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“Voy a volver a quererte”

por Jesús Domínguez
22 de febrero de 2014
en Noticias
Manucho || Foto: Raquel Gómez

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Todo cambia cuando nada ha cambiado. El respirar, el sentir a alguien, el querer. Todos necesitamos ese hormigueo en el estómago que produce romper con el pasado, quizá solo un segundo; con los cánones, la normalidad… qué sé yo. La vida es cambio. Lo contrario, rutina, y a la larga, hartazgo. O algo peor; esa calma insana que produce la resignación.

Cuando ya no duele, cuando ya no discutes, ni tampoco derramas lágrimas, es que algo dentro de ti ha cambiado. Puedes querer, tanto como desquerer, pero ya no amas; ya no puedes. O sí. Dices para tus adentros que todo pasa y todo llega, que, en el fondo, después de todo, el calor no es tan malo. Que no es fuego, pero donde hubo llamas cenizas quedan, sobre las que edificar una reconstrucción que, repites, llegará y no tardará.

Mientes al espejo y le dices que es por ti, que te hace bien, cuando en realidad sabes que no siempre es así, que a veces te ha maltratado, por acción, por omisión y sin querer. Y ensayas un “te quiero”, cuando quieres decir más bien “voy a volver a quererte” que lleva implícito un “hoy no puedo”. Y, ahora sí, lloras. Y te duele. Te duele que no te duela. Extrañas extrañar aquello que había en tus entretelas y que crees que ya no se repetirá.

Y entonces os volvéis a citar. Te pones tus mejores galas y sonríes. Te prometes que hoy sí; te repites que hoy todo va a cambiar. Y lo hace. Porque, efectivamente, nada ha cambiado.

 

Rossi || Foto: LFP
Rossi || Foto: LFP

En este bucle autodestructivo que lleva de la felicidad a la tristeza, de esta a la perdición y de aquí a la ansiedad –créanme, lo he probado– se encuentra el aficionado del Real Valladolid. A cada partido que pasa, sueña, como sueña (o quiere soñar), melancólico, aquel que todo ha perdido con recuperar aquel amor que hoy le es esquivo. Pero luego ella, o él, decide que no.

La cursiva, permítanme que lo explique, quiere decir que no es que lo decida de verdad. En el fondo, la otra parte siempre dice que quiere. En ocasiones, de hecho, uno de los reproches que esgrime, es precisamente ese. Otras veces no los hay, simplemente, sin mayor explicación, las cosas no funcionan o se tuercen.

Me van a permitir que siga hablando en primera persona, pero el caso es que, aquí, quien escribe no encuentra la razón para tanta desdicha en días como hoy. Será, quizá, que no basta; que no llega. Que al equipo no le alcanza para más. Porque, contra el Levante, intentar, al menos, lo intentó.

Sucede, supongo, que el amor se acaba sin mayor explicación. Y que el juego y el gol, de la misma manera, se volatilizan sin decir adiós –porque, no nos engañemos, pocos estamos hechos para un adiós y menos aún lo decimos–. Y, para qué mentir, el Real Valladolid ha tenido la mala suerte de estar enamorado de una zorra (con perdón) que se ha ido con el primero al que más le abultaba el bolsillo y de una adolescente caprichosa a la que siempre le duele la cabeza.

Así, estigmatizado, es difícil ser feliz; tanto o más mostrar un fútbol de empaque. Puedes tener el mejor de los planes, vestir como un pincel, ir bien afeitado o tratarla como nunca a otra, que si la pelota dice que no –como la mujer o como el corazón–, es que no, y no hay vuelta de hoja. Lo dice un experto. Por pucelanismo y por… bueno, ya saben.

 

Momo Sissoko
Momo Sissoko

Pensará quien lea esto que en lugar de hablar de fútbol hablo de mí, y sí, pero no. Llévense estas cosas a lo que ha sido el partido al Levante y a lo que viene siendo la temporada y seguro que entenderán por donde voy. Pero, a lo que iba: hace unos meses, harto del hartazgo que me producía una mujer, pensé que seguro que un clavo saca otro clavo, y “qué chica más maja he conocido”.

Nos vimos varias veces y, no voy a mentir, me encariñé, pero porque yo soy gallego y los gallegos somos así; cualquier mujer que nos sonría nos parece riquiña y a la tercera cita, cuando la hay, nos parece la madre de nuestros hijos. Pero hete aquí el problema: no pasamos de la segunda. Y, créanme, no fue porque no pusiera esmero. Quiero decir, lo intenté; con ahínco. Vaya si lo intenté.

Como inciso, debo decir que ella se marcó conmigo un Sissoko. Yo la saqué “al mercado” y pasamos revisión, pero luego apareció otro, y… Aunque de esto me di cuenta tarde. Y, entretanto, empecé a dudar; a extrañar a aquella persona de la que venía, y, antes incluso de que la chica de las dos citas me dijera que había fichado por el Levante, me planteé: “¿Me habré equivocado?”.

 

“Qué coño nos estás contando” es Trending Topic en sus cabezas; soy consciente. Pero véanlo de esta manera. Cuando me di cuenta de lo confortable de un amor fue justamente cuando busqué estar cómodo en otro colchón. Aunque mi decisión estaba justificada, a día de hoy creo que me equivoqué. Pero algo tenía que hacer. Erré, pero pude haber acertado.

Del partido, sin tantos ambages, ¿qué puedo decir? Fue un día más en la oficina. El Real Valladolid quiso y mereció más, pero, como decía antes, a veces es la otra parte, en este caso la pelota, la que no puede o no quiere. Que al corazón no se le obliga es algo sabido. Al balón, aunque lo parezca, tampoco. Cosas del amor y el desamor… O, si lo prefieren, de los estados de ánimo, que diría Jorge Valdano.

Si analizamos el de la afición, no podemos más que volver a la resignación del inicio. Al final del partido, ni pitos ni flautas. Fue a Zorrilla esperando un cambio, pero nada. Es, la suya, la posición más jodida. Suárez, como yo, puede decidir entre una chica y otra; y acertar o equivocarse. El aficionado, que de verdad está enamorado, no. Cambie o no el Pucela, él mañana se levantará y repetirá “voy a volver a quererte”. Aunque hoy no pueda.

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