La derrota ante el Valencia (0-2), que será equipo de Champions la próxima campaña, no impidió a la afición del Real Valladolid festejar la permanencia

Decía Ernest Hemingway, en una de sus obras más célebres, que París era una fiesta. Se refería el escritor a los años de la ‘belle époque’, en los que la ciudad del Sena brillaba con una luz que ahora se evoca con nostalgia.
Lo mismo le pasaba, no hace demasiado, a un Real Valladolid que, renacido, cuenta sus dos últimas temporadas por festejos.
El epicentro de la alegría no podía ser otro que el José Zorrilla. Ante el Valencia, el feudo blanquivioleta volvió a demostrar que Pucela, como dice la canción, es de Primera.
Lejos quedan los días grises, las decepciones, los enfados y la sensación de injusticia. Las instrucciones fueron claras: era un día para celebrar. Y en ese ambiente de festejo y despedida, el Real Valladolid salió a morder, alejando cualquier especulación acerca del resultado.
Los valencianos, por contra, estuvieron dormidos durante buena parte del primer acto. Con un once en el que los menos habituales fueron protagonistas, los de Sergio González pronto dejaron claro que no querían perder la oportunidad de brindar a su gente una última victoria.
Toni tuvo en sus botas la ocasión más clara con un remate que se estrelló en la madera. Acto seguido, Verde, en la ejecución de una falta, revivió el ‘uy’ en una hinchada que disfrutaba entonando el ‘olé’ tras cada pase de los suyos y haciendo la ola.
Ni tan siquiera después del gol che se escucharon reproches. Todo lo contrario: a la celebración de Carlos Soler y Rodrigo le siguieron los gritos de ánimo y, nuevamente, ese ‘es de Primera, Pucela es de de Primera’. No se cansaba la grada de repetir, orgullosa, que el Pucela se había ganado por derecho propio, seguir un año más en lo más alto.
Con todo, siguió intentándolo el Real Valladolid, encomendándose a un eléctrico Toni. Pero el Valencia volvió a golpear: Parejo aprovechó un error de Alcaraz y Rodrigo, solo ante Yoel, no perdonó. ¿La respuesta de la grada? ‘Pucela, Pucela’.
El ’14’ tuvo pronto la oportunidad de resarcirse. Keko condujo por el costado derecho y, tras un saque de banda que él mismo ejecutó, el rechace de la defensa le cayó al catalán, que no dudó en disparar desde la frontal, poniendo a prueba los reflejos de Doménech.
Ni el VAR se perdió la despedida de Borja

Como en toda fiesta que se precie, siempre hay un invitado que llega tarde. En el caso del Real Valladolid, no podía ser otro que el VAR.
Recién ingresado en el terreno de juego, Enes Ünal cayó derribado en el área pequeña. Mientras todo el cuadro blanquivioleta protestaba, el colegiado se echó la mano al pinganillo. Desde Las Rozas, le indicaron que fuera al monitor pero, al igual que sucedió ante el Atlético de Madrid, De Burgos Bengoetxea no cambió su decisión.
Se enfadó el José Zorrilla, que pronto recuperó un ambiente festivo que se tiñó de despedida. A falta de diez minutos para el final, Borja se marchó sustituido por Calero, poniendo fin a su etapa como blanquivioleta y como futbolista profesional.
Por esperado, no dejó de ser emotivo el momento. Sobre el césped, los futbolistas hicieron una piña para despedirle. En la grada, la afición, en pie, volcada en aplausos y coreando su nombre.
Con el pitido final, se repitieron los abrazos y los cantos de alegría. Los del Valencia, que el año que viene jugará la Champions, celebrando la clasificación con los seiscientos ches que los acompañaron.
Pero, sobre todo, los del Real Valladolid y su hinchada, que en perfecta comunión festejaron una sufrida y merecida permanencia. Quedaba la celebración oficial, aunque eso poco importaba a la grada. Zorrilla fue una fiesta. Y así seguirá siéndolo.
