El Real Valladolid cae por cuatro goles a dos ante un Mallorca al que los tres puntos no le valen para mantenerse en Primera.
Después de despedirse del Nuevo José Zorrilla sin dejar una imagen excelsa, por más que Miroslav Djukic y varios de los jugadores dijesen que querían volver a ser Valladolid, no cabía esperar a unos blanquivioletas demasiado enchufados en el cierre liguero.
Tampoco es que haya que echarse las manos a la cabeza. Al final es lo normal cuando uno ha salvado ya su vida y el de enfrente de la juega, caso del Mallorca, rival al que sumar los tres puntos no le valió más que para dejar la máxima categoría mirando al frente. O, bueno, más o menos. Porque es inevitable echar siquiera de soslayo la vista atrás y ver cómo haber hecho los deberes en el Calderón les habría permitido festejar lo que Vigo.
Otro hecho pudo haber cambiado el curso de los hechos: Que el Real Valladolid hubiese competido la semana pasada, ante los de Abel Resino. Pero nada. Ni un día, ni otro. Un por outro non é pecado, dicen por las Rías Baixas. Al final, a fuerza de dejarse llevar, los blanquivioletas no se mojaron, no sea que un día estemos en una situación similar y alguien quiera cobrarse una vendetta.
Juego, lo que se dice juego, crearon poco. El Mallorca, que, con todo el respeto, es menos equipo que el Celta -de ahí la consumación de la suerte final- permitió alguna que otra concesión que podría haberle costado caro si el Valladolid hubiese querido un poco. Pero, al margen de Bueno, que nada como pez en el agua cuando al de enfrente le sobra torpeza, no quiso ni una pizquita.
Y, con todo, hizo dos goles. Por esa falta de destreza del rival, que, decíamos, se jugaba la vida. Y al final, seas bueno, malo o medio pensionista, cuando pones un puntito más, lo normal es que te lleves los tres. Los bermellones se cimientaron sobre los tantos de Alfaro, Martí, Gio y Javi Márquez, de tan bella factura como contemplativa fue la defensa vallisoletana.
Conforme pasaba el tiempo, los mallorquinistas se limitaron a esperar que en otros campos se obrase el milagro y los blanquivioletas a que Miroslav Djukic decidiese despedirse dando minutos a Quique y Pesca. En su lugar salieron Baraja, que los merece como el que más, y Valdet, a quien se le han visto solo un par de ratos y, probablemente, no se volverá a ver.
Entretanto, el almirante jugaba también otro partido, sin quererlo -bueno, es un decir-, el de ‘su’ Valencia ante el Sevilla. Y como el que previsiblemente será su próximo equipo cayó, y la Real venció al Depor, será entrenador de Europa, pero no de Champions. También sin quererlo -es otro decir-, la Real Sociedad se ha convertido en verdugo del pasado y el futuro del serbio, enviando a su primer equipo en España al pozo y dejándole sin miel para el próximo año. Cosas del fútbol.
En una jornada aparentemente loca, al final, el adiós resultó más o menos previsible. La necesidad realista se llevó por delante a Harry Potter y su magia y el Mallorca ganó, pero de nada sirvió, porque también lo hizo el Celta. Solo el Zaragoza falló, pero aun sin hacerlo, el castigo sería el mismo: no visitar Zorrilla el próximo año.