Marc Casadó no llegó al primer equipo del Barça como lo hacen las promesas que se convierten en fenómeno. Fue de un día para otro, sí, pero no hubo grandes portadas con su nombre, ni vídeos con música épica. Casadó llegó como lo hacen los que tienen claro que para ganar primero hay que trabajar. Lo suyo no fue una irrupción para atraer focos, fue una aparición callada pero firme, paciente. Como quien lleva toda la vida esperando que le digan cuál es su sitio para tomarlo. Cuando le toca, no necesita anunciarse ni se hace preguntas, lo toma sin más.
Desde niño, Marc Casadó respiró al Barça en los pasillos de La Masia. Ese lugar casi místico donde algunos se quedan a vivir con la ilusión intacta y otros salen antes de tiempo con la mochila llena de frustraciones. Él se quedó y aprendió. Y trabajó. Desde el Infantil hasta la antesala del Camp Nou, paso a paso. Sin prisa pero sin pausa. No hizo falta que acelerara de golpe. Cada paso estaba medido. En cada categoría fue dejando claro que no necesitaba un brillo espectacular para lograr ser imprescindible.
Y es en la temporada 24/25 donde se le dio la oportunidad que tanto había esperado. O, más bien, se la dieron la lesión de Marc Bernal y las dudas en torno a Frenkie de Jong. El mediocampo del Barça, de pronto, se encontró huérfano de jerarquía y de opciones, y Hansi Flick, nuevo en la casa, tuvo que improvisar soluciones sin traicionar una idea de juego que mantuvo clara.
Fue ahí cuando miró hacia abajo, consciente del valor de esa Masía que tanto había estudiado antes de poner un pie en Barcelona. Allí, este chaval con pinta de veterano, sin levantar la mano, logró encajar en los planes de Flick. Casadó no entró al once como un experimento: entró como un tipo que sabía perfectamente lo que tenía que hacer.
La explosión del inesperado rol de Marc Casadó
En un rol alejado de lo que es su posición tradicional, más interior que pivote, recuperó balones como si su vida dependiera de ello, tocó en corto cuando había que calmar el juego y se la jugó en largo cuando el equipo pedía un cambio de ritmo. Nunca hizo lo más vistoso, pero casi siempre fue capaz de detectar lo más útil. Como esos amigos que, sin llamar la atención en las fiestas, luego te ayudan a recoger cuando se apagan las luces y todos se marchan.
En este curso, Marc Casadó ha disputado ya 36 partidos. Un número que puede no sonar a récord pero sí a confianza. Ha marcado un gol, ha dado seis asistencias y, sobre todo, le ha dado al Barça algo que no se ve en los resúmenes: equilibrio. Cuando él estaba, el equipo respiraba mejor. No corría más, pero sí más ordenado.
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— FC Barcelona (@fcbarcelona_id) March 2, 2025
No dominaba más, pero sí con menos sobresaltos. Le dio lo que puede ofrecer un mediocentro escuela Barça que ha estudiado a Sergio Busquets desde un crío como si fuera la asignatura clave de su carrera. Lectura táctica, anticipación y mucho sentido común aplicadas a un rol en el campo. Y también algo más moderno: versatilidad. No tuvo reparos en adaptarse a otros registros cuando el plan lo requería, incluso cubriendo de manera puntual el lateral, como ya había hecho con discreción en el filial del Barça.
La vuelta de Frenkie no logró borrar a Marc Casadó
Pero en el fútbol, como en la vida, las jerarquías pesan. Y cuando Frenkie de Jong pudo volver, volvió también el orden establecido. Marc Casadó pasó del once a la espera, del foco al banquillo. Le tocó ser suplente del que había reemplazado. Y en lugar de hacer gestos o poner cara de mártir, lo aceptó con la misma naturalidad con la que tomó en día su rol. Volvió a aferrarse a la idea de que cada entrenamiento cuenta, que compartir mediocampo con De Jong y los demás seguía siendo una clase magistral que la que seguir aprendiendo.
Con esa nueva realidad, lesión en el ligamento de la rodilla derecha. Dolor, parón y gimnasio. Sin quirófano, por suerte, pero con la duda que siempre preocupa en torno a la rodilla. Y, claro, ese vacío de los partidos que van pasando sin ti para aportar cuando hace apenas unas semanas, todos eran tuyos. Marc Casadó, fiel a su estilo, volvió a no hacer drama. De nuevo a trabajar para volver cuanto antes. Otra vez en silencio, otra vez desde abajo.

Paradójicamente, mientras está fuera, su nombre no desaparece. Más bien crece. Porque a veces hace falta no estar para que se te eche de menos. El valor de mercado del centrocampista ya se ha disparado hasta alcanzar los 30 millones de euros. Y no, eso no define la virtud de un futbolista, pero dice mucho de cómo llegan a ver su labor desde fuera. Una valoración que, antes de su lesión, le valió para estrenarse con España en la UEFA Nations League. Otra medalla que se colgó en silencio, con las ganas de seguir progresando sin parar.
Marc Casadó no necesita que lo miren para saber que está. Es uno de esos futbolistas que hacen del fútbol algo menos espectacular pero más sólido. De los que entienden que en cada pase, en cada cobertura, en cada sacrificio, hay una forma de liderazgo. En un Barça que necesita bases estables para construir un futuro que hace un año parecía incierto, Casadó no será el mejor de los arquitectos, pero sí una de sus columnas. Una que fue capaz de sujetar la casa cuando empezó a soplar el viento.
 
			