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Voz blanquivioleta

por Redacción
18 de julio de 2014
en Noticias
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Aridane Hernández, 20 años después

Cadena SER: robo de cobre en Zorrilla

El Pucela enamora con su nueva camiseta con aires retro

Relato ganador del I Concurso Literario Blanquivioletras, escrito por David Rodríguez Gómez

 

Se llamaba Sergio Llana, pero todos le conocían como ‘El Voces’. Solía sonreír mostrando su dentadura perfecta como en un anuncio de una clínica dental, olía a perfume francés y siempre se engominaba el cabello para que ningún pelo pudiese desmarcarse. Lucía un cuerpo de atleta, semejante a los esculpidos por Mirón, y vestía con ropa de marca, hecha para deslumbrar a las mujeres. Le gustaba hablar con aspavientos, fumar tras cada comida y, si se cruzaba por la calle conmigo, mirarme con aire de superioridad.

Yo le odiaba, y jamás le hubiese escuchado ni un minuto de no ser porque narraba como nadie los partidos del Real Valladolid. Le llamaban ‘El Voces’ precisamente por eso, por esa manía que tenía de elevar la voz cuando cantaba, igual que un juglar sin guitarra, las gestas del equipo de mi ciudad.

“… se desmarca el pichichi, ‘El Polilla’ Da Silva, pero ni caso, el esférico prolongado hacia ‘El Pato’ Yáñez, banda derecha, ojo, arranca el chileno, se va de uno, de dos, pisa área, peligro, balón atraaaas gol gol gol gol gol gol gol gol gol gol gol gol gol gol goooooooooooooooooool del Real Valladoliiiid”

El primer encuentro que le oí narrar fue la final de la copa de la Liga. Aquella tarde yo no había podido acudir al estadio porque un par de semanas atrás, en un aciago día de campo, me había roto una pierna al tropezar con la barbacoa de unos vecinos. Postrado en la cama, había aguantado los dos primeros tiempos con una absurda sensación de derrota, suspirando cada vez que Fenoy salvaba una ocasión del Atlético de Madrid. En la prórroga no tuve que esperar mucho, sin embargo, para que un escalofrío de excitación golpease mi cuerpo, cuando a través de las ondas ‘El Voces’ cantaba el primer gol del Real Valladolid. Con el entusiasmo de un niño, me levanté de la cama y a la pata coja me dirigí al salón, donde estreché a Paula, mi mujer, contra mí.

– ¡Vamos ganando, cariño! – le dije.

Aquella noche, embargado por la emoción de conseguir un título, apenas pude conciliar el sueño y prometí que no me marcharía de este mundo sin conocer a ese hombre cuya voz me había contagiado tanta felicidad.

Tuvieron que pasar cinco años antes de que se produjera el encuentro deseado con ‘El Voces’. Yo no quería forzar la situación y había dejado en manos del azar la posibilidad de conocernos. Bien podría haberle atajado un día de partido a la salida del José Zorrilla o haber llamado a la radio para salir en antena vertiendo mi opinión sobre el resultado del fin de semana, pero preferí esperar, he de confesar, un poco por falta de coraje, ante el miedo de que mi intento no cuajara en una bonita amistad.

Durante esos cinco años ‘El Voces’ se había granjeado cierta fama no solo en Valladolid, donde daba rienda suelta a su lengua para proferir afirmaciones provocadoras que dejaban boquiabierta a la audiencia, sino también en todo el territorio nacional, debido a sus disertaciones sobre los compañeros de profesión:

– Lo único bueno que tiene De la Morena –opinaba– es que algún día se retirará. Gonzalo no narra porque se queda afónico en el minuto seis. Y de García, qué decir, el más escuchado a esas horas porque duerme hasta a las ovejas.

“El balón es para el equipo de Vicente Cantatore. Valen los goles de Albis y Peña, que de momento le dan al Real Valladolid el pase a la final de la Copa del Rey. Fernando Hierro con la pelota. Han enmudecido los tres mil gallegos. Zorrilla es una fiesta. ¡Pucela! ¡Pucela! ¡Pucela!”

El ansiado encuentro con ‘El Voces’ se produjo en el Herminios, un céntrico bar de la ciudad. Después de la semifinal de la Copa del Rey, en la que habíamos apeado al Coruña tras remontar el uno cero de la ida, quedé con mi mujer para regar la victoria con un buen gin tonic. El ambiente era increíble. Lo pasamos estupendamente hablando con unos y otros hasta que, entre el humo del local y la música de John Coltrane, apareció la figura apolínea de ‘El Voces’. Acarreaba en la mirada el fuego de haber narrado más de tres mil goles y caminaba solitario, con la lengua presta para disparar a la primera mujer que se pusiera a tiro.

Envalentonado por los efectos del alcohol, me aproximé hasta él acompañado de mi mujer y me presenté. Tras echarnos un rápido vistazo, ‘El Voces’ me dio una palmadita en el brazo a modo de saludo, como si le diese reparo estrechar mi mano, y a Paula le plantó dos besos, entreteniéndose más de la cuenta en sus mejillas, igual que si fueran pegajosas. Supongo que como no disponía de una compañía mejor, se tomó un par de copas con nosotros. Pero, en vez de contarle mi historia, me limité a escuchar su parloteo y asistir emocionado a su alegría por habernos conocido cuando brindó con nosotros, nos pidió el teléfono y se comprometió a organizar una comida para sellar esa nueva amistad.

Esperé su llamada durante nueve meses, los mismos que Paula llevaba embarazada, y me mostré fiel en todos los partidos que el Real Valladolid jugaba fuera de casa, sintonizando sin variar el dial donde narraba ‘El Voces”. Estaba resultando una mala campaña y el Real Valladolid coqueteaba con los puestos de descenso. Sólo nos servía de consuelo que, tras superar varias rondas, el equipo aún se mantenía vivo en la competición europea.

“Curiosidades de la vida, el azar de los penaltis en la ciudad del casino de Montecarlo, el más famoso de Europa. Tirará primero el Real Valladolid para meterse en las semifinales de la Recopa. Va Jankovic. Enfrente Ettori. Coge carrerilla el yugoslavoooo. Paró Ettori. Paró Ettoriii. No lo tiró mal Janko Jankovic, pero el cancerbero…”

– No sé cómo sigues oyendo a ese idiota – me soltó de sopetón Paula.

“Es el turno del Mónaco. Mauro Ravnic en la portería”

– No es ningún idiota, Paula –le contesté–. No me ha llamado porque es una persona con muchos compromisos. Lo tienes que entender.

De repente Paula apagó la radio y entre un mar de lágrimas me confesó que nueve meses atrás, el sábado uno de julio, el día siguiente a la final de la Copa del Rey contra el Real Madrid, mientras yo alargaba el fin de semana con mis amigos en la capital, Sergio (‘El Voces’) había telefoneado a casa y había quedado con ella en ese mismo salón para prometerle amor eterno, antes de hacerle el amor dos veces y no volver a llamarla nunca más. Desorientado por las palabras de mi esposa, no acerté a decir ni hacer nada, salvo encender de nuevo la radio.

“De cuatro penaltis uno. Así es imposible. Petit se dirige al punto fatídico, el número cuatro a la espalda. Si mete, nos vamos a casa. Quien sepa rezar que rece. No va más. Petit coloca el balón. Puede echar al Valladolid de la competición. Allá va Petiiiit…”

Lo imaginé en calzoncillos mientras caminaba hacia mi mujer, hacia el borde de aquella cama que con sus ahorros habían comprado mis padres como regalo de boda. Sentí tantas náuseas que en ese mismo instante decidí tirar por la borda doce años de matrimonio, de la misma manera que tiraría doce años en Primera el Real Valladolid, cuando descendió dos temporadas después. El entrenador Maturana había preparado un equipo para jugar la UEFA, lanzando la casa por la ventana con los fichajes de Valderrama y de Higuita, los mejores jugadores colombianos del momento, pero la temporada resultó un fiasco y acabaron bajando a segunda división. Yo había optado también por bajar a Segunda División y comprobar desde la distancia como ‘El Voces’, empeñado en alargar sus juergas de soltero, no accedía a vivir con Paula, pero reconocía a su hijo, declarando a la prensa rosa, con la misma grandilocuencia con la que auguraría el ascenso del Valladolid en Palamós, que a su vástago no le faltaría de nada hasta la mayoría de edad.

Después de haber estado tirado en el césped durante unos años, aturdido por la ruptura, como si me hubiese derribado la patada de un violento defensa central, me incorporé de golpe a la vida con una extraña sensación de bienestar, producida sin duda alguna por mi afán de venganza. Desde que se inventó el fútbol, incluso en el calcio florentino, allá por el siglo XVI, los equipos habían desarrollado una sed de revancha que sólo se saciaba cuando remontaban una eliminatoria o vencían, aunque sucediese cinco campañas después, a su contrincante maldito.

De esta misma manera se me había iluminado, como cegado por el resplandor del sol, un instinto de venganza, que ‘El Voces’ insistía en recordarme cada vez que coincidíamos por las calles y me dedicaba una mirada de prepotencia. Durante un largo período, calibré las opciones para deshacerme de su molesta presencia. Era consciente de que, para no dejar cabos suelos, tenía que regatear los obstáculos igual que Onésimo, y durante años ideé un plan perfecto que ejecutaría solo cuando el hijo de Paula pudiera valerse por sí mismo. Al principio pensé en atropellarlo con mi coche, con la fuerza de las faltas de Aravena; luego se me pasó por la cabeza clavarle un cuchillo, que se introduciría entre sus costillas como un pase de Eusebio; también valoré la posibilidad de dispararle a quemarropa, como hacía Alen Peternac; pero cuando llegó el momento de actuar opté por una cuerda, para ahogarle con la misma presión de Mendilibar.

Ese día el Real Valladolid jugaba contra el Español. Subí las escaleras que conducían a las cabinas de prensa y a las diecisiete horas, justo cuando Pérez Lasa daba comienzo al partido, abrí la puerta donde narraba ‘El Voces’ y lo contemplé un momento, reprimiendo mi habitual mueca de asco, pues sabía que por fin aquel tipo no volvería a ver el amanecer.

Ahora ‘El Voces’ se ha ido lejos, muy lejos, a cantar con los ángeles. Una nueva locutora narra los partidos del Real Valladolid con la esperanza de relatar el gol más rápido de la Liga y acortar los siete segundos del tanto de Llorente, ese mismo que ‘El Voces’ describió antes de darse la vuelta y abrazarme, no sólo para celebrar el meteórico gol del ariete vasco sino también para pedirme por el pasado un perdón tan escueto, que incluso le sobraron unos instantes del anuncio publicitario. Cuarenta y cinco minutos después, durante el descanso, ‘El Voces’ me confesó que ese sería su último partido, dado que le habían hecho una oferta multimillonaria para trabajar en los Estados Unidos, narrando para un canal televisivo los partidos de Los Angeles Lakers y su flamante fichaje: Pau Gasol.

Aquella tarde, tras el triunfo del Real Valladolid, aprendí una gran lección. A veces no necesitas derribar al contrincante para que no marque, simplemente debes esperar, y más si posees un espíritu compasivo, a que caiga en fuera de juego.

“Sí, oyen bien. Real Valladolid tres Atlético de Madrid cero. La copa de la Liga se va a quedar en Valladolid. Saque de banda para el Atlético. Esto está acabado. El árbitro consulta su reloj. Se va a acabar. Saca de banda el Atlético de Madriiiid. Final. Final Finaaaaaaal. Se acabó”

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