Después de pasarlo mal en los últimos meses, el Real Valladolid B y Antonio Domínguez se unen para relanzarse en lo que queda de temporada y para buscar su hueco para la que viene

Desde la llegada a Zorrilla de la nueva dirección deportiva Andalucía es tierra amiga del Real Valladolid, como antes lo era la Comunidad Valenciana. En lo que va de mercado invernal han sido dos los jugadores llegados de ahí, Chris Ramos y Antonio Domínguez, recién incorporado, ambos procedentes del Grupo IV de la Segunda División B y con un patrón algo semejante: aunque en el corto plazo están llamados a competir en el filial (o eso parece en el caso del primero), su futuro podría por el primer equipo en uno medio.
El atacante andaluz, natural de Punta Umbría, no es un fichaje al uso de los realizados en verano, o no del todo, puesto que cumplirá en abril veinticinco años, lo que hace que se salga un poco del perfil de jóvenes talentos que se firmaron entonces. No obstante, tiene toda la razón de ser, dado que apunta a ser el contraste necesario con la juventud del plantel y sabe lo que es destacar en la categoría, después de hacerlo la temporada pasada en el Recre.
Precisamente en el Recreativo de Huelva es donde se formó, después de entrar siendo bien pequeño en sus categorías inferiores. A excepción de una etapa en la que estuvo cedido fuera, con el fin de adquirir una mayor experiencia, es allí donde ha desarrollado su carrera hasta ahora, llegando a hacer su debut en Segunda en 2014, en aquella temporada que dio con los huesos del conjunto onubense en Segunda B y en la que debutaron también Dani Molina, por quien luego pagaría el Celta un importante traspaso, o un viejo conocido de Los Anexos como Caye Quintana.
Quien aguantó hasta ahora es el ya blanquivioleta, que tuvo una participación parecida en su primer año como integrante exclusivamente del primer equipo. Si en Segunda jugó 1.175 minutos repartidos en veintiún partidos, en la siguiente campaña, la 2015/16, actuó en veinticinco y disputó 1.058 minutos. En ambas fue capaz de marcar dos goles, cifra que incrementó de forma ostensible el curso pasado.
En la 2016/17, convulsa también por los problemas económicos que llegaron a provocar un bloqueo en las arcas onubenses, fue el mejor jugador, algo que dicen sus ocho tantos en veinticinco participaciones. Y eso que apenas tuvo repercusión en la primera vuelta, en la que solo actuó siete veces. Contrasta la cifra con lo sucedido durante la segunda mitad del campeonato, en la que se hizo con el peto de titular y vio puerta esas ocho ocasiones. La diferencia es clara e importante: pasó de jugar 202 minutos siendo siempre suplente a los 1.526 en dieciocho titularidades.
Rápido, vertical y goleador
El atacante de Punta Umbría es un goleador consumado, sobre todo tratándose de un futbolista que, aunque puede, por sus condiciones, no suele jugar de nueve. El ejemplo claro es la temporada en la que hizo dieciséis goles en Tercera en un filial que compartió con Naranjo, actual jugador de CD Leganés y que hace un par de años marcó quince con el Nàstic de Tarragona en Segunda.
Trabajador esforzado, es desequilibrante y veloz. Después de un pase fallido al Marbella en el verano de 2016, mostró constancia para convertirse en importante en El Decano, en el que estuvo desde alevines y donde demostró también capacidades a balón parado. Y si bien la técnica sí existe en el Promesas, en el que jugará hasta junio, debe aportar esa pegada que le precede por su bien y el de todos.
Por un lado, porque los diecisiete goles conseguidos por el filial en la primera vuelta le convierten en uno de los equipos que menos ha marcado tras el Cerceda, y por otro porque repetir la buena segunda mitad de temporada que hizo en la pasada le acercará a ese primer plantel con el que tiene una opción de seguir más allá de esa fecha (ejecutable por el club). Así, debe ser lo que se espera de él: que sea cabeza de ratón para en un futuro ser algo más que cola de un león. Si ese impulso que ambas partes necesita se da, será lo mejor para todos.
