenzaron a designarla despectivamente como Pucela. Además añadían comentarios burlescos referidos a su hediondo aroma, con la malsana intención de ofender a sus habitantes. Esta última teoría afligía a los vallisoletanos.

Conjeturas que habían sido rechazadas por falta de rigor histórico. Faltaba la teoría cimentada en el saber popular. Basándose en este conocimiento el presente relato dará algunas pistas intentando contestar a la pregunta inicial. Para la sabiduría del pueblo son hechos probados:

Que el Real Valladolid Deportivo es un club de fútbol fundado el día veinte  de junio de 1928 por la fusión de la Real Unión Deportiva y del Club Deportivo Español, encendidos  rivales en  la ciudad.

Que los jugadores de camiseta blanquivioleta  dieron sus primeras patadas al balón en el Campo de la Sociedad Taurina pequeño estadio, con tan solo cuatro mil espectadores, contiguo a la actual Plaza de Toros.

Que en 1940 se estrenó un nuevo estadio de fútbol con capacidad para más de quince mil espectadores, en los aledaños del Paseo de José Zorrilla. Estaba situado detrás de los campos de tierra de la Federación. Terrenos que hoy ocupan la plaza de D. Juan de Austria y el Parque situado en las zonas antaño utilizadas por  la Real Sociedad Hípica.

Que en 1982 con motivo de los Mundiales de Fútbol, organizados por España, se construyó el Nuevo Estadio José Zorrilla con capacidad para veintiséis mil quinientos doce  espectadores en el nuevo barrio de Parquesol y que en una grada lateral, el plástico de los asientos teñido de violeta forman la palabra Pucela.

Que el mítico equipo formado por, Calvo; García-Verdugo, Pini, Pinto; Ramírez, Sanchís; Aramendi, Endériz, Morollón, Rodilla y Molina, entrenados por Antoni Ramallets, el Gato de Maracaná,  alcanzó el cuarto puesto en la Liga de 1962/63.

Que además de los legendarios jugadores citados, también participaron en sus filas, los hermanos Lesmes, Badenes, Coque, Pereda, Eusebio, Cardeñosa, Moré, Amavisca, Mágico González, Yáñez, Da Silva,  Ramallets, César, Higuita, Asenjo, Juan Carlos, Benítez, Valderrama, Peternac o Víctor.

Que en el club ejercieron como entrenadores: Heriberto y Helenio Herrera, Antoni Ramallets, Héctor Nuñez, Vicente Cantatore, Maturana, Mendilibar  o Rafael Benítez.

Que Valladolid, a mediados del siglo XVI, dejaba de ser la capital del reino de España. La cultura popular vallisoletana gozaba de gran notoriedad y estaba afincada en el barrio artesanal de San Andrés. Este arrabal  se ubicaba  alrededor de la iglesia del santo crucificado; lugar donde eran  enterrados  los ajusticiados de la época. Las plazas del Campillo y Caño Argales zonas de confluencia con las calles Mantería, Hostieros, Panaderos y Labradores componían  junto a sus habitantes, el barrio más castizo, ocurrente y garboso de la ciudad.  Por el centro del  empedrado de su calle principal  discurría la canaleta que alimentaba de agua  a la Fuente Dorada. En torno al hechizo del agua corriente la vida cotidiana  hervía con el ir y venir de sus gentes. En las tabernas del barrio se vendía y degustaba el mejor vino de Castilla. El blanco de Rueda o de Serrada, los tintos de Pesquera o Peñafiel y los claretes de Cubillas o Cigales.

Trascurrían los primeros años del siglo XVII. El rey Felipe III decidía cambiar la Corte a instancias de su valido el duque de Lerma. Regresaba para establecerse en Valladolid. La ciudad, con la llegada del rey, se inundó de comediantes, artistas, escritores, usureros y maleantes. El barrio de San Andrés recibió un nuevo impulso. Sus bodegas  aumentaban las ventas de cántaros de vino a parroquianos y a viajeros.

Cumplidos unos años el rey regresa a Madrid para asentarse definitivamente. El ecosistema cortesano vallisoletano se transformó en un desapacible desierto. La alegría ciudadana enmudeció. El júbilo parecía haberse descompuesto como el vino viejo en  los rancios pellejos.

Meses más tarde, un habitual del mesón más animado de San Andrés contó a su cuadrilla  la siguiente anécdota.

─ Tomando una jarra de vino con el Conde de Villaseca, este, me relató que en Madrid la gente hablaba  de los continuos viajes del rey a Valladolid para ver a una Puccella (léase Pucela, en castellano).
─ ¡Como iba  a decir el rey que venía  aquí, a ver a una doncella! –dijo un contertulio–.
─ Ya; pero, no es así. En Madrid, el rey decía a sus allegados que cuando alguien preguntara por su ausencia contestasen que se había ido a Puccella. Así, creaba un malentendido. La gente  no estaba segura del destino Real. Creían que, nostálgico por la retirada, echaba de menos a la ciudad y con desmedida ternura llamaba ‘Puccella’ a su apreciada urbe. De esta manera salvaba su reputación –contestó el asiduo–.

La ocurrencia del correveidile fue acogida con sonrisas y estrepitosas aprobaciones. Los tertulianos de la bodega habían descubierto una manera de decir adiós: “¡Marcho a Pucela!”.

En 1956, Televisión Española comenzó a retransmitir partidos de fútbol con regularidad. Por la tele se escuchaban gritos de: Cel-ta, Ra-cing, Ma-drid, Yiu-nai-ted, Ju-ve o Mi-lan, seguidos de tres palmadas cortas y secas: clap, clap, clap. Todos conocemos ese grito de ánimo y hemos ejecutado su cadencia.

Con  el vocablo Valladolid, de cuatro sílabas, esa frase rítmica musical era irrealizable. Va-lla-do-lid: clap, clap, clap; era imposible  de entonar. La afición vallisoletana en la grada se limitaba a animar a sus jugadores con aplausos y con  ingenuas canciones del tipo: A la bin, a la ban, a la bin, bon, ban… Comportamiento que incrementaba la fama de fría  y sosa de la afición futbolera.

Una soleada tarde de abril, en el antiguo campo del paseo de Zorrilla, un jugador del club blanquivioleta había marcado un gol empatando el partido a un tanto. El equipo necesitaba otro chicharro para ganar el encuentro, y así, eludir  los puestos de descenso. Ningún cántico era capaz de sacar del bloqueo a los jugadores del Real Valladolid. Las gentes del barrio andresino ocupaban el fondo norte del estadio. Entre ellos asistía al partido un tataranieto, decimoquinta generación por lo menos, del asiduo tabernario  citado en el  relato.

El heredero de la galanura castiza oyó la voz del inconsciente colectivo avisándole de que debía tomar alguna decisión. Un repique en el cerebro le recordó la anécdota, “”referida a Pucela”, contada por su ancestro en la taberna. Poseído por la voz del imaginario social  gritó:

─ ¡Pu-ce-la!: clap, clap, clap –golpeaba tímidamente las palmas de las manos–.
─ ¡Pu-ce-la!: clap, clap, clap –entrechocaba  con fuerza  las palmas de las manos–.

El colega de su derecha le secundó en el grito. Luego se unió un enardecido forofo situado a su izquierda. Como genuinos componentes de la teoría del centésimo mono los espectadores de la grada norte se sumaron a la repetición del cántico. La teoría de las redes planetarias daba sus frutos. La información llegó a cada uno de los integrantes de la grada. Más tarde se unió la tribuna lateral de la torre del reloj. Luego les imitó la grada del fondo sur. El marcador simultáneo Dardo temblaba con el clamor. La imperturbable tribuna cubierta se había unido al salmo. En unos minutos el estadio al unísono, como una ola atrevida, clamaba:

── ¡PU-CE- LA!: CLAP, CLAP, CLAP
── ¡PU-CE- LA!: CLAP, CLAP, CLAP

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