No es fácil ser un filial con aspiraciones. La Real Sociedad B arrancó la temporada 2024/25 con la ambición renovada y el respaldo de un club que entendió que los filiales también deben buscar la alta competición. Bajo la dirección de Iosu Rivas, que tomó el relevo del barco del equipo tras la marcha de Sergio Francisco al primer equipo, el filial txuri-urdin construyó una propuesta equilibrada en la que primaron la madurez y el orden.
El bloque terminó tercero en el Grupo I, con 62 puntos, se consolidó gracias a un sistema bien trabajado: presión en bloque medio, verticalidad ordenada y competencia constante por el balón. En Zubieta fueron capaces de frenar a rivales con más oficio y fueron menos permeables en defensa que en cursos anteriores, lo que les permitió firmar una temporada sólida, compacta y regular. Algo que no está reñido con tener mimbres de sobra para entender que la cantera de la Real sigue siendo de las más productivas de España.
El tramo final de la temporada, precisamente, fue donde la Real Sociedad B mostró una mejor versión de juego que le permitió disputar el playoff y poder hacerse con un sitio merecido en LaLiga Hypermotion. Fue el premio final a una campaña de crecimiento constante, con dificultades, donde la construcción del grupo y el enfoque más sobrio terminaron definiendo la identidad del ‘Sanse’.
La eliminatoria ante el Mérida en la primera ronda del playoff de ascenso tuvo tintes épicos, pero fue su final frente al Nàstic lo que definió su paso al éxito. Ganaron la ida en Tarragona por 1-3 con un fútbol práctico y combinativo en los momentos decisivos, fruto del trabajo táctico exigido por Rivas. En la vuelta en Zubieta sufrían hasta la prórroga tras perder 1-2, pero se impusieron con un penalti transformado por Manex Guibelalde.
El ascenso no solo devuelve al filial realista a la categoría de plata tras cuatro años, sino que libera una generación de futbolistas con apetito que pueden dar un paso adelante: Eder García y Luken Beitia fueron pilares de esa progresión. La Real Sociedad B ha demostrado que puede competir sin perder el sello formativo, y que con una dirección táctica coherente se puede aspirar a más. El regreso a LaLiga Hypermotion llega con merecimiento, y, a la vez, con el reto añadido de consolidarse en una categoría donde la exigencia ya no permite desfallecer.
Las claves de la Real Sociedad B para volver a LaLiga Hypermotion
Iosu Rivas no llegó a Zubieta para revolucionar absolutamente nada, pero acabó marcando la diferencia dentro de los pasos del ‘Sanse’. El técnico guipuzcoano tomó el timón de la Real Sociedad B en un momento delicado, con el equipo desinflado tras una temporada irregular, y lo transformó en un bloque reconocible, serio y competitivo.
Su propuesta fue muy clara desde el primer día. A través de una reformulación del orden defensivo, tratar de imponer líneas juntas y realizar una presión medida, la Real Sociedad B se convirtió en un equipo sin muchos alardes, pero con gran intención. Rivas recuperó la esencia del Sanse sin caer en el romanticismo de la posesión. El equipo empezó a juntarse mejor, medir los esfuerzos, interpretar de manera clara los momentos del partido y a no descomponerse si llegaba un primer golpe rival.
En las eliminatorias, esa madurez táctica fue clave para entender mejor el timing de todo. La ida en Tarragona fue un ejemplo: presión alta en momentos puntuales, lectura táctica excelente y una pegada inesperada que supo desnudar al Nàstic. La vuelta, aún más significativa, mostró a un equipo con personalidad, capaz de sufrir sin perder el hilo.
En ese proceso de reconstrucción colectiva, algunos nombres sobresalieron. Guibelalde fue uno de los más sólidos en la zaga y acabó convirtiéndose en el héroe del ascenso al transformar el penalti definitivo. En el medio, Beñat Gerenabarrena aportó ritmo, criterio y despliegue, mientras que Eder García, por dentro, dio sentido al juego en los metros decisivos. También fue clave el paso adelante de Pablo Marín, más maduro y resolutivo que en campañas anteriores y ya asentado en el ir y venir con el primer equipo.
Pero más allá de individualidades, lo que sostuvo al Sanse fue su columna vertebral emocional. Un once con nueve guipuzcoanos en la final, una grada volcada y un cuerpo técnico que supo apagar el ruido para construir desde dentro. La Real Sociedad B no solo ascendió, sino que supo reencontró con su hambre e identidad. Lo hizo sin estridencias, pero con una determinación que dejó claro que el futuro, otra vez, vuelve a pasar por Zubieta.

