El Real Valladolid cae ante Osasuna por un gol a tres en un mal partido, en el que, sin embargo, pudieron irse al descanso con dos o tres tantos de renta.
Decía el entrenador de Osasuna cuando lo era del Real Valladolid, y es triste tener que volver a recordarlo, por segunda jornada consecutiva, que “si no corremos somos caca de la vaca”. Son, por llevar la frasecita al contexto actual. Dicho esto con el mayor respeto del mundo.
Porque no es que Mendilibar quisiera faltar al de sus jugadores. Ni quien escribe al de aquellos a los que entrena hoy día Miroslav Djukic. Pero, ciertamente, en el fondo del mensaje el técnico de Zaldibar llevaba razón. La actitud en el fútbol, como en la vida, es primordial para alcanzar el éxito. Y ante los rojillos, como ante la Real Sociedad, los blanquivioletas adolecieron de falta de una buena.
Sucede que cuando juegas sin intensidad, por norma, no ganas. Y si además resulta que eres pequeño, lo normal es que conviertas tu día a día en una ruleta rusa en la que el vecino de enfrente tiene todas las papeletas para darse un festín de sesos. La diferencia, con respecto a un equipo grande, es que este juega con cinco balas de agua y una de plata, lo que invita más a mojarse que a morir.
La renta, ahora de diez puntos, invita a seguir pensando en que el Pucela no morirá. Pero no hay que confiarse, pues en cualquier momento los rivales que luchan por huir de la quema pueden cambiar por balas las pequeñas pelotillas de papel con las que ahora mismo los vallisoletanos se golpean en la sien cuando el juego, todavía no apremiante, aún es de niños.
Aun sin mostrar un gran juego, en la primera mitad dio la sensación de que el guión ante Osasuna sería distinto a su desarrollo final. Quizá, porque al poco de empezar el encuentro, el central Rubén se encargó de regalar a los locales el primer gol, cuan rosca de padrino. Luego Óscar y Manucho pudieron ampliar la renta, pero toparon con un genial Andrés Fernández, de los mejores metas de la categoría.
El gol y las ocasiones ocultaron la escasa brillantez con la que se emplearon los de Djukic, atascados en la creación, por más que de cuando en vez Patrick Ebert diera una tímida sensación de peligro y a la contra Manucho, Óscar o Bueno amenazasen con hacer una pupita que, al final, no infringieron a un rival poco incisivo, incapaz de aprovechar la fragilidad de la defensa blanquivioleta.
Mendilibar, que de cuando en vez se había regalado algún movimiento diestro de banquillo cuando se sentaba en el local, agitó el árbol y cambió el devenir del encuentro. Porque Oier terminó de secar a un desacertado Ebert, en parte, y en parte porque a ello se le unió un cambio de mentalidad que pasó por elevar la presión. Surtió efecto pronto, gracias no solo al saber estar de Kike Sola, sino también a un regalo y un error de Dani.
Lejos de reactivarse, el Real Valladolid se perdió de manera definitiva. No tuvo juego, y menos alma. Así, el tercer gol, de De las Cuevas, pudo no ser el último. Porque la mona dulce de Omar Ramos fue una de tantas en un Día de Pascua aciago, en el que abundaron torrijas -de nuevo, como antes del parón FIFA y de la Semana Santa- y faltó resurrección, aun cuando dos meses después de ganar por última vez en casa, tocaba; más aún por el anhelo de seguir forjando la salvación ante un rival directo.
Ahora sí, pese a la renta con respecto a los puestos de descenso, quizá toque empezar a preocuparse. Porque, aunque sigue siendo amplia, no debe ocultar el mal momento por el que el equipo pasa. Físico, puede, pero sobre todo de hambre. Y no lo dice (solo) quien escribe, sino -y he aquí lo preocupante- quien debe despertarla en el grupo y, sin embargo, de un tiempo a esta parte no lo hace.
