A pesar de una primera temporada como deportivista gris, Miroslav Djukic consiguió hacerse un hueco en la historia herculina gracias a sus más de doscientos encuentros ligueros con la camiseta blanquiazul, en los que hizo siete goles.
Arsenio. Siempre Arsenio. Arsenio eterno. Negó tres veces el banquillo blanquiazul, pero volvió una cuarta. Llegó, ascendió y amenazó con irse. Pero algo se lo impidió. Lendoiro. Quizá un conjuro. La sensación de que quedaba aún mucho por vivir, a lo mejor.
Algo debió ver en la mirada de aqueles rapaces de Riveira. O, quizá, en el aquel chico serbio, alto, delgado, que había llegado poco antes de que terminase el curso del noventa y uno procedente de uno de tantos equipos de Belgrado.
Por entonces el flujo de jugadores estaba permitido hasta cinco jornadas antes de la conclusión de cada campaña. Miroslav llegó justo a tiempo para lograr cuatro victorias, un empate y un salto de categoría, desbancando de la titularidad a Doncel.
Compartió zaga con Martín Lasarte, acostumbrado ya a defender la meta de Yosu. No fue el único balcánico. Antes había llegado otro, procedente también de la antigua Yugoslavia. Procedente de Mallorca había arribado un tercero. Ambos duraron el tiempo justo utilizado por Pemán –o home do tempo– para decretar tres meses de lluvia en Santiago y parte del extranjero.
Zoran Stojadinovic, el hombre llegado de Baleares, alternó campo y banco y sumó nueve goles. Dragan Kanatlarovski, por su parte, acumuló más de dos mil minutos, aunque nunca llegó a ser fijo. Sin embargo, la temporada siguiente ninguno de los dos fue de la partida.
Djukic se ganó en apenas cinco partidos formar parte de la sorpresa de Arsenio, que -precavido él- para evitar que en casa entrase más agua de la debida por una fuga en la defensa empezó a poner a cinco zagueros en liza: dos carrileros largos, dos centrales con pinta de tipos duros y un líbero con pies de funambulista.
Allí donde la temporada anterior se solía ver a Doncel, acompañando al expeditivo central charrúa Martín Lasarte, ahora era titular Mariano Hoyas, recién ascendido del Fabril. Sabín Bilbao siguió a lo suyo, en su carril, mientras López Rekarte recogió el testigo de Albistegi en el contrario.
Por detrás de todos ellos, Paco Liaño a ratos y a ratos Yosu, el ascensorista. En medio de todos, el chico nuevo en la oficina, Miroslav Djukic, jugando de libre. De golpe y porrazo pasó de ser el último en llegar en el curso precedente a ser el jugador con más minutos de la plantilla y el zaguero más goleador.
En el preludio de lo que más tarde sería aquel equipo, la suerte quiso que se salvase frente al Betis en una promoción por mantener la categoría. Para que los apuros fuesen menos, la temporada siguiente Nando sustituyó a Bilbao como habitual en un once en el que se asentó Liaño.
Mauro Silva, centrocampista achatado y con pinta de tener algún kilillo de más, llegó para convertirse en la mejor opción a la que buscar cuando el balón era deportivista. Bebeto, brasileño como él, lo hizo para dejar de serlo a sabiendas, buscándolo, incluso; esto es, para convertir cualquier balón deportivista en gol.
Con ellos en el plantel empezó a forjarse la leyenda del SuperDepor, un equipo que logró tutear a Real Madrid y Fútbol Club Barcelona y luchar de poder a poder con ambos hasta el sprint final del campeonato después de ser campeones de invierno.
Dos expulsiones impidieron a Djukic ser nuevamente el jugador que más minutos sumó en los esquemas de Arsenio Iglesias, apenas treinta y cinco menos que Fran. Pasó de hacer tres goles a tan solo uno. No importó demasiado, en cualquier caso, pues los veintinueve de Bebeto lo convirtieron en el primer ‘Pichichi’ deportivista de la historia.
En el curso 1993/94, toda España fue capaz de aprenderse de memoria el once del modesto que amenazaba con romper la hegemonía del Fútbol Club Barcelona: Paco Liaño; Nando, Voro, Djukic, Ribera, López Rekarte; Fran, Mauro Silva, Donato; Bebeto y Claudio Barragán.
López Rekarte y Nando funcionaban como carrileros largos cuando era necesario, pero eran esencialmente sobrios en labores defensivas. Como Voro y Ribera, dos centrales rocosos, de los de pierna dura, que permitían a Djukic lucir jugando casi de puntillas.
El actual entrenador del Real Valladolid, actuaba en la posición de la zaga reservada a los grandes; allí donde se hicieron grandes Franco Baresi o Franz Beckenbauer. Elegante, sobrio. Frío, pausado. Miroslav era eso y más gracias a sus dos guardaespaldas y a la pulcritud que mostraba en la salida, habitualmente hacia quien luego sería uno de los mejores centrocampistas del mundo.
La ferocidad del pragmatismo que exponía el Depor tenía como pilares la seguridad que ofrecían Liaño y sus escuderos -que es todavía hoy la defensa menos goleada de la historia de la primera división, apenas dieciocho tantos-, los tres pulmones de Mauro, las pinceladas de Fran y la efectividad de Bebeto.
Con tales credenciales se encaramaron a la primera posición de la tabla en la decimocuarta jornada. Tal y como había amenazado Lendoiro, ya estaban aquí, y aseguraban no querer marcharse, por más que Johan Cruyff y su ‘Dream Team’ les dijesen que sobraban.
Todo se dio de tal manera que a falta de cuatro partidos el Deportivo era claro favorito para alzarse con el título. Sendos pinchazos llevaron al equipo a jugarse el todo por el todo el Riazor en la última jornada, ante el Valencia, que no se jugaba nada.
Atenazado por los nervios, el Depor fue incapaz de deshacer la igualdad. Ni tan siquiera desde el punto fatídico instalado a once metros de la meta. Djukic tuvo el mundo en sus botas, pero lo trató con tal delicadeza que la caricia derivó en sopapo. Adiós, Liga.
El serbio fue de nuevo el tercer jugador en nómina blanquiazul que más minutos disputó, esta vez tras el lateral Nando y Paco Liaño, ‘Zamora’ de la categoría (mérito que compartió con Cañizares en la campaña 1992/93). Tres hombres más superaron los tres mil minutos y otros tres estuvieron muy cerquita, lo que da buena cuenta de cómo era aquel conjunto.
Metió un gol, por los dos del año siguiente, en que todos se desquitaron del mal sabor de aquel empate alzando el primer título de la historia del club ante el mismo rival contra el que no consiguieron hacerlo un año antes, el Valencia.
En esta ocasión, fue Donato quien le arrebató el honor de ser el hombre que más tiempo estuvo sobre el césped en liga regular, hecho que repitió Liaño la temporada siguiente, ya con el galés John Benjamin Toshack en el banquillo.
La temporada 1996/97 fue su última en la ciudad herculina. Después de lograr la mayor racha de imbatibilidad de la historia del club, el actual seleccionador macedonio dejó Riazor por mor de una más, dando paso a José Manuel Corral primero y a Carlos Alberto Silva después.
Miroslav Djukic sintió la fuerte marejada y disminuyó en torno a unos setecientos u ochocientos minutos su participación, además de cerrar la campaña por segunda vez consecutiva sin hacer gol. No obstante, pese a perder peso, no puede decirse que dejase de ostentar el rango de titular, pues fue el cuarto zaguero con mayor carga de trabajo sobre el verde.
Por entonces no era ya un líbero puro, un defensa libre que caminaba erguido hacia el campo contrario o que se anticipaba al rival con la facilidad de quien fríe un huevo. La defensa de cinco, como Arsenio -futbolísticamente hablando- había pasado a mejor vida, y el cobre debía ser él mismo quien se lo batiese.
Desde el verano de 1997 lo hizo en Valencia, en el equipo que más pesadillas le provocó en su carrera. Porque, como reconoció después, “la jugada, la imagen, el momento, me persiguió durante mucho tiempo. Era como una obsesión insana”.
Esa obsesión un buen día desapareció de su cabeza, pese a que se mantiene como recuerdo. Como recuerdo él se mantiene en la mente del aficionado deportivista. No ya por aquellos onces malditos metros, sino por su fútbol.
Porque, frente a los negativos clichés actuales, Djukic puede presumir de ganarse el cariño de una hinchada cuando nadie tenía rubor a denominarse líbero. Cuando cinco defensas no eran necesariamente cinco defensores y volar libre era sinónimo de elegancia, y no de locura.