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Sueño de una noche invernal

por Jesús Domínguez
20 de enero de 2013
en Noticias
Foto: El Norte de Castilla

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El Real Valladolid vence al Real Zaragoza en un buen partido, en el que Javi Guerra y Óscar González anotaron y brillaron.

 

Foto: El Norte de Castilla
Foto: El Norte de Castilla

Poco tardó la noche en caer. De hecho, no pareció jamás de día, como si hasta el amanecer sintiera pereza ante la lluvia, las bajas temperaturas y el frío viento. Era como si, de golpe y porrazo y sin aviso previo, a Leiva le diese por convertirse definitivamente en Quique González, abandonando así imbatido su condición de ídolo de mojabragas varias.

No es que resulte anodino González. No. Ni mucho menos. Pero ha de reconocerse que, allí por donde pasa, se abren los paraguas. Como, adolescentes aparte, obliga Leiva a sacar cualquier ropa de abrigo del fondo del armario con tal de evitar que se apodere de uno de una pucelana gelidez.

La tarde, desapacible, invitaba a no asomar siquiera la cabeza por la ventana; a permanecer tumbado en cama, arropado, bien cortándose las venas escuchando al uno o dejándoselas largas en la convicción de que sí, de que el otro por fin ha madurado.

Pero jugaba el Pucela. Y cuando el Pucela juega, no hay cantautor ni conato de ello por el que merezca la pena dejarse vencer por la apatía en lugar de combatir a frío y lluvia en Zorrilla. No cuando existe la certeza, casi seguridad, de que el fútbol, en el concepto preciosista del término, también lo hará.

De buenas a primeras, el Real Valladolid seguía contando con un puñado de bajas por las que cabía pensar que quizá no existiría un juego redondo, a pesar de que el recuerdo de la exhibición de Patrick Ebert ante el Real Mallorca seguía en infinidad de retinas. Pero la armonía existió. Vaya si existió.

La entrada de Carlos Peña, Javi Baraja y Javi Guerra en el once inicial convertía al equipo en underground, aun cuando su sabor añejo podía llevar a pensar en todo lo contrario; a recordar parte de las credenciales que llevaron al Valladolid a competir donde hoy lo hace.

El olor, a cerrado, no impidió a Peña a galopar por el flanco izquierdo como en sus mejores tardes del curso pasado. El gran capitán, aquel que gobierna en silencio y de puertas para adentro, trajo al presente al seis en todo, al cumplidor qe lleva dentro. Y Guerra… Fue simple y llanamente Guerra. Pero vayamos por partes.

Foto: El Norte de Castilla
Foto: El Norte de Castilla

La entrada de Baraja en el once en sustitución de Sastre, sancionado, fue una grata sorpresa para casi todos y una genial noticia para uno en especial, Álvaro Rubio, que volvió a sacar escuadra y cartabón para dibujar la elegancia en el juego. O, por ser precisos, a dos, pues Óscar González también se benefició de su presencia.

Con ‘El Mago’ y ‘Míster Silencio’ activos, el fútbol fluyó para gloria de muchos, entre ellos Javi Guerra. El ‘Nueve Rompecorazones’ envió un testarazo al palo al poco de iniciarse el encuentro, minutos antes de culminar una jugada a balón parado con su segundo gol de la temporada.

La buena nueva, compartida a voz en grito coreando el apellido del delantero malacitano, no fue solo el tanto, sino lo que antes y después haría. Ayudó en la creación jugando de espaldas, cayó con tino a la banda derecha y apareció allí donde los tipos como él matan al rival.

Lo hizo todo bien y recordó, si no volvió a ser, el delantero voraz al que todo blanquivioleta de bien esperaba, aquel que hacía bailar a toda una nación de zombies y temblar a todas las defensas de Segunda División. Hasta la fecha triste, como pintaba el día, lo convirtió en paradoja; fue feliz.

El sueño de recuperarlo, que comenzó allá por septiembre, cobró vida en la noche invernal, como si Javi Guerra quisiera pasar de puntillas sobre su recuerdo a su alter ego en la Red, Teseo. Pero su obra, en español de hoy pero en recuerdo a lo antiguo, a lo que un día fue, no lo tuvo solo a él como protagonista.

Como Baraja y él, Carlos Peña volvió también al equipo titular. Y brilló también. Pero no solo ellos. También Daniel Larsson, lustroso sustituto de un desgraciado Patrick Ebert, y cuya actuación bien habría merecido el gol que estuvo a punto de marcar y que falló por timorato y Roberto.

Entretanto, el Real Valladolid era el equipo intenso del que gusta su técnico, con ratos de buen fútbol. El Zaragoza, por su parte, bastante tenía con rezar para que no siguiesen sucediéndose las lesiones, después de las dos sufridas en la primera media hora.

Amagó con pegar a la vuelta de vestuarios, con quince minutos en los que chocaron contra Sereno, Valiente y las agradecidas ayudas de los demás soldados. Las más ostentosas fueron, quizá, las del citado Larsson, quien además levantó la mano cuando el equipo pedía una bocanada de aire veloz.

Foto: El Norte de Castilla
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El paso del tiempo benefició a los blanquivioletas, que sin sufrir ni siquiera un ‘ay’ rompieron a correr, contagiados por la verticalidad y lucidez del sueco. Así, recordando aquellos tiempos en los que el Valladolid sonaba a Wagner, las carreras se sucedieron y llegó el segundo gol, obra de Óscar, en el que participaron Rubio, Peña y Bueno.

De nuevo Óscar y Larsson pudieron ampliar aún más la renta, sin suerte. La clarividencia echada en falta para hacer sangre, no obstante, no les eximió de completar un partido brillante, como el del equipo en general, en el que probablemente nada más se pudo pedir, salvo que Ebert no volviese a caer lesionado.

La contundencia de la victoria no fue excesiva, pero sí llamativa la forma de lograrla. El Real Valladolid se reencontró con la mejor versión de sí mismo a tiempo de lograr que la segunda unidad parezca de nuevo útil. El buen partido de Peña, Baraja, Larsson y Guerra hace que la plantilla parezca hoy más larga, al tiempo que los veintiocho puntos en veinte jornadas parecen un sueño dulce de una noche invernal.

Pese al frío, pese a la lluvia, pese a Leiva y a Quique, el Pucela está un pasito más cerca de la salvación. Exactamente a un tercio de lograrla. Y esto sí que es real. Tan real como que el invierno en Valladolid, el de verdad, está siendo tardío. Tanto como que no hay cantautor como Calamaro.

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