Decía Mario Benedetti eso de que la mariposa recordará siempre que un día fue gusano. Es curioso, porque a menudo el fútbol va en contra de esa premisa. El fútbol no tiene memoria. Se ha dicho siempre. Y en parte es real. Incluso es palpable con la que es, sin duda, la pieza más débil en el balompié actual. Luis García Plaza fue la pieza más débil esta temporada en un Alavés.
Su salida del Deportivo Alavés fue traumática. Ese viaje desde las profundidades a la élite la vivieron con un entrenador que quiso ser parte de una realidad compleja como es siempre un equipo de fútbol. Su marcha, por tanto, fue el cierre doloroso de un ciclo que había devuelto al club la ilusión, el orden y, sobre todo, la competitividad. Pero va más allá. Su ruptura fue tan dura como la de una pareja de enamorados que ve cómo su vida les empuja a decirse adiós. Este deporte, implacable con los márgenes de error, no tiene demasiado espacio para sentimentalismos.
PIZARRA TÁCTICA: Luis García Plaza⚽ Gestión de grupos
✅Gasto mucho tiempo en conocer jugadores, cuanto más conoces a la persona mas le sacas
✅Conectar con el grupo es más importante que el juego
✅Los entrenadores que consiguen conectar con el grupo tienen mucho ganado pic.twitter.com/FvrZkQXvYO
— Zenith Fútbol (@construyefutbol) September 6, 2024
A finales de 2024, tras una racha de resultados negativos, el técnico madrileño fue cesado y la decisión, aunque justificada desde el prisma competitivo, dejó heridas abiertas en Mendizorroza, sabiendo que el Alavés estaba luchando por quedarse en una liga a la que no hubieran llegado sin él. Sin su pundonor, sin su entrega y sin su sabiduría desde la banda. Luis García Plaza era más que un entrenador para un equipo al que se lo dio todo.
El viaje encomiable de Luis García Plaza
Su etapa en Vitoria había comenzado con un objetivo claro. Lo de devolver al equipo a Primera División era obligatorio. Que lo consiguiera a la primera ya de por sí tuvo mérito. Con un estilo pragmático, sólido desde atrás y eficaz en las transiciones, Luis García Plaza armó un bloque fiable que entendía perfectamente sus limitaciones y virtudes y que supo abrochar un año de ensueño, con el premio final del ascenso. Un mérito colectivo que llevó su firma.
En la siguiente temporada, el reto de los vascos era asentarse entre los grandes y darle continuidad a un proceso que, por esa necesidad de conseguir regularidad, era aún más complejo. Pero también lo cumplió, con una digna décima posición en la tabla y un equipo que supo defenderse y competir contra cualquiera con sus armas. Pero la temporada 2024/2025 no arrancó con la fuerza esperada y, aún menos, con unos resultados que permitieran creer en la solvencia a final de año.

El Alavés comenzó a perder partidos y lo que parecían simples tropiezos se fueron convirtiendo en una tendencia peligrosa. El equipo no caía en picado, pero empezó a acumular partidos perdidos y malas sensaciones. En una etapa de cuatro puntos de veinticuatro posibles, la realidad es que las cosas se pusieron cuesta arriba. La dirección deportiva, con Sergio Fernández al frente, consideró que era momento de un giro doloroso. Y no dudó en darlo.
Dolor y gloria
La destitución llegó como una bomba. Una silenciosa, pero destructiva. Se argumentó que era una “decisión necesaria para proteger el proyecto deportivo”, aunque el equipo de Vitoria aún no había caído a puestos de descenso. El miedo al abismo pesó más que la gratitud por lo logrado por parte de Luis García Plaza, que se marchó sin estridencias. No hizo grandes declaraciones incendiarias. Al contrario. Agradeció al club, al cuerpo técnico, a la afición, aunque no pudo disimular su decepción ante una situación “injusta”. Él mismo confesó con los ojos vidriosos en la rueda de prensa de despedida irse “orgulloso del trabajo hecho”.
No es para menos. Más allá de los números, Luis García Plaza construyó una estructura de apoyo a la cantera, potenciando futbolistas como Abqar, Blanco o Carlos Vicente, claves hoy de un equipo que hoy sigue luchando por quedarse en Primera División. Él dio coherencia al plan de cada domingo y su mano se notaba incluso cuando el balón no quería entrar.
Su paso por el banquillo albiazul deja una huella muy difícil de borrar a pesar de que la memoria, caprichosa en este negocio, tienda a emborronar los hechos. No sólo fue el causante no solo subió al equipo, sino que lo devolvió a su sitio para mirar a los grandes como iguales. No solo ganó partidos, sino que construyó algo reconocible que sigue bebiendo de la enorme fuente de sus años dedicados al club. Porque, a pesar de todo, Luis García Plaza se fue con la cabeza alta y con el cariño intacto.
 
			