El inicio de temporada ha servido a Álvaro Rubio y Óscar para reencontrarse con la élite, a Víctor Pérez para dar en ella sus primeros pasos y para descubrir a Omar Ramos y Patrick Ebert, dos puñales.
Hablar del valor del ascenso a estas alturas probablemente sea ahondar en algo que, teniendo mucho valor, no debe tratarse ya a estas alturas de la temporada. O, cuanto menos, teorizar y pecar por una reiteración que puede derivar en un absurdo. Porque, sin que por ello deje de ser real, probablemente resulte banal el solo hecho de recordar que la vuelta a Primera solo trae cosas buenas.
Actual, aunque a la vez distante del mero fútbol, es la situación institucional, indisociable de la pelotita, aun cuando no depende solo de ella. El balompié de verdad, el del tapete verde, las cartas y estrategas en su gestión, es el que más apego tiene con el día a día y el aficionado; el que levanta pasiones lejos de despachos y reuniones. Y ese juego, tan pasional que oculta tras de sí el factor racional que en cada partido se expone, ha sido hasta la fecha propicio a un Real Valladolid que se muestra atractivo como pocos para el aficionado aséptico.
Son varios los factores que convierten esta atracción en real. O, mejor dicho, son varios los jugadores que hacen que el conjunto que dirige Miroslav Djukic haya resultado tan agradable de ver en la gran mayoría de los diecisiete partidos que se han disputado hasta la fecha. Aunque hay más, puestos a personalizar, en la zona media y de tres cuartos, uno podría hacerlo con Óscar González y Patrick Ebert.
El extremo derecho alemán llegó por sorpresa y como gran desconocido para el público ‘no parabólico’, algo que no fue óbice para que, casi antes de que se vistiese la zamarra blanca y violeta, fuese visto como un acierto. Por el cartel con el que llegaba, pues había sido campeón de Europa en categoría sub 21 con la Alemania de Manuel Neuer, Matts Hummels, Sami Khedira o Mesut Özil. Y porque, por condiciones, parecía ser el sustituto ideal de ‘Sisinio corazón de león’.
Pero el cartel no es más que papel. Mojado, en muchas ocasiones. No son pocos los que han llegado a Zorrilla lustrosos y han terminado enfangados. Para muestra, alguno de los jugadores que arribaron el año del último descenso. Pero Ebert, hasta ahora, se ha mostrado distinto. Ha demostrado no ser de pega. Más bien al contrario. Pega -entiéndase “se ajusta”- como pocos en el ideario de Djukic.
Es también todo corazón, pero es además el trueno. Su carácter se antoja irreductible cada vez que salta al césped. Es pasional, eléctrico como pocos, y capaz de desequilibrar tanto por velocidad como por destreza técnica. Es, además, el principal baluarte ofensivo a balón parado, tanto como lanzador directo como ejerciendo de asistente.
Como Thor, figura a la que representa cada vez que se enfunda el traje blanco y violeta, tiene un martillo de guerra. Que arroja, que no arrojadizo. Y que asusta al más pintado. Y no es una exageración. Para comprobarlo no hay más que ver cuánto lo sufrió el Real Madrid los minutos previos a su lesión.
Si Ebert es quien bombea sangre, Óscar es quien la distribuye; quien da sentido a un juego que no se entiende sin él. Si el alemán representa la intensidad que reclama el almirante a sus soldados, el salmantino es la sensibilidad en el trato de balón. Es, simple y llanamente, fútbol. Y en esa manera de definirlo radica precisamente su éxito; en el engaño, pues lo que él hace no es ni simple ni llano.
El salmantino es el hombre que todo lo toca. Da claridad al ataque del Real Valladolid, pero no solo, ya que dentro de su tarro de esencias se encuentra un goleador que, dados sus números hasta la fecha, podría ser seguro de permanencia con poco que los principales responsables de ponerle salsa a la vida cumplan y la segunda línea siga sumando.
Su reencuentro con la élite, entrado ya en la treintena, no podría haber sido mejor. Por su condición de viejo conocido, tanto en Valladolid como en la categoría, su sabor podría resultar más agrio que añejo. Pero no. Después de que Abel lo recuperase hace ahora un par de años, su incidencia no ha hecho más que crecer hasta encontrarse hoy en el mejor momento de su carrera.
En el caso de Álvaro Rubio, quizá pueda parecer excesivo decir algo semejante, pero en ningún caso es descabellado hablar de otro dulce retorno a Primera. Si el riojano se fue en su día por la puerta de atrás, con rostro apesadumbrado y problemas físicos, estos no han remitido, aunque hoy aparezcan en distinta forma y acompañados de una expresión siempre humilde que oculta tras de sí una cátedra.
No hay muchos mediocentros underground tan silenciosos y que provoquen tantas sonrisas como a las que él invita a Miroslav Djukic. Probablemente nunca dejará de ser Míster Silencio, pero he ahí su encanto. Desde fuera no parece alzar la voz, pero lo cierto es que cuando no está, el equipo lo nota, principalmente su pupilo y compañero Víctor Pérez.
El albaceteño, como Antonio Rukavina, ha disputado hasta la fecha todos los minutos habidos y por haber. Como el pasado curso, empezó en ‘modo azucarillo’ para luego ir asentándose con el paso de las jornadas. Partido tras partido ha ido cogiéndole el pulso a Primera y ha seguido creciendo, algo que no ha parado de hacer desde su llegada a la Avenida Mundial ’82 hace algo más de un año.
Cuando más luce es cuando Óscar se viste de frac y Rubio de maestro de escuela. Entonces, su expresión, siempre tímida, oculta tras de sí más que nunca a uno de los chicos listos de la clase, como si la elegancia del uno, el caminar de puntillas del otro y la sutileza de ambos se mezclasen en un cóctel que hace presagiar en él un jugador grande.
Si él es el pulso, sin duda alguna Omar Ramos es el resuello; la respiración al inicio agitada y hoy más pausada. Y es así porque el extremo zurdo ha pasado de dar sensación de fatiga en casi cada jugada, en casi cada encuentro, a quitar la intermitencia que en el arranque tenía siempre puesta y convertirse en el duradero frescor de un suavizante de marca.
Por decirlo de otro modo, en los primeros partidos se le veía menos y parecía más cansado. En los últimos, mientras tanto, su aportación e incidencia en el juego colectivo ha crecido tanto, por lo que es como individuo, que ha pasado de ver su titularidad discutida por el reivindicativo arranque de Bueno a antojarse pieza clave para Miroslav Djukic y casi cualquier hincha de los que por Zorrilla pasan.
El hecho de que no haya estrenado su cuenta goleadora podría restar credibilidad a la teoría de la suma. Pero no lo hace. Por el camino que se le adivina en el horizonte, no hay duda, el gol llegará.
La irrupción del alemán, como el crecimiento de Omar, suponen una revelación en el entramado del Real Valladolid, que es quizá el equipo que más está sorprendiendo en lo que va de temporada. Por ellos y por la consolidación de sus jugadores interiores, tanto de Víctor Pérez como de los reencontrados Álvaro Rubio y Óscar. Y por el resto de sus compañeros, claro.
