José Ramón Sandoval recibe el legado de Jémez y comienza su segunda etapa en el Rayo Vallecano, al que ya logró ascender en el año 2011
No existió peor castigo posible para el Rayo Vallecano que el que recibió al final de la temporada pasada. El pitido final del último encuentro desató las lágrimas de futbolistas y aficionados, mientras observaban impotentes como su esfuerzo había sido en vano. Los jugadores alzaron sus manos al cielo en señal de disculpa y también de despedida. Los gritos de la hinchada nunca tuvieron un sabor tan amargo, pues jamás pudieron reconfortar el dolor que en aquel momento sentían en sus corazones.

Con el barro del Estadio de Vallecas aún en las espinilleras, la humilde entidad madrileña dijo adiós a la máxima categoría. El Rayo acompañaba a Getafe y Levante en el camino hacia los infiernos y regresaba, tras un lustro, a la Segunda División española. Pero, además, el destino todavía le tenía reservada una mala noticia, que para muchos fue incluso más desgarradora que el anuncio del descenso.
Poco hubo que esperar para conocerla. De hecho, en ese último partido que envió al conjunto franjirrojo a la división de plata ya se podía intuir que un nuevo adiós se aproximaba.
Aunque los más creyentes trataron de obviar todo tipo de rumores, finalmente la primicia se hizo oficial: Paco Jémez abandonaba el Rayo Vallecano después de cuatro temporadas gloriosas al frente del equipo. Una pérdida que dejó desamparados a muchos de sus seguidores reconvertidos en absolutos creyentes de su filosofía, ya que el técnico no solo implantó su fútbol, sino que también orquestó todo un movimiento donde la valentía, el coraje y la pasión fueron los máximos estandartes.
Con la amarga sensación de que la salida de Jémez se produjo porque el club no disponía de suficientes efectivos para retenerle, el Rayo se quedaba sin un pedacito de su alma, y por si fuera poco, a la espera de que diera comienzo un año que se preveía cuanto menos complicado.
El equipo necesitaba ponerse manos a la obra cuanto antes, reestructurar la plantilla y, sobretodo, recuperar la ilusión y la esperanza. Esto último pasaba por contratar un nuevo técnico que eclipsara en cierta medida el tremendo vacío que había dejado Paco. Comenzaba el casting. El trono de Vallecas buscaba su rey.
Y al igual que cuenta la leyenda de Excálibur, la poderosa espada hundida en la roca que convertiría en monarca de Britania a aquel que lograra empuñarla, en Vallecas el tan ansiado heredero también debía pasar unas pruebas que hicieran ver que el banquillo del club recaía en buenas manos.
Y no era fácil. Jémez había logrado convertirse en el entrenador del Rayo con más victorias en Primera, entre otras muchas hazañas históricas como conseguir la octava plaza en la temporada 2013/14. A esto había que sumar su inolvidable carisma, así como el tremendo vínculo emocional que había forjado con la grada, de la que se despidió entre lágrimas.
La directiva barajó nombres como Luis Milla, Miguel Ángel Sánchez o Asier Garitano. Sin embargo, Excálibur siguió inmóvil en su roca. No eran los elegidos. La búsqueda continuaba. Entonces, saltó a escena el nombre de un viejo conocido. Un hombre que ya había liderado al equipo años atrás y que, precisamente, entregó a Jémez las riendas de un conjunto ya consolidado, sin los miedos y la indecisión que antiguamente impidieron al Rayo plantar cara a sus contrarios.

Ese hombre era José Ramón Sandoval, el artífice del ascenso en el año 2011 y uno de los pocos que consiguió ganarse el respeto de los rayistas.
Un técnico con aparente personalidad calmada y temple en sus movimientos, que se aleja del ahora envidiado modelo de entrenador contemporáneo. No obstante, la fachada e imagen que proyecta el míster desentona totalmente con su verdadero ser, guerrero y luchador. La profesión va por dentro, que muchos dirían.
Sabe de lo que habla. Su máxima nunca da opción a la redención, porque, como él dice, si se quiere, se puede. Así de claro lo dejó en su primera etapa en el equipo, cuando se presentó con una promesa que acabó cumpliendo: “Yo voy a ascender al Rayo”.
Un entusiasta de la tecnología deportiva y obseso de las estadísticas. No deja ningún cabo suelto en el camino hacia la victoria. Experiencia no le falta, ya que se ha probado en todas las divisiones posibles, empezando por la Tercera hasta codearse con los más duros del Olimpo. En definitiva, un director con denominación de origen y no precisamente por su pasado cocinero. Rayista hasta la medula, falta decirlo.
Por eso, la opción de traerle de vuelta se convirtió poco a poco en una apuesta verdaderamente inteligente, aunque el propio Sandoval ya advirtió en su presentación que “a Vallecas no puede venir cualquiera”. Y eso es cierto. Esta nueva generación de futbolistas se ha acostumbrado a la dulce miel del éxito y a la adrenalina del riesgo, de jugar al máximo, de dejarte la vida. Y si no que se lo pregunten a Jémez.
El público ha dado el visto bueno, pero su análisis será constante y la compasión escasa. A pesar de todo, José Ramón Sandoval tiene más vidas que el resto de candidatos. Su pasado le avala. Esa gesta no se olvida en territorio vallecano.
Ahora, en su segunda etapa al frente de la entidad, la ambición e ilusión es la misma. El hambre de éxito, aun mayor. Su mensaje en su presentación fue claro y no tardó en instar a seguidores y, por supuesto, a sus futbolistas a creer en lo que se hace. A creer, de nuevo, en el ascenso.
Perseguido por la sombra del fracaso de aquellos que volvieron a casa y no triunfaron, como Manzano en el Atlético o Víctor Fernández en el Zaragoza, Sandoval no teme adentrarse en un nuevo reto dirigiendo al equipo de sus amores. El inicio no ha sido el esperado, ya que el anterior sábado el Elche logró imponerse en su casa, mas no se debe subestimar a este Rayo y menos con el jefe que aguarda en la zona técnica.
Él logro empuñar a Excálibur, aceptando el desafío de comandar a la tropa madrileña. Los descendientes de la era Jémez. Esos que aún tienen grabado a fuego que la victoria se consigue con esfuerzo, sudor y sangre. Gladiadores.
