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A sangre fría

por Jesús Domínguez
26 de enero de 2013
en Noticias
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El Real Valladolid cae en el tiempo de descuento ante el Levante merced a un gol en propia meta de Rukavina a pesar de haberse puesto por delante en el marcador.

 

Foto: Marca
Foto: Marca

Nunca está de más ser precavido. En los hechos, en las palabras; en los pensamientos. O eso dicen. Sin embargo, en un mar de ideas, hay quien rema hacia la corriente por la que fluye la contraria, la que llama a la personalidad, al arrojo y a la valentía. Hay quien, en términos futbolísticos, no teme hablar de cotas altas cuando ve que ha hollado ya algunas medias, siquiera solo por soñar.

La virtud, cuentan otros, está en el término medio. Para el caso, en ser un consciente de la tierra que uno pisa pero queriendo pisar otra menos movediza. En ser un optimista moderado, vaya. Uno de esos que, sin creer que por ganar dos partidos seguidos el Real Valladolid iría a Europa, tampoco pensaban que el solo hecho de imaginar viajes por el continente añejo iba a derivar en una maldición tal que cualquiera diría que Djukic rompió un espejo.

En el fútbol, como en la vida, las verdades absolutas son relativas hasta que se da un hecho que las convierte en ciertas. Y, a veces, ni por esas. Incluso cuando llegan los resultados, adversos o favorables, pueden ser medias verdades.

¿Qué es mejor, acaso, que el Real Valladolid se conforme o sueñe? A tenor de lo visto ante el Levante, cualquiera de las dos respuestas podría ser válida, puesto que tan cierto puede ser que la derrota llegó por lo primero como por lo segundo. Pero, permiten que quien escribe se inmiscuya, pinta más a que el culpable fue el conformismo. Y me explico.

El Real Valladolid cedió el balón al Levante nada más hacer Javi Baraja el gol que abrió la tarde. Bien prontito, por tanto. Sabedor de que el Levante llevaba dos encuentros a contrapié y que buscarían evitar un tercero, la idea era que el rival se abriese y aprovechar unas transiciones veloces que comandaría Larsson. Y la cuestión es que, a bote pronto, la opción no pareció ser hermano pobre del buen fútbol.

No hubo brillo, es verdad. Pero tampoco es que el Levante inquietase demasiado. Los blanquivioletas, mientras, no tuvieron tampoco ocasiones para ampliar el resultado, pero siempre que Sereno y Valiente mezclasen bien y sujetasen a Obafemi Martins y las ayudas de Baraja, Rubio y de los laterales funcionasen, tampoco había mucho de qué preocuparse. Salvo por dos factores.

El primero es que, al ceder la posesión, Óscar no luce. Puede agitar su varita, sí, pero en fin, no es el mago coral. Y Diop e Iborra lo borraron en la misma medida en que lo hizo el planteamiento reservista vallisoletano, cuestiones que obligaron a Omar y Larsson a irse hacia adentro más de lo debido, eliminando prácticamente cualquier posibilidad de sorprender y hacer daño junto a la cal.

El segundo es que, aunque el Levante es capaz de ganar sin posesión, cuando la tiene sabe qué hacer. Y lo que hace es bien sencillo: que corra Martins o que la lleve Barkero, que es el que sabe. Y entre el velocista y el prestidigitador, poco a poco se le fue poniendo al equipo de José Ignacio Martínez cara de psicópata. Si quieren, incluso cojo. Sí, como esa que se le pone a Bardem en ‘No es país para viejos’ cuando -disculpen el relato- sufre el accidente de coche al final de la película.

No es país para viejosNo desgranaré más el film por si alguien no lo ha visto aún -no se rían, hay de todo en la viña del Señor- y tiene intención de hacerlo. Baste decir que está dirigido por los siempre geniales hermanos Cohen. Pero, a lo que vamos: al Levante la historia le viene como anillo al dedo. Y no solo por Ballesteros, sino por su estilo de juego. Porque si hay un equipo capaz de matar a sangre fría en Primera, ése es el de JIM. Y vuelvo a explicarme.

Este año es menos sorpresa, pero sigue pareciéndolo que sume con suficiencia aun cuando su frialdad es semejante a la del abrazo de un pingüino huérfano. Esa sensación, buscada y anhelada, es muchas veces encontrada. No tantas como quieren, pero sí más de las que cualquiera podría imaginar. Y por lo dicho al principio, por arrojo, valentía o llámenlo ‘x’. Pero, al lío, que nos desviamos.

Cuando uno tiene delante a un equipo tan capaz de alternar la ruda pausa de su zaga con el mordisco de su vanguardia, tan perezoso como dañino, tiene dos caminos: lanzarse a por él, y a ver qué pasa; o, timorato, jugar al gato y al ratón sin saber qué animal ser.

En el mayor número de casos, el rival se lanza. Y cae. Cae porque cree ser gato, pero resulta ser ratón. De repente, cuando parece que domina, que va a llegar el gol, ¡zas! Zarpazo y a otra cosa. Por eso Djukic, cuando se encontró con que podía ser minino, dudó sobre su rol y su gesto se volvió ligeramente resultadista.

No es que así le vaya mal. O no del todo. De hecho, alguna vez ha funcionado ese matiz con respecto al plan usual. Pero, claro, en menuda plaza fue a ponerlo en práctica. Nada menos que en el castillo donde habita un rey, el del pragmatismo, que necesita más bien poco para cogerte de la cartera los puntos y, si te descuidas, hasta las fotos de tus niños.

El plan, por poco preciosista, no deja de ser genial. Para quien lo quiera, pero ganar así también es un arte. Más si tienes a un jugador que acaricia el balón con la suavidad de Barkero, siempre cierto a balón parado, y más con el portero un pasito más a la derecha de donde, quizá, debía estar, como Dani Hernández en el primer gol.

En la segunda mitad, el Real Valladolid reclamó el balón para sí. Aun sin hallar tampoco entonces a Óscar, hubo cierta armonía, especialmente con Bueno en el campo, y el equipo tuvo ocasiones varias para volver a marcar. La más clara, una de Larsson que se estrelló en Javi Guerra. Pero, por ‘h’ o por ‘b’, la pelotita no terminó de entrar. Y, cuando el partido parecía ir a terminar en igualada, apareció el psicópata.

Había parecido un tipo normal desde el gol del empate, pero se le hinchó la vena cuando Neira realizó un deficiente pase en horizontal hacia Alberto Bueno, atajado por Valdo. El caboverdiano lanzó a degüello la contra y realizó un pase que, allí donde aparecía Martins con los ojos inyectados en sangre, topó con el pie de Rukavina para terminar alojándose en la red y matar al Pucela.

Pese al autogol, no fue un suicidio. Fue más bien algo así como la relajación que experimenta una víctima cuando cree haber dado esquinazo a su perseguidor. Y no ya por la confianza de Neira, sino por el conformismo mostrado por el equipo durante la primera mitad y por el solo hecho de que Djukic introdujese al argentino a falta de tres minutos para el final.

Ello, no obstante, no debe ocultar un buen partido, incluso con la ‘Cara B’ de la cinta. La derrota pudo no serlo de haber entrado la ocasión de Larsson o la postrera de Marc Valiente.

Imago Imagen

Pero en parte lo fue porque un punto pareció valer, y en Primera nunca debe hacerlo; menos contra un Levante que mata a sangre fría al menor descuido. Sobre todo cuando, a diferencia de aquella historia de asesinos que un día relató Truman Capote, aquí sí había botín.

Quizá mereció vivir; sumar. Pero, al final, no tocó ‘El Gordo’ -más allá de Neira. que fue quien sirvió el centro a Valiente que casi origina el empate-, ni tampoco la pedrea. El Pucela, a fuerza de mostrarla, solo recibió un tiro en la nuca. Pero que no cunda el pánico. Como en los juegos de los recreativos, habrá más vidas insertando moneda. O, para el caso, cuando pase por Zorrilla el próximo rival. Entonces, ojalá, no habrá piedad.

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