Para Ruth Rodero, antes o después, el almirante será recordado solo -o al menos sobre todo- por la destreza que muestra como técnico, y no por aquel dichoso error puntual.
 Cierren los ojos un momento y piensen en una cosa: el penalti de Djukic. Sí, eso es, hay personas a las que les persigue una historia. Esas personas que bien podrían salvar a la humanidad de un ataque alienígena, y sin embargo siempre serán recordadas porque en el día más importante de su carrera fallaron.
Cierren los ojos un momento y piensen en una cosa: el penalti de Djukic. Sí, eso es, hay personas a las que les persigue una historia. Esas personas que bien podrían salvar a la humanidad de un ataque alienígena, y sin embargo siempre serán recordadas porque en el día más importante de su carrera fallaron.
Algo así le pasa al jefe, al almirante venido de Serbia, el estandarte de un Real Valladolid que comienza con ilusión su nueva andadura por la máxima categoría del fútbol español.
No existe nadie que no le recuerde por aquel fatídico momento en el que en 1994 Djukic cogió un balón envenenado. Un balón que era un todo o nada. Como ese jugador de la ruleta rusa que sabe que tiene un 50% de posibilidades de que la bala acabe incrustada en su cerebro. Vale, sí, me he pasado con la exageración.
Su mujer se lo había advertido: “si se da el caso, no se te ocurra tirar un penalti”. Pero Miroslav no de esos, no es de los que se arrugan cuando está a un paso de la gloria. O del infierno. Iba a escribir con letras indelebles su nombre en la historia del fútbol español. Para bien o para mal. Y salió cruz. La cruz que solo está destinada a los valientes. Porque por muy tópico que sea, solo falla un penalti aquel que lo lanza.
Han pasado dieciocho años. Dieciocho años desde que el penalti de Djukic privase al Deportivo de La Coruña de una Liga. Dieciocho años en los que Miroslav ha tenido que convivir todos y cada uno de sus días con la responsabilidad de haber fallado el penalti más importante de su vida. Y además, aguantar que a la menor oportunidad alguien se lo recordase.
Cuando llegó, hace más de un año ya al banquillo blanquivioleta, todo el mundo pensó, en mayor o menor medida, en ese penalti. Su fichaje provocó incertidumbre, muchos fueron los que alzaron la voz para demostrar su inconformidad con el nuevo míster. Pero poco a poco, Djukic fue haciéndose con el cariño de un público que ha depositado toda la ilusión en manos del serbio.
Serio y amable a la vez, siempre con una sonrisa en la boca, siempre accesible en su trato con la prensa y con los aficionados, Djukic supo hacer suya una lucha ajena. O quizás no tanto. Estaba de nuevo ante ese balón envenado, esta vez en forma de deudas, de plantilla a la que se le debía numerosas nóminas, en un club en el que el ascenso se suponía casi vital, como un salvavidas en medio de un océano.
A pesar de ello, de nuevo, no se arrugó, cogió el balón y volvió a colocarlo sobre el punto de penalti. Miró al portero y lo tuvo claro, esta vez no había dudas, él sabía que esta vez iba a anotarlo. Sorprendió a propios y extraños haciendo que ‘su’ Real Valladolid jugase al fútbol como pocos equipos están destinados a hacerlo.
Uno de esos equipos que trata con mimo al balón, esos equipos que acaba ganando adeptos por el espectáculo que ofrece. Un fútbol que en la Liga Adelante no es común y que provocó que el equipo blanquivioleta arrancase piropos de todos los campos por los que su travesía en el desierto recorrió.
‘Somos Valladolid’ fue más que un lema, fue el hilo conductor de una filosofía en la que no solamente vale con ser bueno, con tener calidad, Djukic pide algo más a sus hombres: entrega, lucha, solidaridad. El Pucela no hubiese sido el Pucela si solo hubiésemos jugado con la calidad de alguno de nuestros jugadores, el esfuerzo, la unión como grupo, fue la clave de un ascenso peleado hasta el último segundo, hasta la última gota de sudor.
Por eso, al inicio de esta temporada, llegó la parte amarga del fútbol: los descartes. Djukic señaló a los jugadores a los que no quería en su nuevo proyecto. Sin histrionismos, con la sencillez y la calma que le caracterizan al hombre tranquilo que habita el banquillo de Zorrilla. Y con la misma calma, tras el cierre del mercado de fichajes, no ha dudado en readmitir a dos de los señalados, dejando claro que ‘Somos Valladolid’ está por encima de él y de los propios jugadores.
Djukic quiere un Real Valladolid similar al de la temporada pasada, un Pucela que cuide el esférico, que toque, toque y toque mientras desespera al rival y busca los huecos para que la calidad de nuestros mejores jugadores haga efecto. Intensos en defensa, creyendo en nosotros pero respetando al rival, esfuerzo, lucha, solidaridad con el compañero. Una fórmula magistral que tan buen resultado dio la temporada pasada, cuando por fin, el penalti entró.
De nuevo el balón está colocado en el punto fatídico, pero Djukic, fiel y valiente como pocos, seguirá calmado al pie del banquillo. Con gesto concentrado, mentón apoyado en la mano, sin cazadora a pesar del invierno vallisoletano y decidiendo por dónde piensa colocar en esta ocasión el balón. Porque aunque su mujer le dijese que los penaltis ni olerlos, el fútbol no está hecho para los cobardes.
Quizás, dentro de unos años, cuando alguien piense en Djukic no se acuerde ya de su penalti, quizás el ‘Somos Valladolid’ le otorgue una gloria que aquel penalti le arrebató en el último minuto de aquella lejana temporada.
