La carrera de un futbolista a veces parece trazada desde la cuna, pero la de Óscar Rodríguez se abre paso entre el ruido, buscando a tientas su sitio en un recorrido que parece cambiar a cada paso. De ese modo, el jugador del Leganés parece sentirse cómodo sin ver un horizonte despejado tras haber aprendido a caminar en la niebla.
Hace unos años, el nombre de Óscar Rodríguez sonaba como el futuro mediapunta del Real Madrid. En Valdebebas hablaban de su golpeo, de su técnica pulida, de esa mezcla de pausa y personalidad que lo hacía destacar entre los suyos y que parecía poder sumarse al talento, ya de por sí excesivo, de la siempre nutrida plantilla madridista. Óscar Rodríguez era ese típico jugador que como juvenil iba un segundo por delante. Esa promesa del fútbol se convirtió en realidad muy pronto, con apenas 20 años, estrenándose en Primera División con ese Leganés entrenado por Mauricio Pellegrino en la 18/19.
Aquel Leganés, resistente en la máxima categoría, vio en él una chispa que no abundaba en equipos que coquetearan, como ese, con el descenso. Talento entre líneas, disparo de media distancia y balón parado para hacer felices a los pepineros. Ese chico no solo respondía con goles y asistencias, sino con una madurez que prometía un futuro con un techo altísimo, confirmando el diagnóstico en una segunda temporada en Butarque en la que sus 32 partidos en LaLiga confirmaban su oposición.
Sevilla, dudas, lesiones… y vuelta a casa
Tras ese ascenso vertiginoso y esa confirmación en el equipo pepinero, la nula reacción del Madrid para quedarse con él le hizo firmar por el Sevilla, un equipo que buscaba nuevos recursos ofensivos y que le daba un escenario gigantesco para crecer y luchar por todo. Pero allí, entre la competencia feroz y un sistema que no siempre le favoreció, se diluyó como uno más cuando siempre había sido el diferente.
Sin dejar de ser útil para el equipo, Óscar Rodríguez empezó a ser nada más que un recurso intermitente en la jungla de una plantilla llena de opciones. El tipo que parecía haber llegado antes de tiempo, empezaba a no encontrar su sitio. El vaivén no le benefició. Además de las lesiones que interrumpieron su presencia en el equipo, vivió cesiones al Getafe y al Celta antes de que el Sevilla le diera la carta de libertad que le permitió volver a esa casa en la que el mediapunta mostró siempre su mejor nivel.
Volver
La vuelta al Leganés, que acababa de recuperar su plaza en Primera, le daba una nueva oportunidad de ser él mismo. Su llegada a Butarque no era la de una estrella ni la de un salvador. Era solo un jugador más con cuentas pendientes con el club que le vio brillar y, sobre todo, consigo mismo. Con la certeza de que allí sabían quién era Óscar Rodríguez, la mezcla de humildad y confianza de volver a casa con la lección aprendida le sentó bien a su fútbol. Sin darle galones, él mismo se los fue ganando.
Esta de Óscar Rodríguez, ¿qué fue exactamente?#MallorcaLeganés #LALIGAHighlights pic.twitter.com/qbwEB6w28b
— C.D. Leganés (@CDLeganes) April 18, 2025
En Leganés, Borja Jiménez lo ha utilizado con toda la inteligencia que le caracteriza. No, no ha sido uno de los titulares indiscutible, pero su rol ha logrado ser una pieza interesante para un Leganés a veces falto de talento diferencial. Sin brillar con la regularidad deseada, un gol y cinco asistencias son el bagaje de este jugador que, en sus 1.508 minutos jugados repartidos en 32 partidos, ha sabido pelear por un escudo y una camiseta. Números que hablan de alguien que ha estado ahí cuando el equipo lo ha necesitado, siendo constante en las rotaciones del míster.
Probablemente Óscar Rodríguez no ha sido lo que muchos imaginaron cuando llegó a Butarque por primera vez, pero sí ha sido eso que la afición pepinera le pide a un futbolista. En este fútbol artificial que deja fuera los sentimientos demasiado a menudo, con esa tendencia al éxito inmediato para decorar TikTok, el que fuera canterano del Madrid ha ido construyendo un futuro al sur de la capital madrileña a base de trabajo. No, para nada es o será tan mediático como se esperaba, pero ha aprendido a encontrar su propio sitio. Y ahí sigue, con un horizonte aún variable, pero con los pies cada vez más firmes en un lugar que siempre le hizo bien.

