A Coruña sueña con volver a primera división tan solo un año después de abandonarla. Y, puestos a soñar, por qué no, lo hacen también con volver por sus fueros; con ser de nuevo el pequeño más grande de España y Europa.
Hubo un tiempo en que España no fue bipolar. Una época en que el pez pequeño soñaba con comerse al más chico. Hubo un tiempo en que España se llamó deportivista, quizá no tanto porque la piel de toro fuese blanquiazul, sino porque sus gestas fueron capaces de asombrar al mundo.
Su proyección, apenas unos meses después de salvarse en una promoción de descender a segunda división, llegó hace casi veinte años, una noche de octubre en que decidieron mirar al Real Madrid por encima del hombro.
Los merengues, que venían de perder la Liga en Tenerife, no pudieron resistirse ante el vendaval en que se convirtieron Bebeto, Fran y compañía. Pudo parecerlo cuando se pusieron por delante, cuando se vieron con un cero a dos favorable a los veinticinco minutos. Hasta que O Neno y el bahiano se conjuraron contra lo que quedaba de la Quinta del Buitre.
“¡Barça, Madrid, ya estamos aquí!”, gritó Lendoiro a Riazor y el mundo. Más tarde la amenaza se cumplió. Y vaya si lo hizo. Aquel Madrid no fue el único en caer a la orilla del mar. De hecho, hubo incluso no que cayó frente a su parroquia el día en que cumplían cien finales el año en que cumplían cien.
Pero entonces no estuvo Arsenio. Y aunque Irureta fue especial, no fue Arsenio. Porque con él nació un mito en el que luego otros muchos quisieron convertirse. Porque con él en el banquillo el Deportivo ganó su primer título y se forjó un milagroso y envidiable meigallo.
Además del aquel equipo que entrenaba Floro, en A Coruña cayó también el Fútbol Club Barcelona de la primera Champions, el de Johan Cruyff. La Catedral, ese estadio que hoy sueña con reinar en Europa, fue una muesca más en un revólver que en invierno se movió como pez en el agua y que terminó la temporada a un pequeño puñado de puntos de los dos elefantes persas.
A Djukic, Mauro Silva, Fran y Bebeto se sumaron Donato y Manjarín en la siguiente campaña, otros dos grandes nombres de la historia del deportivismo. Sus motivos, que querían también ser uno más en las invasiones turcas por el viejo continente. Y por qué no soñar.
Pasaron un par de rondas de la otrora Copa de la UEFA y lucharon hasta el último halo de vida por derribar al ‘Dream Team’. En la última jornada de Liga, Nacho González se dispuso bajo palos a ser disparado por Bebeto, pero Bebeto no apareció. Aquel penalty lo tiró Djukic y, bueno, todo el mundo sabe cómo acabó.
Una temporada después, la previa a la ‘Liga de los veintidós’, ‘O Bruxo de Arteixo’ decidiría terminar su carrera antes de lo que a los deportivistas les hubiera gustado, si bien no encontró mejor modo de hacerlo que levantando el primer título de la historia del Deportivo.
En la final de Copa del Rey disputada en el Santiago Bernabéu a plazos por culpa de una enorme tromba de agua se alzó sobre los demás una figura eterna, la de Alfredo Santaelena, para hacer justicia poética con el SuperDepor, un equipo que de nuevo había luchado hasta la extenuación por la competición regular para quedarse a las puertas de su consecución.
Sumar dos competidores ligueros no sentó bien a los coruñeses, que un año más tarde terminarían la primera división novenos. Sin embargo, no puede tildarse el suyo de mal año si se tiene en cuenta que de la mano de John Benjamin Toshack doblegaron al Real Madrid en la Supercopa y en la Recopa llegaron nada menos que a semifinales, donde cayeron eliminados ante el Paris Saint-Germain.
Como todo lo bueno se acaba, entonces Bebeto decidió dejar la gloria alcanzada y volver al equipo en el que dio sus primeros pasos: el Flamengo. Dejó A Coruña después de ser pichichi en la temporada del nacimiento del mito y de anotar más de cien goles, que le valieron para convertirse en el máximo goleador histórico de la entidad.
La temporada siguiente a su partida estuvo marcada por el ‘boom’ de los contratos televisivos estratosféricos y por la sentencia del Tribunal de Justicia de la Unión Europea de diciembre de 1995, que abre el mercado al fichaje masivo de jugadores extranjeros.
Una fuerte marejada lleva a JB Toshack a dimitir, pese a contar en sus filas con un jugador de la talla de Rivaldo. El astro brasileño voló la temporada siguiente, también de transición, en el último día de plazo de fichajes, sin margen para hacer más que lamentarse y querellarse contra las supuestas malas artes culés.
Él se lo perdió, podría estar pensando en la actualidad Augusto César Lendoiro, máximo mandatario herculino, ya que no pudo compartir vestuario con Luizão y especialmente con Djalma Feitosa Dias, Djalminha, otro de los nombres bordados en oro en los libros de historia deportivista.
El Depor de Jabo
Después de dos temporadas negras y una gris, Lendoiro contrató de una tacada a Manuel Pablo, Hadji, Scaloni, Pauleta y ‘Turu’ Flores, jugadores con los que aspiraba a entrar en la primera Liga de Campeones a la que aspiraban cuatro españoles. Jabo Irureta logró exprimir a aquel equipo al máximo, pero la mala suerte en los tres encuentros finales les privó de cumplir el sueño de entrar en la máxima competición europea.
Con apenas un par de retoques, lo cosechado sirvió para que en la temporada siguiente, la que cerraba el siglo, el Deportivo de La Coruña volviese a saborear las mieles del éxito. Aquel equipo liderado por Donato, Mauro Silva, Djalminha y el recién llegado Roy Makaay consiguió alejar los fantasmas creados por aquella dichosa pena máxima un diecinueve de mayo de 2000.
Los goles de Donato y Makaay ante el Espanyol sirvieron de colchón ante la posibilidad de que los rivales pudiesen fallar, tal y como luego ocurrió, motivo por el cual la diferencia final con respecto al Valencia de Cúper y Djukic y el Barça de Van Gaal fue de cinco puntos.
Como en aquella mágica temporada en que nació el mito gallego, ambos equipos -finalistas los primeros y semifinalistas los segundos en la máxima competición continental- cayeron en un estadio que en la actualidad vuelve a vibrar, por diferente que sean categoría y fútbol, como lo hizo ante el Real Madrid, postrero campeón de Europa por octava vez en su historia.
Con el título, de nuevo el Depor volvía a ser el primero de los modestos, el Robin Hood que amenazaba a la bicefalia como su presidente había hecho siete años atrás, con el añadido de que el título en esta ocasión da derecho a lugar la tan ansiada Liga de Campeones.
La siguiente temporada comenzó con fichajes de la talla de José Francisco Molina, Joan Capdevila o Juan Carlos Valerón, que acababan de descender a segunda división con el Atlético de Madrid y que llegaban a Riazor con la clara premisa de seguir luchando, de seguir haciendo soñar a la parroquia deportivista.
Con los tres adaptados rápidamente al once inicial, el conjunto blanquiazul se impuso al Espanyol en la Supercopa de España y sumó así su cuarto trofeo a unas vitrinas que debían ser vistas dos veces para ser creídas.
En competición europea lograron pasar las dos fases de grupos, pero posteriormente el Leeds terminó con su periplo por el continente. La Liga se la arrebató el Real Madrid de Morientes, Raúl y Figo, como el año siguiente el Valencia de Rafa Benítez.
En ese curso, el 2001/02, llegaron algunas de las mayores alegrías de la historia del Deportivo gracias a su buen hacer en Europa, y es que si bien luego cayeron de nuevo en cuartos ante el Manchester United, por el camino fueron capaces de hacer hincar la rodilla en casa al propio United en la fase de grupos, al Arsenal o a la Juventus.
Pero la cosa no quedo ahí. No. Nada más lejos. A domicilio consiguieron dos victorias de postín en territorio inglés, en el ‘Teatro de los Sueños’ de los red devils y en Highbury, en territorio cañonero. La madre de todas las madres la alcanzaron también en casa, en día festivo.
Seis de marzo de 2002. El Santiago Bernabéu se engalana para vivir la centésima final del Real Madrid el mismo día en que la entidad que dirige Florentino Pérez cumple su centenario. El rival, el Deportivo, amenazaba con complicar las cosas. Nadie creyó que tanto.
Sergio González y Diego Tristán, más tarde ganador del trofeo al máximo goleador de la Liga de las Estrellas, pusieron por delante al Deportivo de la Coruña antes del descanso. En la reanudación, a media hora para el final, Raúl acortó distancias, pero el uno a dos terminaría siendo definitivo. El ‘Centenariazo’ había llegado.
Como en las dos participaciones anteriores, el siguiente curso comenzó con la consecución de la Supercopa. En Copa del Rey el equipo cayó en semifinales ante el Mallorca, campeón, y en Liga fue tercero tras el Real Madrid y una sorprendente Real Sociedad.
El balance habría sido bueno de no tener en cuenta la Champions. Contabilizándola, probablemente no pudiese ser mejor. Porque, pese a caer en la segunda fase de grupos fruto de unos cruces durísimos con el United y la Juve, antes el Deportivo se permitió el lujo de vencer al Bayern en el Olímpico de Münich con un hat-trick de Makaay, Bota de Oro, y en San Siro ante el AC Milan.
No obstante, lo mejor estaba aún por llegar. Pese al estrepitoso ocho a tres en el Parque de los Príncipes frente al AS Mónaco, los de Irureta pasaron de la fase de grupos. Ya sin la segunda tachuela en esas mismas condiciones, en octavos venció por uno a cero a la Juventus en Riazor y por idéntico resultado en Turín.
En la ida de los cuartos de final, un cuatro a uno ante el Milan parecía ser renta suficiente para consumar la vendetta. Nadie contaba con la magia de Juan Carlos Valerón, con Albert Luque, ‘El Rifle’ Pandiani y la grandeza de Fran. Y aparecieron. Y remontaron aquella eliminatoria.
Entonces se cruzó en el camino el Porto, un equipo rocoso entrenado por un hombre que conocía España, donde había trabajado a la sombra de Sir Bobby Robson. Venían de ganar la UEFA, pero no parecían rival. El empate a uno en la ida invitaba a pensar en encontrarse de nuevo con el Mónaco o bien a hacerlo con el Chelsea, nuevo rico.
Sin embargo, José Mourinho tenía una sorpresa preparada al Depor, que contra todo pronóstico cayó en su casa por culpa del tanto de Derlei de penalty, punto fatídico que años atrás ya le había robado la gloria a los blanquiazules.
Como consuelo quedó el hecho de que luego los dragones fueron campeones. Sin embargo, aquel penalty fue el principio del fin. Djalminha, aquel genio incomprendido creador de la lambretta y cabeceador de entrenadores, se volvió a Brasil. Makaay partió con rumbo a Múnich, buscando nuevas víctimas a las que hacer goles.
O Neno y Mauro Silva tardarían un año más en retirarse. El tiempo justo para ver vagar moribundo al campeón que habían sido, y que un buen día dejaron de ser. Con ellos se fue Jabo, creador de la mejor versión del Deportivo de la historia. Mejor si cabe que la que el bueno de Arsenio tuvo entre manos.
Desde entonces en Coruña todo ha ido a peor. Como muestra, la temporada actual en la segunda división. Pero Riazor, al contrario que su mito, no ha muerto. O si lo hizo, ha resucitado. En manos de Djukic y sus soldados está doblegar al estadio de las grandes citas. Aquel estadio que un día jugó a ser Robin Hood y que de cuando en vez aún grita en silencio el nombre de lo que todavía guarda en las retinas: ¡SuperDepor!