El empate a uno en las islas deja a canarios y blanquivioletas deja sensaciones contradictorias: por su desarrollo, pudo ser peor; por su resolución, parece insuficiente
Recuerdo, cuando era pequeño y en casa no podíamos permitirnos una videoconsola, que los domingos me cansaba de pedir a mi abuelo veinte duros para las máquinas de los recreativos. Paciente, él siempre tenía reservadas diferentes partidas; una para cromos, quizá la mayor, que dosificaba entre los dos días del fin de semana. Otra para comprar indios y vaqueros o soldados al quiosco de María, que siempre me pareció una señora tan mayor como la Plaza de la Herrería. Y esa, la de las maquinitas.
Debo ser honesto; nunca fui muy ducho para los videojuegos. Cuando mis amigos organizaban una tarde de FIFA, quitaban los comentarios y yo narraba, no solo porque quisiera ser periodista. Incluso me costó soltarme con el karaoke, porque tampoco tengo voz de tenor. Al menos, eso sí, le ponía fe.
Le ponía tanta fe que a veces, en lugar de ir a misa a San Francisco, como en casa decía, me iba con mis cien pesetas a la sala de juegos, e iba metiendo de veinticinco en veinticinco a la máquina del ‘Street Fighter 2’. Aquella tensión, entre la tercera y la cuarta, seguramente sea equiparable con aquello que sintió Miroslav Djukic antes de tirar el penalti.

Como yo, el Real Valladolid le pone también ganas. A veces parece que no, porque es frío, pero lo intenta. Y a veces merece más, como Ryu contra Balrog, pero se atasca, pierde, y tiene que meter otra moneda. Ha de hacerlo de cara al próximo encuentro, contra el Leganés, después de sufrir otro tropiezo en Las Palmas. A Rubi seguramente le llegue también ese momento, ese suspiro entre la tercera y la cuarta moneda. Ya no puede fallar.
Hablemos antes de este encuentro. La primera parte fue de fango, barro y poco fútbol. Si alguno dominó fue Las Palmas. Hubo alguna intentona de los blanquivioletas, pero principalmente debieron centrarse en neutralizar las estampidas del físico Culio, frenado por Jesús Rueda, y las acometidas de Sergio Araujo.
La más clara fue de Hernán Pérez, que tiró fuera una ocasión franca, casi a bocajarro. Por momentos tuvo el balón el Pucela, aunque pocos, y poco fluidos. Mejoraría luego, tras el asueto.
El duelo creció en intensidad y decreció el miedo de ambos a perder y ver en la pantalla game over. El juego mejoró, sin llegar a romper con brillantez, y Roger golpeó primero. Casto apretó el botón que no era, salió en falso, el balón chocó en un defensa y acabó dando en ‘Billy el Niño’ antes de acariciar las mallas.
Ni la alegría fue mucha ni muy continuada. Por aquello de la fealdad del gol, no fue muy celebrado. Y solo cinco minutos después empataría la UD, después de un contragolpe en el que Araujo apareció por la izquierda. El argentino tiró y su disparo golpeó en Javi Chica, desviándose hasta perderse en la red que defendía Varas.
La igualada dio al traste con los mejores minutos del Real Valladolid, poco después de que Roger no fuera capaz de picar lo suficiente el balón como para salvar la pobre salida de Casto. Hasta el final, otra vez serían mejores los de Paco Herrera. Sus cambios fueron más efectivos que los de Rubi, que dio entrada a unos nada atinados Omar, Pereira y Jeffren.
Varas debió salvar el punto en los minutos finales, con varias paradas de mérito que acabaron convirtiendo la igualada en positiva. Quizá de hecho lo sea, teniendo en cuenta que no es fácil sumar en el Estadio de Gran Canaria, aunque sabe a poco después del empate de la semana pasada contra el Sabadell en casa.
Después de un bajón considerable de juego y de resultados, en los últimos tres partidos el Real Valladolid ha mejorado, aunque no basta, ya que solo ha sumado cinco de nueve. Por lo que sea, siempre hay un pero y siempre hay un casi, y cada vez el margen es menos, o no es, si se tiene en cuenta que Rubi hablaba de 81 puntos para ascender directo y el máximo a sumar, ya, son 80.
Llegó el momento. Llegó el suspiro. Como cuando yo jugaba en las máquinas de la Herrería. El Real Valladolid está obligado a no dejar expirar la cuenta atrás y a meter la última moneda. Lo que queda tendrá que ser a pecho descubierto. Como cuando yo cogía a Ryu para volver verme las caras con Balrog, o cuando le ganaba y me enfrentaba a Vega y Sagat.
El ascenso directo, a estas alturas, parece tan alejado como para mí M. Bison. Es Shadaloo, la tierra prometida con la que soñaba mientras mi madre me creía en misa. Quizá al final llegue, pero para eso hay que ser perfecto, porque ya no queda crédito. Perder, ahora, es tener que conformarse con el play-off, y hombre, si podemos evitarlo…
Bien visto, podría ser peor. Por lo menos nos queda esa partida extra. Como cuando yo aprovechaba el dinero que mi madre me daba para el cepillo de la colecta para volver a intentarlo, y no intentaba engañar a Dios yendo a echarlo en alguna hucha al acabar la misa.
