Juan Ignacio Martínez proyecta en cada comparecencia pública una imagen reposada y sincera, características demostradas en su primera rueda de prensa en Valladolid.
Ni mensajes ni llamadas. Ni una sola respuesta. “Soy así, ya me iréis conociendo”, vino a decir Juan Ignacio Martínez en su presentación. Diáfano. Tanto, que pidió disculpas en su primera comparecencia pública ante los medios de comunicación de Valladolid por ese silencio. Porque no es su estilo, porque no tenía nada que contar y por respeto a la entidad. “No hablo con la prensa mientras negocio”.
Dicho esto, viendo cómo ha sido con la prensa en otras plazas, puede decirse que el nuevo entrenador del Real Valladolid no es su amigo. Aunque tampoco un enemigo. No frecuenta tertulias, pero concede entrevistas personales, algo que otros técnicos más maniáticos no hacen. Porque, sabe, su trabajo no está en las ondas o el papel, sino en el campo y en los vestuarios.
Ese “ya me iréis conociendo” con el que acompañó su primer perdón -más veces se ha excusado, siempre desde la autocrítica- sonó a añejo, aunque fuera la primera vez que lo decía en el Nuevo José Zorrilla. Sabedor, quizá, de que sí, de que, al final, los medios terminan conociéndolo. Porque JIM es franco y transparente; habla sin ambages y es poco amigo de los dobles sentidos.
En Internet uno puede comprobar, en diferentes ruedas de prensa, que el alicantino es analítico, antes y después de cada encuentro. Desmenuza las claves de cada partido y no es amigo de las evasivas. Cree en la suerte, pero más como un factor corrector que como un escudo en la derrota. Y si tiene que decir que, en su opinión, el rival fue inferior y terminó “colgado del larguero”, lo hace. Aunque siempre desde el respeto.
Esta cualidad lo ha acompañado en cada banquillo en el que se ha sentado. Es un técnico que hace mucho hincapié en ser humilde y respetuoso con cada equipo al que se enfrenta, lo que no le resta siquiera un ápice de sinceridad. No regala los oídos ni los martiriza. Tampoco a los árbitros o a sus jugadores, con los que es tan justo como con la prensa distante.
Dicho así, se da por supuesta su seriedad. Aunque también es capaz de ironizar cuando la ocasión lo merece. Así, hace dos temporadas, reconoció que con los números del Real Madrid daban “ganas de no presentarse” o que el césped del Ciutat se cortaba “para que el Barcelona no diga que hay flores en el campo”. “Aunque a lo mejor estrechamos el campo para que no se sientan tan cómodos”, matizaba.
Dos rivales, Barça y Madrid, contra los que, a pesar de la supuesta inferioridad, incluso a domicilio, también le gusta sentirse favorito. “Como soy un fantasma…”, reflexiona en ocasiones, usando a veces esa expresión como contracrítica ante la censura por un supuesto exceso de optimismo. Pero es que así es Martínez, optimista. Basa su relación con sus hombres en la confianza en la creencia de que será esa la manera en que ellos creerán en él. Y, vistos sus resultados hasta la fecha, la fórmula funciona.
Incluso a domicilio no huye de esa sinceridad, y llega a interpelar -sin atacar; nunca se le ha visto fuera de sí- a los periodistas que siguen la actualidad del equipo al que se ha enfrentado, buscando una sentencia que confirme su argumentación. Y si tiene que decir que un empate es bueno, después de varias derrotas, lo hace, ya que, a su modo de ver, debe “entender cada dinámica” en clave de autoestima.
Cuestión, esta última, que no invita al conformismo. Ni tampoco a la demagogia. Todo tiene una explicación, nada carece de argumentos. Ni siquiera las disculpas se llenan de palabras vacías. Incluso en el perdón es franco. En Valladolid, en su primera rueda de prensa, los medios de comunicación ya lo han comprobado.
