Real Valladolid y Athletic de Bilbao se exhiben en un duelo de alternativas y buen juego en el que el empate hace justicia a la ambición mostrada por ambos equipos.

Y para empezar el fin de semana, sesión golfa. En Zorrilla, que no en los Cines Roxy. Aunque bien podrían haber sido las palomitas sustitutas del bocata del descanso. O, bueno, no, que al bocadillo de tortilla hecha por mamá no se le debe decir nunca que no. Pero la Coca-Cola de lata -ay, piratas…- habría entrado bien sorbida con pajita y con un buen cubo como acompañante de tanto disfrute.
Porque lo extraño es que haya alguien que no disfrutase del juego ofrecido por Real Valladolid y Athletic de Bilbao. Cualquiera le dice ahora al iluminado que pone los horarios que se equivoca… Por el juego, porque el aficionado que lo viese sentado en su sofá se habrá divertido y porque, al final, pese a todo, la entrada fue de las mejores de la temporada. O, bueno, quizá esto no lo tengan en cuenta.
El caso es que sobre el verde césped pudo verse el que hasta la fecha ha sido, quizá, el mejor partido en lo que va de temporada en el José Zorrilla.
Ciertamente, por el ya no tan nuevo estadio vallisoletano pasó un vendaval de juego vestido de azulgrana, de la misma manera que los blanquivioletas fueron ciclogénesis explosiva ante el Rayo Vallecano. Pero, si ha habido hasta el momento algún partido redondo, de fútbol de quilates por parte de los dos equipos, sin duda ha sido el disputado entre los conjuntos dirigidos por Djukic y Bielsa.
Salió mejor el Real Valladolid, moviendo mucho y bien el cuero de lado a lado y llevándolo siempre al frente. Ese dominio, ambicioso, hizo daño al Athletic Club, que recibió dos tantos en el primer cuarto de hora. El primero, de Javi Guerra a centro de Toni Rukavina y el segundo de Alberto Bueno tras asistencia de Daniel Larsson. Pero, los leones, siempre intensos, no se amilanaron, y respondieron a sentir tantos con una ocasión de Aduriz y el tanto de Óscar de Marcos a centro de Susaeta.
El gol espoleó a los bilbaínos, que hasta entonces habían estado a merced de los vallisoletanos, y comenzaron a tener la posesión durante más tiempo y mayor soltura. Así, dispusieron de varias oportunidades para empatar, aunque el segundo tanto no llegaría hasta el segundo periodo. Antes, Guerra pudo hacer el tercero, pero su remate topó con el palo.
La igualada, llevada al marcador por Susaeta, hizo justicia con el jugador más incidental del Athletic de Bilbao, y no ya por el segundo gol y la asistencia del primero, sino porque buena parte del peligro vasco llegó por su costado. Mezcló por la derecha con quien se ofreció a hacerlo, tanto con Iraola como con Herrera o De Marcos, aun cuando eran los dos primeros los llamados a aparecer por ese lado.
El último, de vocación hiperactivo, estuvo más cerca de Ibai Gómez durante la segunda mitad que de Iker Muniain en la primera, cosa lógica, a tenor del mal partido hecho por l’enfant terrible. Hecha la permuta, la actividad atacante rojiblanca confluyó entre las dos bandas, aunque la diestra fue la escogida en un mayor número de ocasiones, también en parte debido a que Iraola no es Aurtenetxe y a que el dos para uno era más sencillo llevarlo a cabo en esa zona.
De esta manera, llevando el balón a los lados con electricidad tras recuperación, crearon peligro en los minutos sucesivos, en los que el Real Valladolid no se encontró más que en su propio campo, en zona defensiva. Sustentados por Dani Hernández, los blanquivioletas solventaron el apuro y volvieron a enlazar en campo rival, no sin riesgos, no porque los cobrase el Pucela, sino porque la ambición del Athletic no decayó en ningún momento.
En el intercambio de golpes -para golpe, por cierto, el infame codazo propinado por Aritz Aduriz a Marc Valiente, con el que partió la cara al central catalán- en el que se convirtió el tiempo restante pudo ganar cualquiera de los dos, pero, al final, la victoria fue del fútbol. El Real Valladolid volvió a dominar por momentos, espoleado por Omar, efervescente, mientras que el Athletic embotelló al Pucela en su área al final.
El empate, sin duda alguna, hace justicia a lo visto sobre el terreno de juego, ya que los dos equipos quisieron ganar. Suena a perogrullo, sí, pero es verdad. Ambos mostraron unos credenciales atractivos para los asistentes al estadio, más de los quizá esperados, y para aquellos que lo vieron por la televisión de la gran ‘M’ roja, fueran más o menos.
La teórica tortura de los horarios, para aquel al que le guste el fútbol en directo, es menor cuando el espectáculo es digno de las palomitas o de la entrada (de una del cine, no del fútbol, prohibitivas en su gran mayoría); cuando en los banquillos se sientan dos benditos locos amantes de la presión alta y elevada, del buen trato de balón y ajenos a la especulación.
La remontada, en otras circunstancias, podría tener un sabor agrio. No cuando el empate llegó previo aviso, y no deprisa, corriendo y con la cena sin hacer. Tampoco teniendo en cuenta la oferta del rival, basada en ser pegajosa sombra cuando no tiene el balón y en ser trilero cuando maneja el cuero. Y menos cuando el punto supone colocarse con veintinueve a falta de diecisiete partidos. En resumen, que ya falta menos. Y empatar así no duele. No jugando tan bien. No ante un rival como el Athletic.
