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¡Dale, Maravilla, dale!

por Jesús Domínguez
30 de septiembre de 2012
Foto: El Norte de Castilla

Foto: El Norte de Castilla

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El Real Valladolid caricaturiza a un Rayo Vallecano de apariencia valiente que, pese a adelantarse en el marcador, no fue más que un juguete en manos de Óscar, Manucho y Bueno.

 

Manucho Óscar“¡Dale, Maravilla, dale!”, gritaba el gentío. Y el porteño, ágil, se escurría una y otra vez allí donde su rival no se encontraba cómodo. Iba fuera; parecía huir, pero no. No huía. Respondía una y otra vez al griterío y a sus críticos con golpes y más golpes. Y el hijo del gran Julio César Chávez encajaba y encajaba atónito, como si el guión previsto fuese otro.

Como Martínez, Chori Domínguez es seguidor de River. Tan de River el uno que sueña con encontrar un promotor que dé forma a su anhelo de retener su cetro mundial en el Monumental. Tan de River el otro que un buen día abandonó Europa para rescatar a los llamados ‘millonarios’ desde ‘La B’.

Cumplido el objetivo, diferentes desavenencias con la directiva llevaron al otrora valencianista a saltar de nuevo el charco. El destino quiso que su ídem fuera defender otra casaca franjirroja, la que viste el Rayo Vallecano, con la que se estrenó como goleador en el Nuevo José Zorrilla.

Para entonces no habían transcurrido más cinco minutos, apenas un suspiro. El equipo que dirige Paco Jémez golpeaba primero en lo que parecía un aviso de campeón. Una forma de decir que el cinturón de revelación del peso medio con el que llegaban a Valladolid no era fruto del árbol de la suerte. Pero no fue más que eso.

Volviendo al Maravilla vs Chávez Jr, conviene recordar que el púgil mexicano puso en ocasiones contra las cuerdas al bonaerense. De hecho, llegó incluso a enviarlo a la lona a falta de un par de asaltos. No así ocurrió con el Pucela vs Rayo. Lejos de encarnar el espíritu de Martínez, los vallecanos fueron un decadente potro. Todo lo contrario que los dirigidos por Djukic, cuyo juego de pies fue más efectivo que nunca.

Por su producción en los albores del combate, el puñetazo asestado por Domínguez fue para el Valladolid algo así como aquel en el que Maravilla se rompió la mano al pegar a su rival en el cuarto asalto de la pelea en Las Vegas. Y por la reacción. “No hay dolor”, parecieron decir los blanquivioletas, que enseguida pusieron la réplica con el tanto de Bueno.

Tan solo cinco minutos después, en el quince, Manucho volteó el marcador tras la segunda asistencia de Óscar González en el encuentro. Poco después, en el veintiuno, el angoleño devolvería el favor al salmantino en el tercer gol local. Pim, pam, pum. Del cero a uno al tres a uno en once minutos. De un inicio contra las cuerdas al desarrollo en el centro del cuadrilátero, pero sin olvidar las esquinas.

El Rayo Vallecano se siente cómodo en la presión, arrinconando a su rival; intentando que no piense, que solo encaje. Pero el Valladolid es volátil. Se mueve; golpea. Se mueve; golpea. Crea el desconcierto por fuera y genera daño por dentro. O por lo menos lo intenta. Lo había hecho hasta la fecha, con Javi Guerra en punta, y por descontado que en esta ocasión lo consiguió en un contexto directo que favoreció a Manucho, que jugó su mejor partido con la blanca y violeta.

Gol RukavinaEl lado derecho del ataque fue el corto; el menos bueno. La técnica de Omar y las galopadas de Rukavina fueron golpes de escaso recorrido en comparación con la profundidad de los asestados por el lado izquierdo; el largo. No porque no hiciesen daño, ya que incluso el serbio hizo sangre con el cuarto antes del descanso, sino porque la zaga vallecana sufría más con las hondas triangulaciones entre Óscar, Bueno y Manucho.

La defensa de tres con la que el Rayo formó -simple, sin carrileros- es una sucesión de impactos en el pecho muy habitual en los pesajes, pero que cuando el combate comienza debe cambiar el sentido del propio torso al de enfrente, cosa que en Zorrilla no sucedió. Ciertamente, en esta suerte de valentía venida a menos tuvo mucho que ver el que los del calzón blanco anduvieron más ligeros de pies.

Dicho de otro modo: formar con tres al fondo y con los carriles vacíos resulta efectivo en aquellos partidos en los que las características del rival invitan a pensar en que habrá un intercambio de golpes por el centro que no se dio entre Valladolid y Rayo. He ahí el error de Paco Jémez, en plantear una lucha cuerpo a cuerpo aun sabiendo que los de Djukic saben gravitar y golpear de fuera a adentro, tal y como demostraron en cinco de los seis goles.

La victoria, incontestable, sirve para demostrar que sí, que este equipo tiene pegada; que, además de circular el balón, también sabe ser agresivo y golear. Que quizá las críticas recibidas hasta la fecha por carecer de ese punch podían ser justas y motivadas, pero que no es necesario más que un grito para que lo ponga en práctica, porque condiciones tiene.

Los expertos hablaban de Sergio Martínez hasta el pasado quince de septiembre como un púgil ligero, poco incisivo; que se andaba demasiado por las ramas como si quisiera enviar al rival a la lona sin casi golpear. En el afán de reivindicarse y romper la cara al hijo de ‘Mr. Nockout’, el argentino se partió la mano izquierda, la hábil y profunda. Pero siguió pegando. Y lo hizo a la voz de “¡dale, Maravilla, dale!”.

Como de él, hasta la visita del Rayo Vallecano a Pucela se hablaba del Real Valladolid como de un equipo incapaz de infligir demasiado daño a su rival. Pero ya no. Ahora todos sabrán que los blanquivioletas pueden mover el balón de maravilla, pero también dar. Como Maravilla dio hasta desfigurar al otrora campeón. Quizá, como el de Quilmes, sin conseguir vencer por KO. Buscando siempre la victoria.

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