A todos nos ha podido pasar que, si llevamos un tiempo sin hacer deporte o sin entrenar, cuando intentamos volver o adquirir ese hábito casi lo veamos como un castigo, con esa sensación de pereza por retomar la actividad física, pero todo ello tiene una explicación, es que nuestro cuerpo interpreta dicho esfuerzo como un nuevo desafío que requiere que nos adaptemos a él.
Esto pasa sobre todo cuando el ejercicio que vayamos a hacer es más intenso, algo de lo que ya han hablado expertos como João Mota, fisioterapeuta y profesor en la Escuela Universitaria de Fisioterapia de la ONCE, el cual explica que este malestar inicial es solo algo temporal y que, con paciencia y un poco de estrategia, vamos a pasar a percibir el deporte como algo para el disfrute en vez de una obligación o castigo.
El primer paso para cambiar esa percepción es entender que el sudor, las agujetas y el cansancio no son nuestros enemigos, sino que son señales de que tu cuerpo está respondiendo, adaptándose y fortaleciéndose. Esa fase de esfuerzo intenso activa cambios positivos que incrementan la fuerza, la energía y el bienestar emocional, de tal modo que lo que al principio se siente como un sacrificio, con el tiempo se convierte en un hábito que tu cuerpo y tu mente agradecen y que incluso buscan o necesitan.
Cómo dejar de percibir el deporte como un castigo
Durante años, hemos vinculado el deporte con la culpa, es decir, que asociamos el hacer ejercicio con compensar excesos, adelgazar o alcanzar un ideal físico, lo cual puede convertir cada sesión en una verdadera penitencia. Esta asociación hace que entrenar deje de ser un acto de autocuidado y se transforme en una fuente de presión, a lo que hay que sumarle esa cultura tan tóxica del “no pain, no gain” (que viene a traducirse como “sin dolor no hay recompensa”), la cual para muchos refuerza la idea de que el esfuerzo debe doler para valer la pena.
La clave de todo esto está en revisar tu motivación antes de empezar: ¿entrenas por miedo o culpa, o lo haces para sentirte más fuerte, liberar tensiones, dormir mejor y reconectar con tu cuerpo? No es lo mismo practicar deporte desde la exigencia que desde el amor propio, lo cual puede hacer que actividades sencillas como caminar a paso rápido, subir escaleras, bailar quince minutos, levantar algo de peso o estiramientos sean suficientes para reconectar con la sensación de que moverse es un regalo, no una obligación.
Adaptación, disfrute y el punto de inflexión del deporte
Y es que entrenar no es un castigo, sino un regalo que se nos da, solo que en diferido, empezando además con la etapa de adaptación, en la cual nuestro cuerpo comienza a responder aumentando la masa muscular, disminuyendo nuestra grasa corporal, mejorando nuestro ánimo y las percepciones que tenemos sobre nosotros mismos. A todos esos beneficios hay que añadirle que también se fortalece el sistema inmunológico y se regula el sueño y el estado emocional, momento en el que empezamos a notar que lo que antes era un esfuerzo pesado, ahora es algo que tiene recompensas tangibles, que podemos ver y notar.
Pero el momento que más esperan muchos es cuando el deporte pasa a ser algo asociado al sacrificio y se transforma en un disfrute más, notando como tenemos más fuerza y que nuestra respiración marcha mejor, un punto de inflexión en el que la motivación para hacer esa actividad física ya no depende del deber y nace directamente del placer. Bailar, caminar, correr, entrenar fuerza… pasan a ser algo que necesitamos para nuestro bienestar diario, buscando hacerlo no por lo que debemos o podemos lograr con ello, sino por la forma en la que nos hace sentir.
 
			