Durante los últimos años, llenar el depósito en España se ha convertido en casi un lujo. Los precios de los carburantes, impulsados por la inestabilidad de los mercados del petróleo y las tensiones geopolíticas, han seguido una tendencia preocupante y que parece no parece tener una solución rápida. Incluso cuando bajan unos céntimos, los conductores siguen pagando más que hace un año, en un proceso que, además, debe pagar una serie de medidas mediocambientales que, de momento, parecen más caras que eficientes.
De hecho, Bruselas está preparando un movimiento que amenaza con elevar de nuevo el precio del combustible. La propuesta ha sido bautizada como ETS2 y parece perseguir un objetivo liable como el de reducir las emisiones de dióxido de carbono a la atmósfera, pero lo cierto es que se puede notar en nuestros bolsillos. Un horizonte nada esperanzador a pesar de la buena intención de la medida.
Un impuesto más contra las emisiones
A diferencia de los impuestos clásicos, el llamado ETS2 funciona como un sistema de mercado regulado por el que los distribuidores de combustible deberán comprar derechos de emisión de dióxido de carbono, por lo que el precio fluctúa en función de esa oferta y demanda. Esto hará, en teoría, que cuanto más se contamine, más caro resultará seguir haciéndolo, por lo que puede ser beneficioso a la larga para el medioambiente, aunque en la práctica, sobre todo en el corto plazo, significa que ese sobrecoste lo pagará el consumidor final.
Según ha explicado la propia Unión Europea, el mecanismo pretende incentivar la inversión en movilidad limpia para potenciar la compra de vehículos eléctricos, pues Bruselas confía en que el aumento del precio del carbono sirva de empujón hacia tecnologías menos contaminantes. La realidad, sin embargo, no es tan optimista, al ser un mercado aún muy marginal en países como España, que aún no parece tener la infraestructura necesaria para estos vehículos eléctricos. A pesar de todo, muchos expertos piden prudencia ante esta medida, al tratarse de unos ajustes que “serán limitados y previsibles, de apenas unos céntimos por litro”. Algo que afirma Manuel Montero, el director general del Grupo Moure.
Una subida a la gasolina que podría rondar el 30%
Las primeras estimaciones no invitan precisamente a creer esa afirmación, pues los diversos análisis realizados marcan más un posible encarecimiento en torno al 25/30% en el precio del combustible para el usuario final, lo que podría suponer entre 0,20 y 0,45 euros por libro. Una cifra nada desdeñable que, de confirmarse, no tendrán a la gente muy contenta. Precios que harían que la gasolina y el diésel estuvieran de nuevo peligrosamente cerca de venderse a dos euros por litro, un precio que en España solo se alcanzó durante los primeros meses de la guerra de Ucrania y que supuso una serie de medidas para ayudar a particulares y transportistas para evitar problemas mayores.
Esta aplicación de las medidas del ETS2 en Europa está prevista para enero de 2027, pero la Comisión Europea contempla ya un periodo de adaptación que pueda ir hasta 2028 si los precios energéticos se disparan demasiado para los usuarios finales como marcan las previsiones más negativas. Es a partir de entonces cuando el coste del carbono repercutirá de forma progresiva en el precio final.
Es decir, Europa se plantea una escalada lenta pero constante que podría convertir cada vez que repostemos en un gran ejercicio de resignación que golpeará de manera cruel nuestro bolsillo. Mientras tanto, desde Europa se defiende que el esfuerzo es imprescindible para que vayamos reduciendo la dependencia que tenemos del petróleo y poder alcanzar los objetivos climáticos marcados. Unos desafíos aún lejanos y que marcan el horizonte cercano con respecto a la transición ecológica que pretende encabezar el viejo continente.
