Para Juan Ignacio Martínez, en la búsqueda de un objetivo, es clave el ser capaz de transmitir a los jugadores las ideas de manera clara y con entusiasmo.
Aunque al final de su etapa en el Levante tuviera que vivir una serie de episodios no del todo agradables, no era extraño ver sonreír a JIM cuando se sentaba en el banquillo del Ciutat de Valencia. De hecho, lo extraño era lo otro, que apareciese públicamente cariacontecido. Incluso cuando las desavenencias con la dirección deportiva granota eran conocidas y cuando el vestuario se convirtió en un polvorín.
Esto guarda relación con su carácter optimista y con su irreductible creencia de que “todo tiene solución”, mentalidad que, durante su trayectoria en los banquillos, le ha permitido alcanzar con éxito una de las claves que a su juicio llevan al objetivo final, la capacidad de transmitir a sus jugadores unos conceptos y unos valores con pasión, en base a un entusiasmo que es pilar fundamental de la persuasión.
Para Juan Ignacio Martínez, el poder de convicción y de hacer llegar de manera clara las ideas de conjunto y del juego a los hombres que dirige pasan por la naturalidad y la cercanía, características que son inherentes a su forma de ser. Y, en ello, su pasado también ayuda, ya que él no llegó a la élite de golpe y porrazo, nada más colgar las botas.
Una cuestión de confianza
Entre los diferentes trabajos que tuvo que desempeñar hasta llegar a la élite se encuentra uno en una multinacional, en la que su labor pasaba por forjarse la confianza del cliente a fin de que depositase dinero a modo de inversión en la empresa, asegurándole rentabilidad. Es, en ese desempeño, en el que comenzó a labrarse su capacidad de convicción.
Esta, en sus propias palabras, ha tenido su expresión en diferentes casos en los que varios jugadores le han confiado cuestiones personales, a las que él ha respondido como algo más que un mero entrenador. Con ellos puso en práctica una de sus principales creencias, que el ser humano “tiene un potencial tremendo, solo hay que buscarlo” y a ellos les hizo ver que debían mostrar una fuerte personalidad para abstraerse de lo negativo. Como si además de su míster fuera su coaching o su psicólogo.
En lo que a liderazgo se refiere, excepción hecha de los últimos problemas tenidos en el Levante, ha tenido éxito al ser un primus inter pares, en lugar de un elemento ajeno a las relaciones personales. Así, con el trato entre (casi) iguales, experimenta un vínculo con sus jugadores que provoca, por norma, el efecto que con ello pretende: que la motivación no llegue a partir de un comportamiento atípico, sino de la normalidad de una confianza y una implicación recíprocas.
Definido en alguna ocasión como ‘Motivador nato y optimista de profesión’ por algún medio, así entiende las relaciones con sus jugadores: “Me gusta ser dialogante. En lo colectivo, pero también en lo individual. Para conseguir el compromiso y el esfuerzo a los jugadores hay que ser cercano y tener una pizquita de suerte. Si quieres obtener todo el rendimiento de un jugador, tienes que buscar que esté a gusto en todos los aspectos”.
Del entrenamiento al paritorio
Juan Ignacio Martínez es padre. Y muy familiar. Lo que no le impidió, antes de que su mujer diera a luz, seguir dirigiendo las respectivas sesiones de entrenamiento del Efesé por una cuestión de “responsabilidad”, para con sus jugadores, aquellos con los que se muestra comprometido y de los que espera una respuesta semejante. Y para con su afición.
Allí donde ha ido se ha ganado el cariño del público, por su forma de ser y por el juego que sus equipos han plasmado. En ocasiones, aun siendo un pelín resultadista. Aunque motivado. “El aficionado sabe que es de un club modesto o con poco presupuesto, pero de nada vale, siempre quiere ganar”. Más o menos, en función de la categoría y del objetivo, pero siempre en base a una filosofía que, en Valladolid, encontrará ya edificada.
Su capacidad de adaptación invita a pensar en que la impronta del equipo no variará demasiado, aunque sus diferencias con Djukic harán que esta se vea matizada. Siempre por el bien del grupo, nunca por una cuestión de egos, hecho que no por obvio deja de formar parte de su ideario. Siempre para aprender. El entorno de él. Y él del entorno. Algo que, ha dicho más de una vez, nunca deja de hacer. Cuestión de pasión e implicación.

