El Real Valladolid gana por un gol a tres a un Barça B del que pudo abusar

Cuando uno llega a este punto de la temporada, lo que le importa es ganar. “Eso siempre”, pensará alguien, pero no es verdad. Hay momentos en los que se puede porfiar; en los que no hacerlo no es un drama. Partiendo de esta premisa, dándola por válida, la victoria del Real Valladolid en el Mini es un buen triunfo. Sirve incluso para mantener la teoría de algunos de que mientras las matemáticas acompañan hay esperanza.
Sin embargo, si uno atiende al desarrollo… No ya porque el juego no fuera preciosista, porque es verdad que no es el momento de exigirlo. El caso es que, llegados a este punto de la temporada, es importante la fe, al menos si se proclama que esta se mantiene.
Es verdad, no ha sido esta proclamada a los cuatro vientos; solo reconocida con la boca pequeña. Pero aquí no hay medias tintas de calamar de alguna ría gallega: la fe, o se tiene, o no se tiene. Y si la respuesta es que no, pues que se diga, que nadie va a matar a nadie por ello. La decepción, al contrario, puede venir por decir lo primero y no demostrarlo.
Aunque, bien visto, aunque el ascenso directo aún sea posible, es muy poco probable, y así lo entiende la práctica totalidad de la afición. Pero vaya, que no hemos venido aquí a hablar de ella, sino del envite entre Real Valladolid y Barça B. Entre un equipo que quiso poco y pudo y otro que ni quiso, ni pudo, ni seguramente sabría, porque directamente ni es equipo.
Hay en el filial azulgrana algún que otro jugador con marchamo de estrella, señalado como futuro crack. No es este espacio para analizar sus males, aunque da la sensación de que faltan sacrificio y humildad. Porque, cuando se es bueno, da igual la experiencia. Y si no que se lo digan al Promesas, que siendo nuevo en Segunda B ha hecho una gran temporada.
En fin. Salió bien el Real Valladolid, con Hernán Pérez enchufado desde el inicio, mejor que en pasadas jornadas, generoso. Creó alguna ocasión y volvió loco a la frágil zaga local, que daba la sensación de ser de cristal de Bohemia, de poder romperse en mil pedazos, como cuando visitaron Zorrilla, si el Pucela se lo proponía.
Sucede que, bueno, tampoco era necesario proponérselo demasiado. Si el rival ya estaba herido y parecía no tener alma, pues para qué iba a ir uno en plan cazafantasmas a demostrarlo. Por eso, aunque se adelantaron gracias al regalo de Gombau, los de Rubi se contagiaron de la apatía culé, como si no fuera suficiente con la escasa tensión competitiva propia.
Y sin embargo, el Real Valladolid se pudo ir al descanso con tres o cuatro goles en su favor, que habría conseguido de haber querido ‘de verdad’. Aunque menos es nada, vaya. La cosa se pudo torcer cuando Dongou y Adama fueron ráfaga, pero como no fueron más que eso, pues… El camerunés empató, pero la viveza local fue una mentirijilla que se destapó tres minutos más tarde, cuando Hernán, con una genialidad, hizo el uno a dos.
El encuentro no cambió, ninguno de los dos contendientes dio volantazo alguno en pos de una mejora excesiva que rompiera en fútbol. Al menos quedó algo bueno por ver, el gol de Jeffren en los minutos finales, que terminaba de poner el candado en la caja en la que el Pucela había metido ya los tres puntos que se pensaba traer de vuelta a casa.
No hubo convicción, pero al menos sí tres puntos, por lo que pueda pasar. Lo menos que se puede pedir es precisamente eso, no fallar, por si a los demás les da por hacerlo, para quedar lo más arriba posible. Con ese mismo espíritu, aunque la fe no sea mucha, habrá que ganar el domingo al Real Zaragoza.
