El Real Valladolid vence al Mallorca y cierra la primera vuelta con tres nuevos puntos en un partido sin demasiado brillo en lo colectivo.
Que Patrick Ebert en otra vida fue Thor, deidad germana de la tormenta, es algo que incluso los más descreídos asistentes al Nuevo José Zorrilla ya sabían. Quien más, quien menos, intuía también que en los cincuenta probablemente fuera un saxofonista negro de Illinois, pues en solitario es virtuoso como pocos, aun cuando sabe igualmente desenvolverse en conjunto.
Pero el alemán es más. O fue, vaya. Probablemente antes fuera Ernest Hemingway. Si es posible estar en dos cuerpos a la vez, quizá también fuera Orson Welles. O, quién sabe, a lo mejor Charles Chaplin. Vamos, lo que viene a ser un genio. Uno de esos que acostumbran a ponerse el mundo por montera y a dejarlo boquiabierto con su grandilocuencia.
Como los maestros antes citados, jamás ha pisado el albero, pero su torería está fuera de toda duda. Y eso que él ni siquiera ha visto de cerca asta alguna en ninguna gran plaza. Pero tampoco lo ha necesitado. Seguramente hastiado de la inactividad, ha vuelto donde lo dejó, abriéndose paso entre los mejores diestros del escalafón, como diciendo al mundo que las grandes plazas no le asustan.
Ante el Mallorca, Patrick Ebert se disfrazó de escolta con una lucidez tal que habría ganado el partido él solito incluso jugando sin zapatillas. Fue aquel Kobe Bryant retratado en ‘Padre de Familia’ dejando boquiabierta a la policía con un malabar ñoño; un mago al que admirar hasta en la simpleza por lo que representa en la dificultad.
Porque lo cierto es que, aunque suene redundante solo por estar entrenado por quien está, el equipo de Caparrós no lo puso fácil. Y, para qué negarlo, tampoco el Real Valladolid jugó como para que fuera así. No obstante, decir que más bien al contrario sería una estupidez por dos motivos:
El primero, una obviedad, es que nadie juega para complicarse la vida, aunque a veces lo parezca. Y el segundo, otra más, que los blanquivioletas quisieron hacer daño a partir de la posesión, lo que en la ‘Liga de los humildes’ es una carta de recomendación al éxito solo por el hecho de formar con el extremo alemán y con Óscar González.
Si hiciese falta, habría tirado hasta las botas

No es casualidad que el peor partido de la temporada coincidiese con las ausencias de los dos hombres que iluminan el ataque del Real Valladolid. El salmantino es el guardia de tráfico que hace de prestidigitador los fines de semana, mientras que el teutón, aunque suene a tópico, es el martillo pilón que tortura al rival.
Por vocación y obligación, el Mallorca parecía confiar a su defensa la obtención de un resultado positivo, que podría serlo más en caso de que la velocidad de Giovani dos Santos se tornase en un peligro que debía convertirse en gol, Víctor Casadesús mediante.
El mallorquín necesitó varias oportunidades para mostrar tino y hacer buenas las gapoladas de Gio. Dicen que nunca es tarde, pero cuando Casadesús cabeceó a la red, los bermellones iban ya por debajo en el marcador. Ebert había comenzado ya su show.
Siempre móvil, el extremo derecho -que ya había dispuesto de dos oportunidades, la primera de falta directa y la segunda en un tiro escorado que casi se convierte en gol- cogió un balón en la zona izquierda del campo, se internó y soltó un latigazo a la escuadra.
Entretanto, hubo un rato en el que el Valladolid dejó de ser tal. Luego, con el paso de los minutos, volvió por sus fueros, aunque al juego mostrado por los de Miroslav Djukic parecía faltarle una marcha más o, quizá, un rematador voraz hacia el que dirigir los centros, pues Daniel Larsson, a pesar de sus buenos movimientos, da la sensación de no serlo.
Javi Guerra, si no lo es, lo fue. Y entró para comprobar si queda algo de aquel ‘nueve’ que rompía corazones. Y la verdad es que queda, tal y como demostró en el arranque de la jugada del segundo gol, en el que, lejos de arrugarse ante su marca, lucha para abrir hacia el costado, donde esperaba Patrick Ebert.
El alemán, que para entonces había decidido que si tenía oportunidad arrojaría a Aouate hasta las botas, vio la carrera de Óscar González y convirtió la pelea de Guerra, tan obligada como agradecida, en un balón preciso enviado al punto exacto donde apareció la puntera del salmantino para hacer suspirar de alivio al José Zorrilla.
La asistencia, medida y sutil, había parecido una delicatessen que quedaría en pecata minuta un par de minutos después, cuando agarró un balón a la contra y se fue a por el tercero. Con un quiebro dejó sentado al defensa que había osado seguirle y, con otro magistral, tras un toque tan dañino como casi imperceptible, sentó a Aouate para marcar a placer.
Patrick Ebert hizo sucumbir así a un Mallorca conformista, que había dado ya por bueno el empate cuando Óscar marcó y que no tuvo tiempo para reaccionar antes de recibir la puntilla. Una puntilla que lo es también a una buena primera vuelta del Real Valladolid, que llega al ecuador de la competición con veinticinco puntos.
Media salvación y un pedacito más están ya en el bolsillo. Pero aún hay que remar. Se hará con una certeza: si llegado el momento hay que jugarse una última bola, el germano sería capaz de tirar del equipo cuanto sea necesario si con ello se asegura la salvación, lo cual es todo un alivio. Él solito es capaz de parecer una coral; de convertir el fútbol blanquivioleta en algo fiable y ‘marebertlloso’.
