Ricky Pow venció por decisión unánime a Ionut Strachinaru en la pelea central de la velada organizada por el Club Boxeo Valladolid

Es, Valladolid, una ciudad que está de sobra acostumbrada a todo tipo y clase de eventos deportivos. De un tiempo a esta parte, a los boxísticos, menos. Pero pretende el Club Boxeo Valladolid que vuelvan a ser un habitual, y que no haya que esperar dos años, último lapso de tiempo que ha pasado entre los dos últimos, para ver un combate profesional.
A tenor de la buena aceptación que tuvo la velada de este viernes veinticuatro, a buen seguro la organización tratará de repetir experiencia dentro de no tanto. Si no con profesionales, seguro que con aficionados, dada la remesa de promesas con las que Valladolid cuenta, y que, antes del combate central, hicieron gala de su gran nivel.
De los siete amateur que defendían a clubes de la provincia –los dos primeros del Club Diablo y los cinco siguientes del Club Boxeo Valladolid–, únicamente dos perdieron. Mohamed ‘El Saharaui’ lo hizo contra el vigués Javier Hernández, un rival fino, espigado, cuya envergadura sirvió como defensa inexpugnable para Moha, mientras que Fernando Moré, su compañero de equipo, no pudo hacer nada contra Flavio ‘El Brasileño’, un ciclón del Fight Segovia.
Dan Bukur y Salvador Jiménez, ‘Salvi’, ganaron sus respectivas peleas por decisión unánime y Manu Varela y Antonio Iglesias, ‘Toñín’, por decisión dividida. El KO de la noche, en el sexto combate, vino de una buena mano de Miguel Cuadrado, ‘Miguelón’, que noqueó de manera inapelable al vigués Santiago Subiñas en el segundo asalto.
Turno para Ricky Pow… y para Marc Valiente
Y entonces llegó el momento cumbre de la noche; el de Ricky Pow. El boxeador de Bristol, que en la previa había reconocido que llegaba al combate preparado “para una guerra”, no dejó de disparar metralla durante un solo segundo de los 1.080 que duró el asedio a Ionut Strachinaru. Antes de iniciarlo, tuvo el detalle de salir enfundado en una camiseta del Real Valladolid, seriegrafiada con el nombre de Marc Valiente, lo que le hizo ganarse –más aún– el favor del público y, a la vez, constituía una declaración de intenciones.
Durante los dos primeros rounds, Strachinaru pareció querer ir hacia adelante y tener ganas de querer batirse el cobre con Pow, aunque esta sensación duraba apenas unos segundos, los justos para que este le encimase y le empezase a castigar. Daba la sensación de que el inglés quería ofrecer un buen espectáculo, tal y como había prometido, y, ágil de pies y manos, encadenaba series con un ritmo pausado.

Foto: Rosa M. Martín
En la esquina, Kiko Martínez vio fisuras en la defensa del rumano cuando se iba hacia las cuerdas y le invitó a probar suerte golpeando abajo. Y así lo hizo; arriba y abajo, arriba y abajo, conectó con facilidad con el cuerpo del foráneo, lo que enardeció a la afición y hacía presagiar el KO ya en el tercero y el cuarto.
Pero no hubo manera. Con una frecuencia de golpeo cada vez mayor, Ricky insistía en sus intentos de noquear, pero Strachinaru aguantó. Lo hizo apelando a las malas artes, tirando en más de una ocasión el bucal –penalizado dos veces, lo hizo hasta cinco–, utilizando los codos y algún que otro agarre que rozaba la ilegalidad y ralentizado su salida en el quinto y el sexto asalto.
Se fue tan magullado que dio la impresión de que un saco habría aguantado menos, y de que si Pow se hubiese bajado del ring para coger una silla o un mazo, como en el pressing catch, ni por esas le habría tirado. Lo aguantó todo, aunque quedó la duda de si el árbitro debió parar o no el combate en un par de ocasiones.
El triunfo, claro y por decisión unánime, fue para un Ricky Pow que abandonó el ring algo contrariado por estas cuestiones, aunque a la vez feliz por haber cumplido con el objetivo de agradar y recuperar sensaciones. Strachinaru también se bajó con el objetivo cumplido: no caer para mantener el caché y la fama de duro de pelar y no quedar a deber puntos en el carnet.
Y el inglés besó el escudo

Foto: Rosa M. Martín
Notificada la decisión lógica de los jueces, el boxeador inglés volvió a ponerse la camiseta del Real Valladolid mientras los espectadores coreaban su nombre. Y, como muchos futbolistas en sus presentaciones, besó el escudo, aunque, a diferencia de ellos, el gesto no fue de cara a la galería, para ganarse a la afición. A esa se la ganó con el corazón, allí donde lleva a Valladolid.
El beso fue un ‘hasta pronto’, un ‘volveremos a vernos’ que sale, de verdad, de dentro. Devolvía así el cariño sentido no ya en los dieciocho minutos de pelea, sino desde su llegada el martes a la ciudad y en etapas anteriores, más largas que esta visita. “Valladolid es una ciudad a la que quiero mucho. Siempre que vengo me trata todo el mundo muy bien. Agradezco a toda la gente que ha venido el apoyo que me han dado. Espero hayan disfrutado y que se animen a volver”, reconoció más tarde.
Él, por descontado, lo hará. Y quiere hacerlo pronto. “Me he sentido muy a gusto, la lástima es que no haya caído. Pero estoy ya pensando en volver y espero que no pasen otros dos años antes de que pueda volver a pelear aquí. Dentro de poco empezaré a mandar whatsapps a Pedro (Retuerto; presidente de la federación regional de boxeo) para que organice otra velada y me traiga otra vez”, bromeaba con su imborrable sonrisa antes de, en efecto, decir “hasta pronto”.
