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Y al final de la batalla, Guerra

por Jesús Domínguez
7 de marzo de 2011

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Guerra 7.3
Foto: El Norte de Castilla

Comentaba Abel en la previa del encuentro frente a la Ponferradina que el trabajo y la humildad eran las premisas a seguir para lograr doblegar a la Sociedad Deportiva Ponferradina. Lo hacía, probablemente, sabedor de que en un duelo entre fajadores, ganaría quien tuviese mejores francotiradores.

A punto estuvo de no ser así, pese a adelantarse el Real Valladolid en el marcador. Pero, cuando el partido moría en favor de la cuarta igualada consecutiva del conjunto berciano, apareció Javi Guerra para ajusticiar con su doblete a un conjunto para el que anteriormente había anotado Gaizka Saizar.

En honor a la verdad, no habría sido del todo injusto que los de Claudio Barragán lograsen dicho empate. Pero Guerra y el fútbol, matrimonio feliz e inseparable, no conocen más verdad que el gol. Incluso cuando uno da la sensación de cansancio y el otro de incomparecencia.

Y es que, a pesar del control ejercido durante tres cuartas partes del encuentro por parte de los blanquivioletas, el savoir faire en labores defensivas del hoy equipo dorado provocó el hartazgo de los locales encargados de la elaboración.

Una vez más, estuvo Mehdi Nafti fajador. Baraja, su fiel escudero, buscó con continuos cambios de orientación sorprender a las dos líneas de cuatro inquebrantables que tenía enfrente, en las que se perdía un Óscar González que no apareció con éxito un instante entre ambas.

Pacientes, tocaban y tocaban los hombres de Resino. Para su desgracia, con escasa profundidad y menos ritmo. De ahí que apenas se diesen ocasiones – apenas una de Óscar González y otra de Javi Guerra – en el primer periodo. A destacar, que los jugadores dirigidos por Claudio Barragán preferían perder tiempo a buscar la meta defendida por el canterano Javi Jiménez, sorpresa de la tarde.

Sobre el verde, el fragor de la batalla provenía de la zona ancha. En la grada, más allá de los ánimos de la afición visitante y los dos focos de animación local, el ruido provenía de unos múltiples bostezos que apenas desaparecieron en el arreón final del Real Valladolid en la primera parte.

Comenzó el segundo periodo con el primer toque a arrebato de los albivioletas, culminado en gol por Javi Guerra tras el servicio de Carlos Peña. La puso el lateral a la frontal, donde el malagueño se revolvió para deshacerse de su par y alojar en las mallas de Alejandro el cuero.

Obligó el tanto a Claudio Barragán a dar la orden a los suyos de abandonar la retaguardia en pos del empate, intenciones de ataque constatadas con la entrada del veteranísimo Óscar de Paula en el lugar de Candela, jugador que había dispuesto en el primer periodo de la única oportunidad blanquiazul.

Coincidió prácticamente dicha permuta con la entrada de Jorge Alonso en el lugar de Óscar González, y precedió a los mejores minutos visitantes y los peores locales. Acorán, veloz extremo, provocó gran peligro con sus galopadas por la diestra hasta la llegada de la igualada.

Con Nafti desfondado y desbordado y un Jorge Alonso tan inoperante o más que Óscar González, los vallisoletanos perdían la media frente a un equipo que buscaba mediante su fútbol directo inquietar a Javi Jiménez, a la postre salvador, pero que no pudo evitar el tanto de Gaizka Saizar tras el rechace provocado por un remate de Óscar de Paula tras una falta lateral.

Tras la siesta volvieron las prisas, viejas compañeras de viaje del equipo de Resino. Otra vez el balón era vallisoletano y otra vez la paciencia y las pérdidas de tiempo de la Sociedad Deportiva. Otra vez volvía la congestión interior local y otra vez la Ponfe daba por buena el empate.

Entonces, se produjo el toque de corneta definitivo para la búsqueda de los tres puntos, más viable con Jofre abriendo campo como Antón hacía rato no lo hacía y con Quique acompañando al fatigado Guerra en vanguardia.

El catalán ponía la réplica a las carreras de Nauzet Alemán, voluntarioso, y el canterano se asociaba como ninguno de los dos mediapuntas lo había logrado. Parecía insuficiente, en cualquier caso, hasta que, al final de la batalla, apareció Guerra.

Ya en el minuto ochenta y siete, cuando todo el mundo daba por muerto al malagueño y casi también el partido, Antonio Barragán ganó a su par en la diestra y puso el balón al área para que el francotirador ajusticiase a su rival.

En la celebración se dejó caer como si fuese él, y no Alejandro, quien recibió el disparo. Como si de verdad, como muchos pensaban por los múltiples minutos que acumula, estuviese muerto. Pero los muertos no marcan. Los muertos no deciden. Y Javi lo hace practicamente día sí y día también. Hasta el punto que, gracias a él y a los trece puntos sumados sobre quince, Valladolid vuelve a soñar.

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