Roger, Óscar y Peña otorgan el triunfo al Real Valladolid en el Nuevo Colombino, en una genial primera parte en la que ‘El Mago’ ajustició al Decano con dos obras de arte.

Piel erizada; voz en grito. Manos en la cabeza, señal de incredulidad. Y una sonrisa compartida: la suya. Eso provocó Óscar con su gol ante el Recreativo. Alegría e incredulidad a partes iguales. Después de una cabriola genial, en la que voló la pierna menos buena para mandar ese balón llovido del cielo –ese en el que habita ya en vida Rubio– allí donde se unen los imposibles y viven los sueños.
Uno puede ensayar muchos inicios, pretender comenzar por un principio o divagar sobre el final o lo que está por venir. Lo que no puede ser es ajeno al arte, intentar atraparlo negro sobre blanco o intentar robar su esencia. Aunque se pueda relatar de mil modos distintos, el gol de Óscar González hay que verlo. Y con él hay que abrir, sino noticiarios, al menos crónicas, como la que aquí se traslada.
A veces, es difícil hablar de lo que pertenece al mundo de las sensaciones, de lo etéreo. Y ese gol lo es. No se puede oír, palpar ni oler. A lo sumo, degustar, viéndolo una y otra vez. Como lo que representa, la esencia de un gran jugador, distraído a veces, pero genial como pocos, o quizá ninguno, han sido vistos vistiendo la remera blanca y violeta en lo que va de siglo.
Empezar a hablar de la victoria del Real Valladolid en Huelva, decíamos, es empezar hablando del tanto marcado por Óscar, porque encierra, en sí mismo, en su actuación, todo lo que el equipo es. Maestro, a veces, lucido muchas, genial alguna. Otras, apático, una sombra. Que, por suerte, parece haberse quedado en ese maldito abril al que un buen día cantó La Fuga.
Para entonces, para cuando ‘El Mago’ voló al cielo de Onuba queriendo ser capoeirista, los blanquivioletas ya ganaban cero a uno. Por otra brillantez suya, culminada por Roger. ‘Billy el Niño’, el justiciero del gol, lanzó una pared con el salmantino, al que solo le faltaron capote y montera para erigirse torero. Con un desplante maestro, con un taconazo de lujo, señaló el camino.
El tercero lo hizo Carlos González Peña, como los dos anteriores, antes de que se llegara al descenso. Fue el tercer golpe directo al mentón de cristal de un Recre que huele a descenso, para tristeza de sus aficionados y a pesar de su historia. Con el primero, se tambaleó. Con el segundo le temblaron las piernas. Con el tercero se fue a la lona y abrió los brazos. Si hubiera podido, le habría dicho al colegiado “ya no puedo más”.
Pero esto es fútbol, no boxeo. Aquí no vale tirar la toalla. Si careces de quijada, lo único que puedes es encajar y esperar a que tu rival se apiade de ti. Y el Real Valladolid lo hizo del Decano. Después de una primera parte sublime, de las mejores de la temporada, sintió que ya había ganado y no quiso lastimar más a un rival ya lastimado.
Con todo, el triunfo puedo ser mayor, porque aun levantando el pie del acelerador, el Pucela pudo marcar algún gol más. Y en cierto modo se puede decir que lo necesitaba, porque a jugadores como Mojica, Omar, Jeffren o Jonathan Pereira les hace buena falta, ya que vienen de una racha de juego y números algo pobre.
Tampoco cabe lamentarse, o no en exceso. Lo importante es que mayo ha devuelto la sonrisa a los blanquivioletas, porque con él han llegado los triunfos de nuevo. Y así sigue el Pucela vivo en la lucha por el ascenso directo, entre la puntería de Roger y la torería de Óscar, con un Rubio más joven que nunca y un Sastre como invitado sorpresa, como en el Colombino por sorpresa apareció Peña.
Si este no es el mejor momento del curso, promete serlo, y lo será si se gana a Osasuna… si lo permite la huelga. Huelga decir que hay que seguir, como en Huelva, buscando mostrarse con una identidad, reconocibles. Probado ha quedado que cuando el Real Valladolid juega a ser él mismo, gana. Que así siga.
