El Real Valladolid se obceca ante Atlético Osasuna y se deja sus opciones de ascender por la vía rápida

Decíamos semanas atrás que el Real Valladolid había gastado en su visita a la Unión Deportiva Las Palmas su penúltima moneda en esa partida por el ascenso directo. Pues bien; después de empatar ante Osasuna en Zorrilla, talmente parece que el juego se acabó. La cuenta atrás todavía va por el cuatro, pero solo habría opción si Sporting y Girona se convierten de repente en amigos y meten a la maquinita otra moneda de cinco duros a la voz de “a este ascenso invito yo”.
En honor a la verdad, para más de uno y más de dos las oportunidades ya se habían disipado. También hay que decirlo; los números aún acompañan, y habrá algún optimista emperrado en que aún se puede. Pero vaya, que… Cuando las sensaciones eran buenas y parecía que los resultados volvían a ser favorables, otro partido añejo, de esos en los que el equipo se obceca y se agarrota, provoca que ya casi nadie crea, quizá, tampoco dentro del plantel.
Desde el minuto uno, Osasuna se destapó como uno de esos rivales incómodos, que maniatan al Pucela y le impiden convertir en peligro su posesión. Apostó por un dibujo con tres centrales y dos carrileros, que nunca subían a la vez. Por delante, dos medios de brega, Sisi y Hervías, que lo mismo ahogaban por dentro que desahogaban por fuera, por detrás de Nino.
En este contexto, el Pucela no supo ver que el juego estaba por fuera y se empecinó en buscar por dentro a Óscar y Roger, pero también a Omar, que dejaba el carril para que Mojica fuera más ‘Correcaminos’ que nunca y su banda una autopista –que fue, eso sí, de un solo sentido–. Así, solo Hernán rompía de cuando en vez por fuera, con la congestión que eso suponía.
La primera parte transcurrió sin mucha historia, insulsa. Lo mejor quizá lo habrían vivido aquellos que lo iban a ver desde casa, de no ser porque al final Atresmedia se decantó por una peli de Steven Segal, porque por Internet tampoco se veía y porque la alternativa era ‘Sharknado’. Vamos, que para no echarse la siesta a deshora había que ser valiente… o blanquivioleta.
Los rojillos se escalonaban bien en defensa y quisieron salir un par de veces de su campo. Hicieron que los locales se perdieran en su maraña, pero a la hora de atacar, la araña estaba demasiado lejos de su presa y, pese a Mojica, el repliegue del Real Valladolid funcionaba y frenaba sus acometidas, que se redujeron en la segunda mitad.
A cada minuto que pasaba, el punto sabía mejor a los de Quique Martín, que respiraba en la grada mientras su ayudante Alfredo daba órdenes en la banda. Las dos líneas defensivas de los navarros retrocedieron un puñado de metros y buscaron resguardar con mayor ahínco la meta de Riesgo, que nunca se vio demasiado puesta en peligro.
Mientras el incesante trabajo de Osasuna estaba cada vez más cerca de verse recompensado, al Real Valladolid cada vez le urgía más, viendo que el reloj de arena se vía abocado a quedarse sin granos que dejar caer en la parte interior. Rubi quiso y retrasó a Hernán al lateral, pero, como Mojica en el otro lado, el intento fue baldío. Tuvo que ser Óscar Díaz, en un acto de fe, el que puso un centro-chut que Flaño se introducía en su puerta. En el único desliz osasunista.
“Ahora se tendrán que abrir, a ver si marcamos pronto el segundo”, decía casi cada aficionado una vez festejado el tanto. No dio tiempo siquiera a intentarlo, porque cuatro minutos después el propio Flaño remató a la red una falta lateral. Y entonces el pecho rojillo se hinchó, viendo de nuevo su plan respaldado por la promesa del punto, y este se radicalizó.
En los últimos minutos no hubo fútbol –si es que antes lo había habido–. La acumulación de hombres del Real Valladolid se tornaba en inofensiva impotencia, e incluso en bloqueo y hasta mala leche –por decirlo finamente– por aquello de que Osasuna perdía tiempo de manera descarada.
Sobre esto último, más que hablar, habría que revisar cuánto se jugó de manera efectiva en los cuatro minutos de añadido, ya que quizá los segundos no pasen de cien. Tampoco es que sea excusa. Ni mucho menos el árbitro tiene culpa del empate. O quizá sí, pero por no ver que el disparo de Nino sobrepasó la raya, lo que habría dejado en peor lugar si cabe a los blanquivioletas.
Los pitos al final fueron reflejo del abatimiento de la afición. La cabeza gacha de los jugadores, señal de que saben –cómo no van a saberlo– de que la cosa no marcha, y que si hay algún sitio al que se van directos es al play-off. No obstante, por lo que pueda pasar, y porque sí, conviene no dejar de competir. Esto siempre irá de ganar, de que la pelotita entre, aunque la pantalla rece ‘Game Over’.
