Ruben Gracia ‘Cani’ regresó este verano al Real Zaragoza, club en el que debutó y con el que espera subir a Primera al final de año

Bagnack, Edu García, Irureta… Muchos han sido los jugadores que se incorporaron el Real Zaragoza el pasado verano para afrontar los objetivos de la presente temporada. Los maños querían formar una plantilla competitiva que consiguiera pelear por el ascenso, como en años pasados, pero que esta vez por fin efectuara esa subida al Olimpo tan añorada por sus aficionados.
Tanto defensa, como en el medio del campo y hasta en la delantera. El equipo preparaba la maquinaria para una trepidante campaña. Pero, la directiva llegó a la conclusión de que, por mucho que las tuercas se cambiasen, los engranajes no iban a girar si no tenían a alguien que los engrasara.
Comenzó la búsqueda de aquella pieza maestra. El abanderado de un equipo que combinara calidad y veteranía, cualidad muy apreciada en la división de plata. Además, el duro palo que recibió la afición el pasado año, quedándose a las puertas del ascenso, tenía que ser remendado con una inyección de moral y entusiasmo.
El elegido no podía ser otro que Rubén Gracia ‘Cani’. Una perla de la cantera que, tras años respirando fútbol, se había construido un currículum al que pocos pueden compararse. Internacional con la selección, piedra angular en el Villarreal, vividor de un ascenso y hasta miembro de la plantilla del Atleti del Cholo, aunque en esta última etapa estuvo a la sombra de los Koke, Arda y compañía.
Sus inicios en la capital aragonesa recogen alguna que otra anécdota curiosa. Fue en la temporada 2001/02 cuando el Real Zaragoza decidió apostar por aquel joven del filial e incorporarle a su plantilla, algo que sorprendió al propio jugador que incluso había pensado en poner fin a su carrera futbolística para ponerse a trabajar como ‘chico de los repartos’ en un supermercado. Afortunadamente para este deporte, Cani continuó puliendo su talento hasta convertirse en un auténtico ídolo en el equipo de su ciudad natal, con el que conquistó la Copa del Rey y la Supercopa de España, ambos títulos en el año 2004.
Con grandes clubes pujando por hacerse por sus servicios, Cani abandonó el Zaragoza en el año 2006 e inició su andadura en el Villarreal de Manuel Pellegrini, donde tuvo que ganarse un puesto con esfuerzo y sacrificio, pues al principio no contaba con muchos minutos y era habitual verle salir desde el banquillo.
Sin embargo, poco a poco se fue haciendo un hueco en el once titular y allí, en tierras valencianas, coció su fútbol a fuego lento, como los buenos guisos en el fondo del puchero. Cani maduró y aprendió a aprovechar al máximo sus cualidades. Vestido con la elástica amarilla vivió momentos dulces como jugar la Champions League y las semifinales de la UEFA Europa League. Aunque también atravesó otros más amargos, como el descenso del equipo a Segunda División, la cual más tarde abandonarían gracias en parte a sus aportaciones.
Su tremenda clase y categoría nunca pasaron desapercibidas. Cani se convirtió en el mejor socio para cualquier delantero rematador que busca un pase al espacio o un centro desde la banda teledirigido al empeine de su bota. Ha participado en todas las competiciones nacionales, acumulando más de cuatrocientos partidos. Movilidad, pase y asociación son algunas de sus múltiples virtudes. Un chollo para cualquier entrenador que busque crear un grupo sólido al que le venga bien mimar la pelota.

Vuelta a La Romareda
Aunque discreta fue su etapa en el Atlético Madrid, por el que fichó en 2015, y posteriormente en el Deportivo, donde militó el curso pasado, el Real Zaragoza no dudó en recuperar a aquel chaval que hace años trabajaba su estilo sobre el césped de La Romareda.
El genio de Torrero, como allí le conocen, regresó para volver a sentirse importante y con la ilusión de devolver al conjunto de Luis Milla a la máxima categoría, tal y como afirmó en su presentación.
Y para reflejar la evidente relación de cariño que había entre club y jugador, el director deportivo, Narciso Julià le arropó en su bienvenida considerándole “uno de los suyos”, pues aun habiendo cambiado de camiseta su huella se marcó a fuego en el cuadro zaragozano.
A su regreso, muchos pensaron su aportación iba a ser meramente moral o anímica, combinando la tarea de hacer piña en el vestuario con alguna que otra salida al campo para pausar un partido subido de pulsaciones. Nada más lejos de la realidad, pues Rubén Gracia se postuló desde el principio como una pieza capital del renovado Zaragoza. La estructura del club pasaba por que Cani dirigiera los hilos y así lo hizo.
De hecho, con su lesión en la cuarta jornada liguera frente al Levante, el Zaragoza comenzó a acusar un futbolista que pusiera orden y pausa en el campo. Jugadores como Barrera o Ros trataron de sustituirle, aunque difícilmente se encuentra a otro que golpee el cuero como él o sepa interpretar el encuentro dependiendo del devenir de los minutos. Eso es algo que solo lo dan los años y Cani cumplió los 35 el pasado agosto.
Recientemente recuperado, el centrocampista busca acumular minutos para volver a estar físicamente perfecto. En el próximo encuentro frente al Real Valladolid, el Estadio José Zorrilla, bien puede ser testigo de otra muestra de sus grandes habilidades. Un duelo más, que hacen su debut parezca terriblemente lejano, aunque lo hiciera vestido con la misma camiseta blanca y con el león en el pecho enseñando sus garras. Un refuerzo de lujo que pone de manifiesto el valor de la experiencia.
