El centro del campo del Real Valladolid rindió mejor cuando desechó la idea de amasar la posesión y plegó velas en el tramo final del curso

Parafraseando el dicho, en ocasiones lo mejor es enemigo de lo bello, o por lo menos de lo que las modas consideran bonito. Eso se vio con el centro del campo del Real Valladolid, capacitado por sus nombres para desarrollar un fútbol combinativo y atractivo y que, sin embargo, jamás fue capaz de alcanzar una regularidad.
Desde que se planificó la temporada en verano se dio especial importancia a los centrocampistas, que coparon el dibujo de Paco Herrera. El manido, reiterativo y hasta pesado rombo fue predominante durante gran parte de curso, casi desde el arranque. Y en realidad no era para menos: la calidad de André Leão, Jordán, Álex López y Míchel invitaba a que jugasen juntos. Lo hicieron, y mucho, pero pocas veces demostraron cuanto tenían dentro.
En el mismo inicio de la temporada hubo alguna puerta abierta al ‘trivote’, que pareció ofrecer en alguna ocasión unas mejores prestaciones, pero solo entonces, en alguna oportunidad aislada. Así, la lesión de Jordán dejó al descubierto que era esencial por cuanto equilibraba. Sin él en el césped faltaba solidez y el equipo se descubría demasiado, sobre todo en el sector izquierdo que ocupaba cuando compartía titularidad con Álex López, ya que a Míchel no le alcanzaba para dar garantías como interior con retorno.
De una cierta alternancia se pasó de forma indubitada otra vez al rombo. Parecía la opción menos mala, por cuanto dominio del balón era capaz de generar, aunque las ocasiones de gol nunca terminasen de ir en consonancia. Sí, se generaba fútbol, pero insulso; sin llegar a la puerta rival. Las dudas volvieron a asomar y el rendimiento creciente de Raúl de Tomás avivó el debate. Por el empecinamiento de Paco Herrera el Real Valladolid iba camino de ‘morir por rombosidad’.
Le costó, quizá demasiado, pero el técnico terminó viendo que lo mejor era abandonar la idea inicial de poblar el centro del campo y amasar la posesión para ser más pragmático. Con un atacante más y, sobre todo, con un fútbol más vertical, el citado De Tomás, las cosas podían ir mejor. Debían ir mejor, porque los blanquivioletas jamás se terminaron de instalar en la parte alta de la clasificación.
Y la llegada de Espinoza hizo el resto. Sin especialistas de banda que ofrecieran consistencia –Drazic nunca acabó de estar– ni que le gustasen –José era una alternativa, pero le prefería arriba–, Herrera se pasó la temporada dando una importancia quizá excesiva a sus laterales en campo rival, aun cuando ni Moyano ni Balbi eran especialistas ofensivos. A la postre, el argentino fue la solución. Y lo fue para todo.
Disponer al fin de dos puñales que pudieran hacer el rectángulo ancho y largo trajo la última de las alternativas: el 4-2-3-1. Entonces sí, el Pucela se encontró; por fin se encontró cómodo y dio con la tecla para ser regular. Pasó, entre otras cosas, por elevar la velocidad de las acciones, porque los medios ni podían ni debían enredarse tanto como con anterioridad, para generar situaciones ventajosas para sus delanteros, y porque atraer a Jordán a Leão permitía contar con un hombre más próximo a la defensa, en espacio y actitud.
Con todo, ni así el Real Valladolid renunció al juego estático, aunque prefería correr a caminar; ante la pregunta de si fue antes el ataque o la posesión, siempre dijo que atacar. Seguramente también porque atacar así era defenderse, más, mejor o más y mejor, porque, los únicos que tenían permiso para instalarse en territorio rival eran los cuatro de arriba: Jordán y Leão debían ofrecer empaque, y lo hicieron, por más que las desatenciones en defensa y la poca tensión competitiva siguieran haciendo acto de presencia. Si sucedió no fue por ellos, sino porque así era el equipo.
Más de lo mismo

el triunfo ante el Girona con Álex López
Foto: Real Valladolid
El Real Valladolid consiguió juntar una serie de grandes jugadores en el centro del campo, seguramente uno de los tres mejores de la categoría. Sin embargo, hubo roles solapados y futbolistas que no dieron cuanto tenían dentro. Así, el perfil de Leão resultó único y un dolor de cabeza cuando no estuvo o cuando no estuvo bien, por más que Guitián pareciera un placebo, puesto que Luismi no gustaba (es demasiado estático) y Anuar tampoco (es demasiado dinámico).
Entre Joan Jordán, Álex López y Míchel no había sobre el papel excesivas diferencias: los tres eran (y son) centrocampistas que se sienten a gusto en campo contrario; hablaban (y hablan) el mismo idioma, aunque sean un 6 con capacidad de 8, un 8 con capacidad de 6 y 10 y un 10 adaptable al rol del 8, respectivamente. Mientras tanto, y aunque dominase (y domine) el mismo lenguaje, Sergio Marcos resultó ser un verso suelto, quizá, infrautilizado.
No es un descubrimiento decirlo a estas alturas, con la campaña ya concluida, pero, a falta de alguien distinto por exuberancia física, a lo mejor su fútbol de seda pudo poner un toque distinto… o a lo mejor no, porque no hay que ignorar el que en las escasas oportunidades que recibió nunca dio un golpe sobre la mesa.
En suma, el centro del campo del Real Valladolid fue más de lo mismo, jugadores de un elevado nivel técnico y que invitaban al optimismo de la afición, por sus condiciones, y sin embargo, haciendo una valoración grupal, no cumplieron las expectativas. Lo peor, no obstante, no es el cierto tono de decepción que a más de uno habrán dejado. Lo peor es que el próximo año, al menos a priori, no estarán todos –Jordán y Álex López eran cedidos–, por lo que no tendrán ante sí la oportunidad de enmendar cuantos errores se les quiera achacar.
