El Real Valladolid vence a los sorianos por cuatro goles a cero en un derbi en el que fue superior en calidad y en cantidad
Para qué mentir; no ha sido el partido ante el Numancia el que más expectación ha creado a orillas del Pisuerga. Quizá no fuera el llamado a ser el más esperado, tampoco. O quizá sí; el más esperado siempre debería ser el próximo. Y, bueno, el encuentro no dejaba de ser un derbi. Ni dejaba de suceder tampoco a la hecatombe de Heliópolis.
Para qué mentir; quizá debió ser distinto el ambiente de Zorrilla. Más cálido en cuanto a número, y quizá no tan húmedo como para hacer la ola. Aunque suele ser el oleaje una buena seña; de que quienes la ‘provocan’ disfrutan. Y es siempre una buena señal que la afición de Valladolid disfrute, pues indica esa diversión que el objetivo está en camino.
El destino del Pucela es la Primera División, o eso se pretende. Y para alcalzarla es preciso no errar, que cada disparo sea certero, y que si algún malestar aparece, que también lo sea el diagnóstico.
Para ser francos, los que se hicieron con posterioridad a la derrota en el Benito Villamarín no fueron del todo precisos, al menos de puertas para afuera. Pero hete aquí que la ambigüedad del análisis, como la de “una mala noche”, no pesó una vez se recurrió al paracetamol, que es lo que siempre se recurre cuando existen dudas.
¿Siempre? Bueno, no. En fútbol, no. En el balompié no existe miedo a lo nuevo, al cambio, y por eso cuando algo duele enseguida la medicina natural resulta ser una revolución. Sin embargo, Rubi, desde la más absoluta normalidad, y después de pensar y anunciar en quizá hacer algún cambio más allá del obligado de Chica, apostó por eso, por el analgésico.
¿O lo fue el Numancia? Bien pensado, seguramente. Si pudo suponer para los diez de Sevilla un alivio que es técnico siguiera apostando por ellos, lo que es seguro es que los sorianos lo fueron para ellos, para los otros cuatro que jugaron, el club y todo su entorno. Quizá –ojalá que no–, a la larga el efecto sea placebo. Pero, después de la goleada del derbi, al Pucela ya no le duele la cabeza.
Superioridad cualitativa y cuantitativa
Al contrario de lo que en otras ocasiones ha sucedido, y a imagen y semejanza de lo que pasó ante el Barcelona B o el Sporting de Gijón, contra los de Anquela no hubo quebraderos de cabeza. La tempranera expulsión de Ripa influyó y dejó las cosas de cara bien pronto, en el minuto cuatro, lo que no ha de desmerecer el buen partido de los blanquivioletas desde la misma jugada que provoca la roja, tras un pase magistral de Rubio que dejaba solo a Óscar ante Biel Ribas.
Esta superioridad cuantitativa dejó velozmente paso a la cualitativa, que ya había empezado a asomar. Y todo por Hernán Pérez, un jugador que, en buena forma –como ahora–, es cualitativamente superior a casi cualquier otro en la categoría.
La grada de Zorrilla llegó a pensar que el horario tardío se debía a que el guaraní iba a actuar en sesión golfa, provocando tal placer adulto que los de Chocolates Valor podrían contratarle para un spot. Suyo fue el servicio a Timor para que ‘El Espartano’ hiciera el uno a cero y suya fue la picadita que acabó en el dos a cero.
Con el paso de los minutos, el paraguayo empezó a parpadear cuan intermitente, aunque antes quedaría otro tanto por ver, el segundo de Timor. En esta ocasión la asistencia fue de André Leão, de escuadra y cartabón, como muchos otros pases, esta vez y tantas otras, sobre todo, cuando en el medio juegan tres.
Al contrario que otras veces, ‘El Espartano’ jugaba con más vuelo que Álvaro Rubio, más en la base, más cerca del ‘León de Freamunde’. Y la variación funcionó; cómo no iba a hacerlo. Rubio juega mejor cuanto más cerca del origen de la jugada esté, Leão es el ‘cuatro’, en singular, y la llegada de Timor pocos medios la tienen en Segunda División.
Total, que como el medio carburó, carburó el Real Valladolid, que solo recibió dos ocasiones, una en cada mitad, y las dos repelidas con agilidad por Varas. La defensa dudó a veces, porque si no parece que no sería blanquivioleta, y en ataque Hernán oscureció a un Jonathan Pereira de por sí oscuro, apagado, y a Óscar, que cuajó un buen partido, sellado con el último gol.
Llegó tras el cambio de dibujo con la entrada de Jeffren por Timor y de Sastre por Rubio y Omar por Pereira como hombres de refresco. Precisamente Ramos provocaría la pena máxima con la que ‘El Mago’ cerraría el marcador, en una de las varias acciones de calidad y mérito que tuvo, y con la que volvió a dar un punto extra a un envite en el que los sorianos pedían papas en señal de rendición y el canario casi se las arrugan como muestra de sometimiento.
Eso justo se puede decir que hizo el Real Valladolid con el Numancia, someterle, y no se ha de desdeñar esta cuestión ocultándola tras la inferioridad numérica de los de Anquela. Si fueron menos, fue precisamente por mérito de los blanquivioletas, que volvieron a mostrar su mejor cara. Una que están obligados a refrendar, otra vez, en su próxima salida, a la complicada Ponferrada.